La tragedia humana que estamos viviendo estos días es el resultado de la combinación de varios factores:

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  • Un virus altamente contagioso, con un 100% de la población vulnerable, por falta de “memoria inmunológica” al ser un virus nuevo en humanos, y por ausencia de vacuna.
  • Ausencia total durante más de dos meses de ningún tipo de medida de protección o higiene, inicialmente por falta de transparencia sobre lo que sucedía en China, y luego por desconocimiento y/o desidia o exceso de confianza de autoridades públicas y población en general.
  • Un sistema hospitalario dimensionado (como es lógico) para las necesidades sanitarias y hospitalarias “habituales”.
  • Un enemigo desconocido, sin protocolos ni tratamientos medicinales específicos, ni experiencia sobre los mismos.
  • Una población occidental que, con escasas excepciones entre las que no estuvo España, no padeció los efectos de epidemias recientes como el MERS o el SARS.
  • Lentitud de reacción a la hora de gestionar el aprovisionamiento y fabricación de los materiales necesarios para manejar el problema, y enorme demanda global de los mismos, muy superior a la oferta.

Hemos estado luchando contra una función exponencial de un virus de gran capacidad de contagio al que hemos dejado campar a sus anchas

Mi padre solía poner un ejemplo para que sus alumnos (y sus hijos) entendieran la función exponencial: les daba a elegir entre el valor, hoy, de un céntimo de euro colocado a interés compuesto del 6% (eran otros tiempos, de hecho él usaba una peseta), el día que nació Jesucristo, sin contar inflación, o el oro acumulado por un chorro del áureo elemento, del diámetro de la tierra, fluyendo a la velocidad de la luz, desde el día que nació Jesucristo hasta hoy (asumiendo valor actual, unos 50 €/gramo). Puede fiarse el lector de mí y creer que el céntimo es millones de veces “mejor inversión” que el chorro, o puede realizar los cálculos él mismo para comprobarlo.

Contra eso hemos estado luchando: contra una función exponencial de un virus de gran capacidad de contagio, al que hemos dejado campar a sus anchas.

Utilizando el mismo ejemplo anterior a efectos didácticos, si el interés compuesto del céntimo de euro fuera el 5%, en vez del 6%, el valor de la “inversión” sería hoy unos mil millones de veces inferior (de nuevo invito al lector escéptico a calcularlo). Tal es el poder de reducir o aumentar la capacidad de crecimiento de la función exponencial. Tan es así que, si el interés fuera cero, 2020 años después seguiríamos teniendo un triste céntimo de euro, y si el interés fuera negativo, o el banco nos cobrase comisiones, hoy no tendríamos nada.

Eso, de hecho, es lo que se intenta hacer en la fase de contención de los virus. Reducir su “interés”, o lo que llaman los expertos su “R0”, es decir, el número de personas a las que contagia cada paciente infectado. Si ese valor es muy alto, la enfermedad crece muy rápido en las poblaciones. Si es cercano a 1, lo hace más lento, y si conseguimos que sea inferior a 1 (“interés negativo” o “comisiones bancarias”), la enfermedad se extingue (como pasó con el MERS o el SARS).

Actualmente hemos conseguido reducir mucho la velocidad de propagación del virus con medidas de confinamiento extremas. El “interés” actual es ya negativo (el R0 menor que 1). Cada vez menos personas se están contagiando, lo que empieza a verse reflejado en las salas de urgencias de nuestros hospitales, en los nuevos ingresos hospitalarios y hasta en las cifras diarias de muertes (todavía enormes, pero ya inferiores a las de hace una semana). Teóricamente podríamos “extinguir” el virus en España, si quedáramos en confinamiento total durante el tiempo suficiente (quizá varios meses más). Obviamente, eso llevaría al colapso absoluto de la economía, y provocaría daños irreparables que, no olvidemos, se traducen también en muertes: la pobreza mata, y mata mucho. Pero es que además, a no ser que cerráramos herméticamente las fronteras, y que todo el mundo hiciese lo mismo (algo afortunadamente imposible), en cuanto unos pocos individuos contagiados entrasen en España, el virus comenzaría a propagarse de nuevo, por lo que no parece que tenga ningún sentido estar en confinamiento severo más tiempo de lo estrictamente imprescindible para hacer bajar la presión sobre el sistema hospitalario.

¿QUÉ PASARÁ AL SALIR DEL CONFINAMIENTO?

Si reiniciáramos todas las actividades anteriores a la aparición del COVID-19 de la misma manera que lo hacíamos antes, es previsible que la enfermedad se propagase de nuevo con similar rapidez (especialmente si el porcentaje de personas que realmente ha pasado la enfermedad, y por lo tanto deben ser ya inmunes, es muy pequeño). De nuevo, el mismo virus tendría condiciones casi óptimas de propagación, y en un par de meses (algo más si es cierto que las altas temperaturas reducen la velocidad de contagio, como es posible que suceda) estaríamos de vuelta en la misma pesadilla.

Afortunadamente, el ser humano es bastante bueno aprendiendo de sus errores, y no reiniciaremos nuestra vida normal como si nada hubiera pasado.

