Vladimir Putin ya se veía subido al atril y ofreciendo al mundo un discurso con motivo del centenario de la creación de la URSS, el 30 de diciembre de este año. Ucrania luciría como gran trofeo de guerra, y sería el primer gran paso de otros que le seguirán, y que armarán un nuevo imperio reconstruido en parte desde la gran catástrofe de comienzos de los años 90. Seguro que Putin tiene aún en la cabeza los grandes bloques de su discurso. Todavía es posible que ofrezca el discurso como lo ha pensado, pero según pasan las horas el resultado de su invasión de Ucrania parece más incierto.
El pensamiento ahorma la acción. Fija sus expectativas, enmarca el terreno de las acciones posibles, asigna unos medios adecuados, y calibra las opciones de éxito según el curso de acción sean unos y otros. Por eso las ideas tienen tanta influencia en el devenir de la historia. Los avatares del pensamiento se entrelazan con los de la historia de forma caprichosa pero siempre cercana.
Dugin dibuja el mapa del mundo con un meridiano 90 al este como el principal. Rusia está en el centro de un inmenso territorio, a su “derecha” cae América desde Alaska, y a su “izquierda” se observa una Europa que cuanto más se aleja más pequeña de hace. Como colgando de su vientre está toda Asia, con África y Oceanía un poco más allá. Rusia es el centro del mundo
En el caso de la Rusia de Putin, el pensamiento y la acción están muy concentrados precisamente en la persona del dictador ruso. Es necesario entender la situación desde ahí, desde el hecho de que el ruso no es un régimen de opinión, sino un estado autoritario, piramidal, con una cabeza en el vértice que decide qué quién habla y quién no, qué se dice y qué no, que se produce y quién no, e incluso quién vive, y quién no.
En este régimen, lo que piense la opinión pública, vamos a llamarla así, tiene menos importancia incluso que en las democracias occidentales. En las democracias también ocurre que sobre el funcionamiento de las instituciones, que vehiculan la opinión y someten al poder a ciertos contrapesos y automatismos, se superpone la influencia de quienes tienen otros resortes de poder en la sociedad. Pero en un régimen como el ruso ni siquiera existe la posibilidad de que las preferencias de la sociedad condicionen el entramado del poder. Vladimir Putin es el único elector en Rusia; está en lo alto del poder porque él lo ha decidido.
Por eso la ideología de Putin tiene una importancia exorbitante. Como Putin es un agente de la KGB venido a más, su forma de pensar es adoptada de otros. O, por precisarlo más, de otro: Alexander Dugin.
Dugin es un autor prolífico. Su pócima, además de ojo de lagarto y anca de rana, está formada por una combinación de simbolismos, esoterismo y racismo. Es heredero de Herder y su nacionalismo cultural. Por supuesto, se apoya en Hegel, a quien cita expresamente como un antecedente de su pensamiento. También se apoya en algunos autores menores, como René Guenon y Julius Evola. O en Alain de Benoist, un pensador estimable más allá de las preferencias de cada cual.
Dugin destroza la historia del pensamiento político, y lo encajona en tres únicas formas de organización social: la democracia liberal, el marxismo y el fascismo. No es Dugin un hombre de muchos matices.
Luego se situa a sí mismo como creador de lo que llama la cuarta teoría política. El principio de las tres anteriores serían el individuo, la clase social y la nación, mientras que su cuarta idea estaría basada en el Dasein.
La pretensión de que la filosofía política se había quedado atascada en sólo tres ideas y de que hemos tenido que esperar al barbudo Dugin para dar con una cuarta y definitiva debe de resultarle muy atractiva al pensador ruso. En cualquier caso, tiene la complejidad suficiente como para que Vladimir Putin, que no es ningún estúpido, la pueda encontrar interesante. Y posee la sencillez suficiente como para que pueda asimilarla.
Pero la originalidad de Dugin es limitada. ¿No lo es la de tantos otros? Su propuesta política no se diferencia de otros nacionalismos basados en el ambiguo término “etnia”, siempre a medio camino entre la cultura y la raza. Él no habla de etnia, sino de Dasein, del ser esencial de cada pueblo. Un ser que evoluciona con la historia, pero que a su vez es el principio que le da forma a ésta a lo largo del tiempo.
Visto con perspectiva, creo que era inevitable que tras la “muerte de Dios” nos acabemos preguntando quiénes somos nosotros. Y que ello haya desembocado en una obsesión por las identidades, personales, sociales, nacionales, sectarias. Y antes de que corramos a llamar fascista a Alexander Dugin, creo que es necesario reconocer que la capacidad de las personas de reconocerse en una comunidad nacional asentada está siendo erosionada. Y que es normal, casi exigible, que haya una reafirmación del carácter de la cultura propia.
Sí, quizás llamar “fascista” a Dugin no sea del todo inexacto. Pero como creo que debemos admitir más matices de lo que se permite el propio pensador de Putin, vamos a dejar caer el epíteto. Incluso le concedemos un accésit en el tercer puesto de las ideas que le anteceden. De hecho, el hombre es popular de entre lo peor del espectro político a izquierda y derecha, con el socialismo, el nacionalismo y otros compañeros indeseables (antisemitismo y otros racismos) pululando cerca.
Pero no es la única idea que ha aportado nuestro hombre. De hecho, más famosa que su cuarta teoría, que en definitiva como estar a la cuarta pregunta en un examen de filosofía política, es su visión de la posición geopolítica de Rusia.
Dugin dibuja el mapa del mundo con un meridiano 90 al este como el principal. Rusia está en el centro de un inmenso territorio, a su “derecha” cae América desde Alaska, y a su “izquierda” se observa una Europa que cuanto más se aleja más pequeña de hace. Como colgando de su vientre está toda Asia, con África y Oceanía un poco más allá. Rusia es el centro del mundo. Visto así, un programa geopolítico que se llame, por ejemplo, Eurasia, habrá de consistir en un conjunto de pollitos al rededor de la madre Rusia. Dugin lo llama “pivote geográfico de la historia” en su libro The foundations of geopolitics.
Ese proyecto está ya en marcha. La Unión Económica Euroasiática se puso en marcha en enero de 2015, con Armenia, Bielorrusia, Kazajistán, Kirguistán de comparsas de Rusia, y Moldavia de trémula observadora. Como es un club de villanos, y no se fían unos de los otros, esa unión económica no pasa de ser una unión aduanera a medias.
Y aquí tenemos a Vladimir Putin, sentado en el trono del imperio del centro del mundo, intentando reconstruir la URSS, con una economía que es como la de Italia. Tiene la suerte de que no se ve en la necesidad de satisfacer los deseos pequeñoburgueses de los rusos: llevar una vida tranquila y ordenada, y quizás lograr que sus hijos hereden una vida mejor que la que tuvieron ellos cuando iniciaron su andadura. No. Él tiene otros designios. Ya le retrató en su momento Charlie Chaplin disfrutando, juguetón, con el globo terráqueo.
Foto: Sam Oxyak.