“Yo mismo le di el veneno a miles,
Se marchitaron, y ahora tengo que ver cómo
Se alaba a los desvergonzados asesinos.” Fausto. Johan Wolfgang Goethe
Desde tiempos ancestrales siempre alguien ha podido impresionar y guiar a los espíritus pequeños con terribles imágenes y grandes números. Nuestra incapacidad para lidiar adecuadamente con los riesgos y la incertidumbre sumada a nuestra certera percepción sobre lo perecedero de nuestra existencia son la base sobre la que pintarrajeamos nuestras vidas. Esto es lo que nos hacina en miserables grupúsculos, lo que nos convierte en vasallos perfectos.
Muy pocos de nosotros son capaces de eclipsar el miedo a base de coraje y humildad. El resto de nosotros apenas podemos convertir el miedo en ira, algunos en análisis, la mayoría en una mezcla de ambas, ignorando que la ira no permite el análisis inteligente. Pero es mejor que el miedo, dicen. Y la tierra madre de la que se alimentan las revoluciones: esa ira.
Y mientras llega la nueva democracia hacen como que gestionan y gobiernan. Pero su primer imperativo consiste en mantener la apariencia de que todo funciona, el gobierno es una bendición y el único legitimado para ordenar al tiempo que la única fuente de legitimación para actuar
¿Se imaginan a nuestros políticos haciendo en público la autocrítica faustiana con la que abro esta columna? Están todos tan emocionados bailando a sus respectivos becerros de oro mientras se miran los ombligos, desparramados en sus butacones ministeriales, sus ergonómicas sillas de teletrabajo, en los estudios de las televisiones, animándonos a salir a los balcones al ritmo del aplauso. Se está gestando algo nuevo. Están calculando cómo usar esta peste del siglo XXI para reconvertirnos, para una nueva democracia. Pero no mediante la democracia. Sin embargo, ¿acaso la democracia sin elección, sin opciones de salida, sin privacidad no contaminada por el Estado (todo es política), este “fin de la historia, ya nada será lo mismo” no fue el fundamento, la idea central de los infortunios del siglo pasado?
Los asesinos en masa: el marxismo en todas sus variantes, el nacionalsocialismo, el fascismo, ¿no eran, después de todo, los hijos bastardos del ilusorio deseo de civilizar el Poder? ¿No se trataba de poder transferir la armonía de valores del grupo social pequeño a uno más grande? ¿Al TODO? ¿De ser capaces de interpretar la incomprendida e imaginada igualdad como el único acercamiento posible a lo justo? La democracia sin la medida de la responsabilidad individual es apenas pseudo legitimación para la dominación sin rostro, pero no sin vencedores y vencidos, pagadores netos y receptores netos, productores y parásitos.
Y mientras llega la nueva democracia hacen como que gestionan y gobiernan. Pero su primer imperativo consiste en mantener la apariencia de que todo funciona, el gobierno es una bendición y el único legitimado para ordenar al tiempo que la única fuente de legitimación para actuar. Se trata de mantener el monopolio de la interpretación y análisis de datos, incluso de la ira. De poner las filas prietas ante el viral enemigo. ¿Y cuál es el papel que se supone debemos jugar nosotros?
Permanecer atentos a nuestras pantallas. Ya nos lo dirán ellos.