JSTOR es el acrónimo de Journal Storage, nombre que sirve perfectamente a su propósito: albergar en un lugar los artículos académicos. Hay otros agregadores como este, que facilitan el trabajo de los profesores y, por qué no, de los periodistas curiosos. La página ha creado una revista (JSTOR Daily) en el que se aprovecha el pozo de conocimiento de la base de datos para escribir artículos sobre la mayor variedad de asuntos, desde la aparición del baño hasta cómo llegó la cerveza a Asia, pasando por que la fama de Casanova se debe, principalmente, a ser famoso.

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Es una idea excelente. Es una pena, eso sí, que sea una plataforma woke, o que tenga un tono claramente antiespañol. Más allá de la sempiterna matraca identitaria, no es una web que destaque por hacer campaña. Pero recientemente sí ha lanzado una, a favor de lo que llama “humildad intelectual”.

La humildad intelectual es ambivalente. Estamos en un momento en el que el posmodernismo busca cambiar la realidad a base de cambiar el significado de las palabras y las ideas que tenemos sobre el mundo

Los editores de la revista la definen como “la capacidad de reconocer las propias limitaciones intelectuales”, lo cual no suena nada woke. De hecho, la idea surge de una preocupación por la polarización política, cuyo principal responsable es la ideología que vende la propia JSTOR Daily. Los editores recogen varias investigaciones al respecto, no todas harto interesantes. Pero una de ellas señala algo que sí es interesante, aunque quizás muy fácil de entender intuitivamente: “Las personas con un alto grado de humildad intelectual dedican tiempo y esfuerzo a buscar información, evalúan cuidadosamente la nueva información, están atentas a la solidez de los argumentos, intentan comprender por qué los demás no están de acuerdo con ellas y son conscientes de cuándo pueden estar equivocadas”.

Otro artículo explica que la investigación de sus autores (Sgambati y Ayduk) revela que quienes son más humildes intelectualmente tienden a ser más respetuosos con quienes no piensan como ellos. Y otro estudio (Krumrei-Mancuso et al) muestra que la humildad abre la mente al aprendizaje. En fin, que como tantos artículos académicos, le añaden relevancia estadística a lo que sabemos por sentido común.

En la humildad hay un reconocimiento de la ignorancia. Hay una curva conocimiento-ignorancia que merece nuestra atención. Al comienzo somos conscientes de que no sabemos nada, o muy poco. A medida que, por interés, vamos ampliando nuestro conocimiento, muchos tienen la sensación de que dominan un terreno del saber o, si se toca con muchos otros ámbitos, como pasa en las ciencias sociales, que su dominio es aún mayor. Esta es la fase que podríamos llamar “¡qué atrevida es la ignorancia!”.

Luego, tras un prolongado esfuerzo por aprender, uno empieza a tener una medida de la ignorancia que uno tiene. Aquí hay que dar paso a Karl Popper, que expresó una idea muy iluminadora: hay enormes diferencias entre las personas en cuanto a lo que saben, pero en cuanto a lo que ignoran somos todos iguales, porque lo que sepamos es sólo una gota en el mar del conocimiento humano.

No sé hasta qué punto se pudo inspirar Popper en su amigo Hayek, cuya gran idea tiene que ver precisamente con este aspecto: el conjunto de la sociedad posee un volumen de información que es inabarcable para una sola mente humana. Y lo que hace la sociedad, por medio de los precios y de las instituciones, es recoger y coordinar el conocimiento que posee cada individuo, y permitir que las personas adapten su comportamiento a las necesidades de la propia sociedad.

Luego hay un momento en el que unos pocos alcanzan una verdadera sabiduría, incluso dentro de un ámbito tan amplio y complejo como son las ciencias sociales. La humildad intelectual no les abandona, pero pueden hablar con solvencia de su ámbito de estudio.

La humildad intelectual es ambivalente. Estamos en un momento en el que el posmodernismo busca cambiar la realidad a base de cambiar el significado de las palabras y las ideas que tenemos sobre el mundo. Es, fundamentalmente, un ataque contra el sentido común. Es un ataque despiadado, fiero. Avanza a hachazos. Se ha filtrado por los resortes del poder, y desde ellos ataca nuestra vista y nuestro oído, y todos los sentidos con los que percibimos el mundo. Ataca lo que sabemos y lo que pensamos. Ante esa embestida, la humildad intelectual es sospechosa, porque da pábulo a la ignorancia y la duda, que es como el agua bendita sobre los poseídos. También para los poseídos woke.

Pero los editores de JSTOR Daily no parecen entenderla así. En sus manos, la humildad intelectual es un disolvente universal del sentido común, de los hallazgos de la ciencia, y de la lógica. Y esto incluye a la lógica matemática.

La revista ha comenzado una serie de conversaciones sobre la relación entre humildad intelectual y diversas disciplinas. Una de ellas es la matemática. Sara Ivry, uno de los editores de JSTOR Daily, presenta a las dos conversadoras: Deborah Loewenberg Ball, profesora y pedagoga, y Shauna Bowes, doctora en psicología clínica, ex profesora de matemáticas de un instituto, y experta en humildad intelectual, sea ello lo que fuere. No está claro quién le da más la razón a la otra.

Deborah Lowenberg Bell considera que los profesores deberían considerar que los niños “son pensadores robustos con vidas intelectuales activas”. Bien está. Pero en lugar de aprovechar esas virtudes de los infantes para su beneficio en el aula, lo que tienen que hacer los profesores es renunciar a la “autoridad de tener el conocimiento”, pues es necesario “apreciar que a menudo están realmente aportando ideas que son nuevas y no están equivocadas”. ¡Bowes no puede estar más de acuerdo, faltaría más! Y añade: “Creo que los profesores podrían ser ese tipo de modelos en los que están delante de una clase, expresando y exhibiendo humildad intelectual”. Los alumnos, “pensadores robustos”, llegan a clase con un conocimiento correcto, y los profesores tienen que mostrar ante ellos una “humildad intelectual”.

Vamos, creo que queda claro lo que están proponiendo. A este respecto, Ball considera muy relevante y “asombrosa” una historia que le ocurrió a ella. Deborah estaba hablando de la diferencia entre los números pares y los impares. Y uno de los alumnos le señala que el número seis puede ser par, pero puede ser también impar. Para que el lector no dedique tiempo a rascarse la cabeza sobre la explicación del niño de ocho años, corremos a decir que el alumno había llegado a esa conclusión teniendo en cuenta que seis es múltiplo de un número par (2), pero también de un número impar (3). Y, claro, así las cosas, podría ser una cosa u otra.

El lector, que puede ser intelectualmente humilde, pero que tiene un conocimiento suficiente de matemáticas, sabe sin lugar a dudas que seis es un número par. Aunque sólo sea porque la definición de número par es 2*N, donde N es un número natural. Como sabía el alumno, 2 es uno de los factores de 6 y, en consecuencia, es un número par. Eso sí, quizás no conocía todavía la definición de lo que es un número par porque su profesora Deborah fue lo suficientemente humilde desde el punto de vista intelectual como para no enseñárselo.

La labor de demolición de la cultura que realiza JSTOR Daily es inversamente proporcional a lo que podrían aportar. Pero este es el mundo en que vivimos. Un mundo en el que se confunde la humildad intelectual con la humillación intelectual.

Foto: Joel Heard.

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