En primer lugar,

SE REDUCIRÁ LA VELOCIDAD DE CONTAGIO

  • Se generalizará el uso de mascarillas por parte de la población, probablemente incluso con legislación aprobada a tal efecto. El uso generalizado de mascarillas, teniendo en cuenta el aparentemente alto porcentaje de gente que pasa (y transmite) la enfermedad de forma asintomática, equivaldrá a “distanciarnos varios metros”. Por cierto, en algún momento habrá que cuestionarse por qué nuestras autoridades insistieron en la inutilidad e, incluso, en lo contraproducente de usar mascarillas “si estábamos sanos”.
  • Nos lavaremos más frecuentemente las manos con agua y jabón, o geles especiales, y desinfectaremos más las superficies de contacto.
  • Los acontecimientos multitudinarios no se reanudarán de forma inmediata. Teniendo en cuenta lo avanzado de la temporada y las anunciadas cancelaciones de numerosos eventos este verano, es probable que la Liga, la Champions y la Copa hayan concluido, al menos con público en los estadios. Meses tardarán también las manifestaciones y los mítines (aunque haya descerebrados que las convoquen, imagino que la autoridad competente no las autorizará y, en caso de producirse, las disolverá convenientemente).
  • Dado lo avanzado del curso, y quizá con la excepción de Segundo de Bachillerato y la EVAU (Selectividad), y de algunos exámenes universitarios, es probable que las actividades grupales en clase no se reanuden, al menos, hasta septiembre.
  • Los restaurantes abrirán probablemente poco a poco, pero con aforos reducidos y mayor espacio entre mesas.
  • Lo mismo ocurrirá con bares, cines, teatros, etc. En caso de abrir, supongo, tardarán varios meses en hacerlo y/o lo harán con aforo reducido.
  • El teletrabajo será, al menos inicialmente, una práctica más generalizada de lo que lo era hace 3 meses.
  • Habrá menos personas susceptibles de ser contagiadas, al menos en teoría: todas las que hayan pasado la enfermedad serán ya inmunes. Cuanto más alto sea el porcentaje de estas, más se reduce el R0 (el “interés” del céntimo). A partir de un determinado porcentaje de inmunes, el R0 es menor que uno, y la enfermedad se extingue “sola”.
  • Aquellas personas con síntomas se aislarán en cuarentena con rapidez.
  • Se realizarán muchos más test a la población general, detectando y aislando en cuarentena a individuos infectados.

Los expertos cifran el R0 de esta enfermedad en torno a 2,5-3, aproximadamente, en condiciones “ideales para el virus”. Es decir, cada individuo contagiaría de media a entre 2 y 3 más. Si el R0 fuera 3, eso equivaldría a que en unos 14 “ciclos de contagio” (3^14=4,78 millones), se habría contagiado aproximadamente el 10% de la población española.

¿Cuántos se infectarán en los mismos ciclos si, con esas medidas de distanciamiento social, cada individuo contagiara a 2,5 en vez de a 3? ¿Y si solo contagiase a 2?

La respuesta es poco más de 370.000 en el primer caso, y poco más de 16.000 en el segundo. Es decir 13 veces menos, y 300 veces menos respectivamente que en ausencia de medidas. Fantástico.

Sin embargo, también deberíamos preguntarnos: ¿cuántos ciclos de contagio se tardaría para contagiar al mismo 10% de la población con un R0 de 2,5? ¿Y con uno de 2? La respuesta es unos 17 ciclos en el primer caso, y unos 22 en el segundo. Es decir, un 20% más de tiempo en el primer caso, y casi un 60% más en el segundo, que si no tomáramos ninguna medida. O sea, tardar algunas semanas en el primer caso, y algunos meses en el segundo, para alcanzar el mismo nivel de infección.

Moraleja: hagamos lo que hagamos, la población se seguirá contagiando (mientras no haya vacuna o se alcance la inmunidad de grupo, es inevitable que la enfermedad se propague). Pero reducir la velocidad de contagio nos permite ganar bastante tiempo, tratar a los enfermos con los medios adecuados, reaccionar antes si se precisa confinamiento, tener que permanecer cerrados menos tiempo y, por tanto, salvar vidas minimizando el daño económico.

Además de ralentizar el ritmo de contagio, otra de las cosas que habrá cambiado cuando salgamos de nuestro “arresto domiciliario” es que

LA CAPACIDAD DEL SISTEMA HOSPITALARIO HABRÁ AUMENTADO

De aquí a la apertura del confinamiento, y sin duda a un posible rebrote de los contagios, los hospitales estarán lógicamente mejor preparados que a principios de marzo:

  • Todo el personal sanitario estará dotado de los Equipos de Protección Individual necesarios (mascarillas, guantes, gafas, trajes, etc). Eso permitirá minimizar las bajas, y maximizar la capacidad humana. Solo en caso de negligencia criminal podríamos llegar de nuevo a una situación como la que estamos padeciendo actualmente.
  • Habrá aumentado el número de respiradores disponibles, necesarios para atender a los pacientes más graves que precisan de intubación.
  • Habrá aumentado el número de UCI´s, o estaremos en condiciones de aumentar su número con mayor rapidez si es necesario.
  • Además, el “sistema” habrá aprendido a defenderse del enemigo: se sabrá qué tratamientos y medicamentos funcionan mejor, en qué fases de la enfermedad, en qué tipo de pacientes, etc.

