Al principio de su Arte Poética Horacio se pregunta (Risum teneatis, amici?) si se podría contener la risa ante el trabajo de un pintor que consistiese en una figura con semblante femenino, cuello de caballo, plumas y partes de otros brutos que, para concluir, acabase con escamas pareciendo un pez bien feo y enorme. He recordado muchas veces este verso cuando leo, y no es nada raro que suceda, los, digamos, argumentos que emplea un buen número de portavoces de la derecha, así sea política como cultural, contra muchas de las posiciones de la izquierda; se centran en el escarnio, en la caricatura, en el menosprecio, en la ridiculización creyendo que con eso están haciendo un trabajo formidable porque nadie podrá ya nunca más tomarse en serio las pretensiones de los progres. No es que a mí me den risa esos argumentos, es que me parece un grave error tratar de superar los proyectos y la cultura política de la izquierda con recursos presuntamente cómicos.

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Se dice con frecuencia que la izquierda presume de una superioridad moral de la que carece, pero creo que también podría decirse que en la derecha se incurre con frecuencia en la tentación de minusvalorar la eficacia política y electoral de las proclamas izquierdistas, para lo que se recurre a hacer risas a su costa, supongo que pretendiendo mostrar una superioridad intelectual indiscutible. Reconozco que es una tentación a la que tal vez resulte fácil ceder, porque muchas posiciones de izquierda pueden recordar al dibujo risible de Horacio, pero me parece un sinsentido pensar que esa actitud pueda tener el menor valor electoral en una democracia. Lo que sirve para que los nuestros se regocijen puede no tener ningún valor para hacer que su número aumente.

A base de ningunear a los que conforman el actual gobierno y de suponer que ya no hay nada que temer, que la victoria de la mayoría natural está garantizada, podemos asistir a una decepción brutal en el centro derecha

Bastaría con caer en la cuenta de que aquello de lo que se ríen tantos lleva muchas victorias a su espalda desde que podemos votar de manera libre para comprender que tal vez no sea tan risible y que, si se piensa que no merece, por las razones que fuere, un respeto intelectual, es insensato negarse a ver el potencial político que encarna y lo muy poco prudente que es tomárselo a chacota. Que las democracias no son regímenes ideales para que triunfen los más listos de la clase, o, peor, los que creen serlo, debería estar bastante claro, al menos desde que Fraga intentó ganar las elecciones recordando en cuantas oposiciones había sido el número uno.

Algunos comentaristas han convertido en un negocio de éxito mediano el arte de zarandear, ridiculizar y chotearse de las izquierdas (y, más ocasionalmente, de cualquiera que no les haga caso) hasta el punto de que cabe preguntarse, como se podría hacer en el caso de  Podemos por razones análogas, si el éxito de esas empresas no estará precisamente en que la izquierda siga en el machito, aunque solo sea para poder mantener la audiencia que se conforma con reírse del poder, una actitud que siempre se considera de gran virtud y prestancia.

Además, podría decirse aquello de que entre tanta polvareda perdimos a don Beltrán, porque el jolgorio y la rechifla ante los discursos y las vestimentas de la fashionaria, ante los abusos de Falcon y las ínfulas presidenciales de Sánchez, o ante la deficiente oratoria de Patxi López no dejan mucho espacio para que los que tanto se ríen puedan explicar con amplitud, sencillez y buenas maneras lo que pretenden, lo que sería previsible que hiciesen de triunfar ante tanto problema, y no son pocos; por desgracia, esas explicaciones escasean y no pueden deducirse directamente de ninguna carcajada.

Puede ser de mucho jolgorio ganar unas elecciones porque las pierda el contrario, en efecto, pero muchos preferirían que las risas se guardasen hasta el momento en que la victoria esté en el bote, no vaya a ser que a unos cuantos reidores se les ponga cara de memos.

Minusvalorar la capacidad del actual ejecutivo español y de su presidente para mantenerse en la Moncloa y consolidar de ese modo una política a la que desde el propio PSOE se motejó de gobierno Frankenstein puede ser un error gravísimo, por mucha gracia que nos pueda hacer el comentario de las contorsiones, las contradicciones, los dobles lenguajes y los anacolutos discursivos de esa variopinta coalición.

