Las aventuras de los alumnos de la escuela Howarts han convertido a J. K. Rowling en una de las autoras más exitosas en la historia. Su Harry Poter y la piedra filosofal ha vendido más de cien millones de ejemplares, y toda la saga ha vendido más de 500 millones de ejemplares, de modo que se puede decir que es la novelista contemporánea más vendida. Del millón cien mil palabras de la saga hay alguna de su invención que ha pasado a formar parte del léxico en inglés.
Sobre Rowling cae en estos momentos una torrencial lluvia de críticas por unas declaraciones suyas en la red de mensajes breves Twitter.
El 6 de junio, Rowling comenta el siguiente titular de una noticia: “Opinión: Creando un mundo post-COVID 19 más igual para personas que menstrúan”. Las tres personas que menstrúan y firman el artículo evitan la palabra “mujer”, porque el término lleva a al binomio hombre-mujer, que intentan evitar por todos los medios. En el artículo hablan de mujeres, sí, pero como parte del conjunto “personas que menstrúan”. Las autoras deben de dedicar sus esfuerzos al estudio de la identidad de género, y quizá por ello no manejan la lógica de Aristóteles. El sabio griego dijo que A más no-A lo comprendía todo. De modo que las personas que menstrúan y las que no menstrúan son dos conjuntos que comprenden a toda la humanidad. De nuevo un binomio. Y lo han creado las tres autoras, a pesar de que es lo que querían evitar.
Lo que nos hemos reído de la cultura bizantina con sus discusiones sobre el sexo de los ángeles, y ahora asistimos al desconcierto sobre la definición del sexo de los demás. Somos espectadores de la construcción de un espectro de géneros; géneros que se cuentan por decenas
Rowling no comete la crueldad de apelar a la lógica. Se queda en la ironía, al decir: “‘Personas que menstrúan’. Estoy seguro de que había una palabra para esas personas. Alguien que me ayude. Wumben? Wimpund? Woomud?”. La palabra es “woman”, por supuesto; “Mujer”.
Pero frente al discurso identitario no cabe ninguna crítica, aunque sea en forma de ironía. De modo que la escritora fue duramente criticada. Al día siguiente, en otro tuit, puntualizó: “Si el sexo no es real, no hay atracción hacia el mismo sexo. Si el sexo no es real, la realidad vivida de las mujeres a nivel mundial se borra. Conozco y amo a las personas trans, pero borrar el concepto de sexo elimina la capacidad de muchas personas de discutir sus vidas de manera significativa. No es odio decir la verdad”.
¿Por qué esa mención a los transexuales? Porque si el sexo es algo real, no ficticio ni arbitrario, se puede entender que los transexuales no son mujeres, sino hombres transformados en mujeres. ¡Aunque no menstrúen! Señalar que la división entre hombres y mujeres es real, o más bien que responde a una división previa, natural, supone caer en un delito de odio, según sus críticos. Por eso se ve obligada a puntualizar que “no es odio decir la verdad”.
Las apelaciones de Rowling a lo que hasta hace nada era puro sentido común basado en la ciencia, ha provocado una serie de reacciones histéricas. Eddie Redmayne y Emma Watson han criticado a la autora. Salen en defensa de los transexuales, como si ella los hubiera criticado. No son biólogos ni antropólogos, sino actores que han sido contratados por la productora de las películas de Harry Potter. Se han visto en la necesidad de actuar así para sacudirse la mancha del sentido común de J. K. Rowling. George Takei, con sus súper poderes de actor, ha declarado que Rowling es “científicamente ignorante” por defender “el, así llamado, sexo biológico”. Algunos empleados de Hachette han amenazado con dimitir si la editorial publica el próximo libro de J. K. Rowling.
Ella respondió con un artículo, publicado en una web propia, en el que contaba lo siguiente: “Para aquellos que no lo sepan: el pasado diciembre tuiteé mi apoyo a Maya Forstater, una especialista en impuestos que había perdido su trabajo por lo que se consideraban «tweets transfóbicos». Ella llevó su caso a un tribunal laboral y le pidió al juez que dictaminara si la creencia filosófica de que el sexo está determinado por la biología está protegida por la ley. El juez Tayler dictaminó que no lo estaba”.
En el artículo recoge su interés por estudiar “la identidad de género y lo referido al transgénero”, un interés que le llevó a conocer a Magdalen Berns, una feminista, lesbiana, que creía “en la importancia del sexo biológico. Y que pensaba que no se debía considerar intolerantes a las lesbianas por no querer salir con mujeres trans, con pene”. Y explica la oposición que hay entre los transexuales y las feministas. Ciertamente, si cualquier hombre puede ser una mujer, los objetivos del feminismo de tercera ola quedan algo desdibujados.
Lo que nos hemos reído de la cultura bizantina con sus discusiones sobre el sexo de los ángeles, y ahora asistimos al desconcierto sobre la definición del sexo de los demás. Somos espectadores de la construcción de un espectro de géneros; géneros que se cuentan por decenas. El género se desvincula de la realidad, y entra en el terreno puramente subjetivo.
Yo no niego el derecho de nadie de seguir ese curso, y respeto a los que eligen para sí cualquiera de las etiquetas que prefieran llevar, así como la forma que elijan de vivir su sexualidad. Ese no es el problema, sino que algunos de quienes defienden ese derecho para sí, se lo niegan a los demás.
Tienen la pretensión de imponerse simplemente porque sí, y no aceptar ninguna opinión en contrario, lo cual incluye a los veredictos de la ciencia. No entra en el terreno del debate, sino en el de la descalificación, el oprobio y la condena social. Y, como mecanismo de solidaridad tribal entre sus miembros, atávicas manifestaciones de odio hacia el discrepante. Es un histerismo de género, un fenómeno digno de estudio por varias ciencias.
Foto: Vika Aleksandrova