Al diario El País debemos la constatación de que no sólo en España se dan la mano el vacío intelectual, la servidumbre a las modas discursivas, y una apelación a emociones desgastadas por el abuso de los tópicos. No. España hace grandes contribuciones a este naufragio de la literatura, pero no está sola en su empeño. ¿No es El País el periódico global? Pues el diario nos demuestra que el mal es global, y nos trae un ejemplo para demostrarlo.

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Todo periodista brasileño tiene que tener una opinión sobre la deforestación de la Amazonía, y Eliane Brum tiene la suya: El mercado no salvará la Amazonía. Brum es un apóstol de la nueva religión woke, y lo menos que podemos esperar de ella es que se sepa el dogma sin que dude una fibra. Y que lo exprese con la naturalidad con que respira.

Las tonterías que El País traduce al español, ¿son ocurrencia de la propia Brum? Más bien son su recreación de las majaderías de otros

Así como la misa comienza con la exomológesis, el artículo abre con la mención a nuestro pecado colectivo: la crisis climática. Brum nos quiere hacer comulgar con ruedas de molino, y nos prepara el terreno con una homilía dedicada a los pecadores que defienden que el mercado puede contribuir a frenar la deforestación del Amazonas.

Dice Brum que quienes defienden que el mercado puede salvar la Amazonía son en su mayoría hombres y blancos, (que) saben con exactitud, sin temor a equivocarse, qué hacer para salvar la selva de la destrucción que, casualmente, provocaron y siguen provocando… los hombres blancos.

Aquí se superponen ¡tantas falacias!, que abruma el trabajo de desmontarlas. La principal es la del rábano y las hojas. Es cierto que en el ámbito de las ideas hay un número mucho mayor de hombres que de mujeres. También lo es que la tradición occidental ha sido más feraz en la creación de pensamiento. Identificar a Occidente con una raza, además de ser un error, es un criterio histórico (es decir, moral) racista muy querido de Brum, pero que no comparto en absoluto.

Súmese que el sexo y la raza son accidéntales (las hojas). Porque una vez formuladas, las ideas pueden ser asumidas como propias por cualquiera, independientemente de su condición.

La periodista es la prueba de lo que digo. Las tonterías que El País traduce al español, ¿son ocurrencia de la propia Brum? Más bien son su recreación de las majaderías de otros; muy probablemente hombres y blancos. Juega con la ambigüedad de decir que hay “hombres blancos” que dijeron que el mercado es una institución adecuada para conservar un recurso como la selva amazónica, y que hay “hombres blancos” que provocan su destrucción. No llega a decir que son los mismos. Le vale que sean lo mismo. De nuevo, el rábano por las hojas. Harold Demsetz, por ejemplo, formuló una teoría sobre los derechos de propiedad (que Brum ni conoce ni necesita conocer para rechazar). Pero como es hombre y blanco, sus argumentos no son válidos porque otro hombre blanco es productor de coca y arrasa con la selva para realizar su cultivo.

Eliane Brum quiere distinguir entre el valor económico y un valor objetivo. De nuevo, la periodista fracasa, y la prueba son sus mismos argumentos: ¡Quiere convencernos! Estimada colega, nosotros, como tú, somos sujetos y, por tanto, el valor que le otorguemos a lo que sea será necesariamente subjetivo. Por eso nos quiere convencer. Pero no podemos apreciar algo desde fuera de nosotros mismos. “Valor objetivo” es una contradicción necesaria.

La cuestión no es esa, sino cómo se regula mejor el uso de un recurso valioso para los sujetos; con el permiso de Brum, independientemente de su sexo y raza. El valor nos compele a actuar, y lo relevante es que esta actuación sea productiva (nos ayude a conseguir lo que queremos), y respetuosa con el valor futuro de ese recurso. Y sí, la propiedad privada, lo que ella llama el mercado, es una institución adecuada. Entre otros motivos, porque permite trasladar al presente todo el valor futuro, y el deseo de acrecentar el valor presente compele a los dueños a mejorar el valor futuro. Qué duda cabe que la destrucción de lo propio no es una buena política.

Otra cosa es la destrucción de lo común. Tiene sentido seguir una política de tierra quemada si el beneficio de una sobreexplotación es todo para el productor, pero el coste se reparte entre los comunales. Es la tragedia de la que habló Garrett Hardin.

Hay una alternativa, que es en lo que está pensando Brum: una gestión pública, basada seguramente en un principio de precaución. Esta vía también tiene sus problemas. No sería el primer gobierno capturado por el narco o por cualquier otro grupo de interés, por ejemplo.

Y aún hay otra. Pese a las advertencias de Hardin, la posibilidad de obtener un beneficio a largo plazo hace que muchas comunidades hagan un reparto de beneficios y responsabilidades que permite un aprovechamiento duradero de los recursos. Para desmayo de la periodista brasileña, quien mejor ha descrito estos procesos, tan queridos por el liberalismo, es una persona blanca, sí, pero mujer. No sé cómo se tomará Brum que a Elinor Ostrom se le haya reconocido nada menos que con el Premio Nobel de Economía.

No creo que necesite estudiarse el informe de la FAO sobre la situación de los bosques en el mundo para escribir un artículo como ese. Pero se lo recomiendo. Entre otras cuestiones, verá que la pérdida de superficie del Amazonas sigue produciéndose año a año, aunque el ritmo a que se produce se ha reducido en la última década y media.

También aprendería casos como el siguiente:

En algunos casos, los procesos de formalización de los derechos se han centrado en zonas en las que los bosques están sometidos a una presión especialmente alta y la formalización de la tenencia puede reportar importantes beneficios. Por ejemplo, el proceso de concesión de títulos llevado a cabo en el Amazonas peruano que incluyó a más de 1 200 comunidades de pueblos indígenas dio lugar a una reducción significativa de la explotación forestal ilegal y a mejoras en la conservación forestal en un plazo de dos años.

Al parecer, la solución “de mercado” no recae en este caso en hombres blancos.

Foto: Vlad Hilitanu.


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