Hay que subrayar que, tras cinco años de gobierno, durante los cuales se han hecho cantidad de cosas (leyes, decretos, reformas, cambios, prohibiciones, gasto sin control) que tendrían que parecer no mal sino más que mal a los ciudadanos que no comulgan ni con la izquierda ni con los nacionalismos no está meridianamente claro que el único partido con opciones de gobernar pueda llegar a lograrlo.

Es verosímil que esta última sea la hipótesis más probable, pero no es ni la mitad de seguro que podría haberlo sido si en lugar de tantas ridiculizaciones, risas, caricaturas y protestas se hubiese sabido poner en marcha un programa realmente atractivo para una mayoría de españoles que pueden estar deseando que así sea, pero que, tras cinco años de patadas en sus espinillas, no ven por parte alguna los suficientes indicios para sostener esa esperanza de forma indubitable.

El centro derecha va a comparecer dividido ante unas elecciones realmente importantes y parece poco sensato  esperar que de esa división vaya a surgir nada que funcione en un mayor beneficio para sus ideas e intereses; cabe dudar que se haya hecho lo que habría sido necesario hacer para resolver ese problema, a no ser que se entienda que la dificultad pueda solventarse “fichando”, como se dice, a figuras de los partidos rivales dentro de un mismo espectro, lo que, dicho sea de paso, siempre da la sensación de que la política es el predio exclusivo de una clase excelsa de elegidos, nada que tenga que ver con nada que pueda llamarse popular, y todo eso no hay chiste que sea capaz de ocultarlo.

Sánchez lleva tiempo preparando una fórmula que le permita consolidarse en el poder mientras muchos pierden un tiempo precioso partiéndose de risa, a costa de las supuestas naderías en juego y también de las dificultades de esa coalición tanto en su estado presente como en sus futuros imaginarios; puede que la risa lleve aparejado el premio, pero de no ser así, las risas de los otros van a ser muy dolorosas. De cualquier modo, no estaría de más recordar que en estos cinco años que han producido tanta jocosidad en comentaristas muy apreciados y en líderes de gran predicamento, los señores del gobierno han hecho una enorme cantidad de cambios de todo tipo pese a lo cual muchos siguen acusando al líder del Gobierno de “que no hace nada”, pues menos mal que es ocioso.

Hay un refrán español un tanto cenizo que afirma que el que ríe el último ríe mejor. A base de ningunear a los que conforman el actual gobierno y de suponer que ya no hay nada que temer, que la victoria de la mayoría natural está garantizada, podemos asistir a una decepción brutal en el centro derecha. Hay quien puede pensar que esa pudiera ser la medicina necesaria para curar la suficiencia sin fundamento de tantos, pero seguro que son más los que preferirían no tener que comprobar si ese método es eficaz, incluso al precio de no reírse nunca más de las tonterías del rival, no sea que hacerlo contribuya a un muy mal resultado.

Foto: Vlad Hilitanu.


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J.L. González Quirós
A lo largo de mi vida he hecho cosas bastante distintas, pero nunca he dejado de sentirme, con toda la modestia de que he sido capaz, un filósofo, un actividad que no ha dejado de asombrarme y un oficio que siempre me ha parecido inverosímil. Para darle un aire de normalidad, he sido profesor de la UCM, catedrático de Instituto, investigador del Instituto de Filosofía del CSIC, y acabo de jubilarme en la URJC. He publicado unos cuantos libros y centenares de artículos sobre cuestiones que me resultaban intrigantes y en las que pensaba que podría aportar algo a mis selectos lectores, es decir que siempre he sido una especie de híbrido entre optimista e iluso. Creo que he emborronado más páginas de lo debido, entre otras cosas porque jamás me he negado a escribir un texto que se me solicitase. Fui finalista del Premio Nacional de ensayo en 2003, y obtuve en 2007 el Premio de ensayo de la Fundación Everis junto con mi discípulo Karim Gherab Martín por nuestro libro sobre el porvenir y la organización de la ciencia en el mundo digital, que fue traducido al inglés. He sido el primer director de la revista Cuadernos de pensamiento político, y he mantenido una presencia habitual en algunos medios de comunicación y en el entorno digital sobre cuestiones de actualidad en el ámbito de la cultura, la tecnología y la política. Esta es mi página web