Hace cinco años, cuando aún no habíamos descubierto lo serviles que somos gracias a la pandemia, acudí a un acto de Steven Pinker en Madrid. Había sacado no hacía mucho su obra Enlightment now, que se ha traducido a nuestro idioma como En defensa de la Ilustración. Su libro, y su exposición entonces, que siguió el razonamiento de su obra, es en realidad una defensa del progreso. Defendió la razón y la ciencia, el progreso moral hasta donde lo permite la naturaleza humana, y la mejora de las condiciones de vida.

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Me acordé este martes de aquélla intervención. Tuve la oportunidad de ir a un encuentro con tres autores de fuste: Marian Tupy, que es el responsable del imprescindible proyecto Human Progress, y autor de la obra Superabundancia. Por qué a medida que crece la población crecen también los recursos disponibles. Ian Vasquez, vicepresidente de Estudios Internacionales y director del Centro para la Libertad y la Prosperidad Global del Cato Institute. Y Deidre McCloskey, historiadora, y una economista que está llamada a cambiar el modo en que entendemos el origen del capitalismo, gracias a su trilogía sobre las virtudes burguesas. El evento estuvo organizado por la Fundación Internacional para la Libertad y por el Instituto Juan de Mariana.

Muchas de las ideologías que nos fustigan con su rechazo del mundo actual y nos prometen un mundo muy otro y mucho mejor no son más que gnosticismo

En el lugar de encuentro nos juntamos personas de diversa procedencia, y con una común desconfianza hacia el poder. Marian Tupy comenzó citando a Pinker. ¿Cómo no iba a acordarme de él? Nos contó que el psicólogo evolucionista le dijo qué es lo que le movió para escribir su libro sobre la Ilustración.

En el anterior, Los ángeles que llevamos dentro. El declive de la violencia y sus implicaciones, había mostrado que en el curso de la historia el daño físico contra el otro había ido decayendo. “En Europa, los Estados guerreaban el cien por ciento del tiempo”, dijo Tupy con sólo una pizca de exageración. “Ahora exigimos que cese una guerra, porque la paz es el estado normal”. Y es así. “En la Florencia de Miguél Ángel tenías un 75% de probabilidades de morir asesinado”. Hoy eso no ocurre ni en Venezuela. Bien, pues en su siguiente libro quería mostrar que había ocurrido lo mismo pero con otros aspectos: la vida y la salud, la riqueza y la desigualdad, el medio ambiente y las amenazas existenciales…

Human Progress se dedica a registrar todo lo que nos afecta de verdad y que mejora. “Good news, no news”, nos decían en la Facultad de Periodismo. No contamos que en determinado portal ha concluido el día sin que ninguno de los vecinos haya matado a otro; hacemos una noticia cuando se produce un asesinato: “Siempre saludaba…”. Bien, eso es fácil de entender. La noticia es lo extraordinario. Pero, aunque las catástrofes suelen venir de una vez y los progresos a lo largo de meses, años o generaciones, hay un cierto gusto por las malas noticias. Tupy lo explicó recurriendo a la psicología evolutiva: tendemos a ponernos alerta ante cualquier amenaza: el coste de sobrerreaccionar es bajo, pero el de responder de una forma lenta o poco intensa puede salirnos muy caro: “Puedes convertirte en la comida de otro”.

También dijo una frase de Pinker que el canadiense nos dijo en 2019: “los intelectuales odian el progreso. Sobre todo, los intelectuales progresistas”. ¿Por qué es así? Una parte del coloquio trató sobre ello. El propio Tupy ofreció una respuesta interesante: hay personas que se aferran a su ideología anticapitalista, aunque la realidad le rodee a diario gritándole que no tiene razón. Y la estrategia más sencilla es negar la mayor: aferrarse a la idea de que estamos abocados a una catástrofe, porque reconocer lo contrario supondría reconocer un bien a las sociedades abiertas y libres, que son las que más progresan, y las que más odian.

Deidre McCloskey contó la anécdota de que, en una ocasión, acompañada de un profesor marxista, éste le confesó: “¡Odio el mercado!”. “Pero eso no es así. Tienes una casa que te has comprado en el mercado, tienes un coche, unos libros que te has comprado en el mercado…”. Y el otro respondió ante todo ello repitiendo su imprecación: “Da igual. ¡Odio el mercado!”.

En una conversación entre los dos, cuando se deshizo el grupo y me pude sentar a su lado, le dije a McCloskey que mi idea de la división entre la izquierda y la derecha tiene que ver con un punto de vista sobre la realidad: la derecha acepta la realidad tal cual es, mientras que la izquierda la rechaza. La rechaza porque quiere cambiarla o, más bien, quiere cambiarla porque la rechaza. Entonces, compartí con ella una idea original, pero que no es originalmente mía, sino de Eric Voegelin. Decía el autor alemán que muchas de las ideologías que nos fustigan con su rechazo del mundo actual y nos prometen un mundo muy otro y mucho mejor no son más que gnosticismo.

Es cierto que el gnosticismo decía que el mundo es malvado. Hemos sido arrojados a él, pero es perverso. Por eso los gnósticos, como los progresistas de hoy, lo rechazan. McCloskey estaba de acuerdo con el académico alemán, y me citó tanto a Karl Marx como a G.W.F. Hegel. La tesis es muy interesante, pero es materia para otro artículo.

Marian Tupy, antes de que comenzara la conversación, nos habló a un pequeño grupo de asistentes sobre su próximo libro. Trata de una cuestión por la que nos hemos interesado en Disidentia: ¿por qué no tenemos hijos? Tupy nos adelantó una de sus conclusiones, que no es ciertamente revolucionaria: el coste de oportunidad es ahora mucho más alto. El progreso soluciona o aminora algunos problemas, pero el mismo progreso puede crear otros, como es el caso.

Foto: Wilhelm Gunkel.

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