En conclusión, es altamente improbable que volvamos a pasar por una situación sanitaria ni remotamente parecida a la actual e, incluso, si fuera a producirse, la detectaríamos mucho antes, minimizando las bajas.

¿QUÉ HACER AHORA?

En primer lugar, y como ya sugería hace bastantes días en este mismo blog, debemos conocer dónde estamos. POR FIN se nos anuncia desde el Gobierno la realización de un muestreo en 30.000 familias representativas geográfica y poblacionalmente, seleccionadas por el INE, y que representarán algo más de 60.000 personas, sobre las que se realizarán test de anticuerpos para conocer de manera bastante aproximada el porcentaje de población en España que, por regiones o localidades, ha pasado ya la enfermedad y deberían por tanto tener inmunidad. Cuanto más grande sea este porcentaje, mejor. Si es alto (al menos > 10%), significará, por un lado, que la letalidad de la enfermedad es alta, pero “tolerable” (<1%), y por otro, que esa población ya inmune hará disminuir la velocidad de propagación del virus. Si por el contrario es muy bajo (inferior al 1%), significará que la letalidad puede andar en niveles superiores al 5%, quizá cercanos al 10% y, además, que la velocidad de propagación del virus, en ausencia de medidas de distanciamiento social, sería casi la misma que la que ha disfrutado este invierno.

Cada día que pasamos en situación de confinamiento casi total hace un daño enorme a nuestra situación económica. Además, y con cierto paralelismo con lo que ocurrió durante el agravamiento de la crisis sanitaria, cuando cada día sin tomar medidas de alejamiento se tradujo en miles de infectados y decenas o cientos de muertos más que si las medidas se hubieran adoptado el día anterior, cada día que permanecemos encerrados provoca un daño mucho mayor al del día anterior. De nuevo, se trata de la maldita función exponencial. La quiebra de una empresa provoca con sus impagos la quiebra de varias más, estas a su vez de muchas más, y esa reacción en cadena se traduce muy pronto en millones de parados, decenas de miles de millones de euros de gasto público en prestaciones, déficit, deuda pública, y la necesidad de recortar gasto y aumentar impuestos empeorando los servicios públicos y reduciendo el crecimiento.

Por eso es crítico que las autoridades entiendan YA la urgente necesidad de reactivar la economía. Un día más en nuestras casas, aunque dé mucha seguridad y parezca “solo un poco más” al político, produce mucho más daño que el primer día de encierro. También en términos sanitarios, puesto que muchas visitas preventivas o intervenciones quirúrgicas “menos urgentes” se están retrasando, y si siguen haciéndolo causarán serios daños a la salud de muchos en un futuro más o menos inmediato. Por eso es deprimente leer que tendremos los resultados de ese estudio, CUYA MUESTRA AÚN ESTÁ POR DEFINIR (¿a qué han estado esperando?), dentro de varias semanas (ya será cerca de dos meses, me temo).

De los resultados de esa encuesta depende el nivel óptimo de las restricciones a mantener a la salida del confinamiento y, por tanto, la mayor o menor velocidad en retomar la actividad social y económica. Si el 70% ha pasado la enfermedad, deberíamos regresar a la normalidad sin más restricciones que usar mascarillas y lavarnos las manos, pues nos protegerá muchísimo la inmunidad de grupo. Si es el 0,7%, habrá que volver poco a poco, como describía al principio. En ausencia de esa información, si es que realmente son necesarios meses para obtenerla, probablemente lo más sensato sea no esperar a los resultados, y retomar la actividad con muchas restricciones y con la máxima vigilancia.

No hay ya NINGUNA probabilidad de hacer desaparecer el virus antes de que aparezca la vacuna. Ahora que hemos conseguido parar la muerte de muchos cientos de miles, toca asumir que hay que convivir con el COVID-19, como hacemos con la gripe, pero con más precaución durante unos meses. Y que se cobrará algunos de miles de vidas más durante los próximos 18-24 meses.

Lo peor de la crisis sanitaria está ya atrás, con casi total certeza. La Coronacrisis económica, sin embargo, va a ser muy dura. Cada día, cada hora, cada minuto más de lo estrictamente necesario que estemos parados, produce un daño irreparable a nuestro bienestar presente y futuro. Creo que las autoridades están a tiempo de evitar repetir el ahora evidente error cometido cuando se retrasaron ciertas medidas de distanciamiento social, y que probablemente se tradujo en muchas muertes evitables. Puede hacerlo si, involucrando a otras administraciones, a empresas y a la sociedad civil en general, define, comunica y ejecuta un plan que permita, con la máxima eficacia, recuperar de la manera más ágil y sostenible posible la actividad económica y el dinamismo social. Hoy mejor que mañana.

Foto: ivanacoi

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