La oración fúnebre de Pericles, contenida en la Historia de la guerra del Peloponeso de Tucídides, constituye uno de los más bellos alegatos de la democracia de la historia. Esta fue pronunciada históricamente por el famoso político ateniense durante los primeros compases de la famosa guerra que enfrentó a los dos grandes ciudades estado de la antigüedad (Atenas y Esparta), su contenido constituye una idealización del modo de vida democrático de Atenas, elaborada por el propio Tucídides muchos años después, cuando Atenas ya había sido derrotada por Esparta y el populismo democrático se había convertido en el principal discurso retórico para explicar la derrota y declive de Atenas

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El pasado día 13 de Enero, en El Álamo, localidad de gran simbolismo para el pueblo de Texas, el presidente saliente Donald Trump pronunció que a todas luces constituye una manifestación moderna de la famosa oración fúnebre aplicada a su forma populista de entender la política. Más allá de ciertos paralelismos históricos que se puedan establecer entre el declive del imperio norteamericano y su democracia con los propios de la talasocracia ateniense, ante el auge de una potencia cuya forma de organización social y política es radicalmente diversa (China comunista y Esparta), la principal semejanza entre ambos discursos radica en su idealización de una forma de entender la política: la del gobierno del pueblo que no acepta que nadie al margen de sí mismo determine su destino. Al igual que el famoso discurso de Pericles, el discurso de Trump se pronunció en un momento de gran desprestigio para el trumpismo, tras los luctuosos sucesos del capitolio y con todos los grandes medios de comunicación del mundo embarcados en un proceso de denigración de Trump y su legado.

El populismo también es una reacción frente al fracaso de otras élites políticas, grandes corporaciones, grupos de interés y corrientes de pensamiento que no concurren expresamente a las contiendas electorales y que no han logrado que su programa de ingeniería social sea mayoritariamente aceptado por el cuerpo social

Que Trump haya elegido precisamente el último sector de su famoso muro tiene un gran valor simbólico. El tapial de 640 km erigido en la frontera con Méjico simboliza el elemento fundacional básico de la política entendida en sentido populista. El muro no es sólo una construcción de carácter defensivo que busca proteger frente a potenciales agresiones del exterior. También es un símbolo arquitectónico de reconstrucción que permite apuntalar las bases de la edificación. Adriano construyó su famoso muro en un momento en el que presentía que el declive del imperio romano se acercaba y en el que era necesario replegar fuerzas para concentrase en el reconstrucción interior de un imperio moribundo. El muro de Trump ejemplifica ese intento de retorno sobre sí mismo del gigante norteamericano cuyo declive obedece más a factores internos que a externos: a una pérdida de confianza en la superioridad de los propios valores norteamericanos sobre la base de los cuales se construyó esa democracia en 1787.

El muro de Trump cuya plasmación en la retórica política consistió en el famoso “Make america great again” ha simbolizado ese propósito de la administración del controvertido presidente de alcanzar la sanación del cuerpo político americano enfermo. Toda la teoría política griega está construida sobre la base de la idea médica de la sanación. Tucídides en el libro VI de su Historia de la guerra del Peloponeso, inspirándose en la medicina hipocrática dice lo siguiente

“La ciudad que ha tomado una decisión equivocada encontrará en ti un médico para sus males; pues lo propio de un buen magistrado es prestar los mejores servicios a su patria, o, al menos, procurar no perjudicarla voluntariamente”.

No hay peor mal que afecte a la ciudad que el de la división en bandos. Esta genial intuición de los griegos sigue siendo de plena actualidad hoy en día. Especialmente en los Estados Unidos donde las Big Tech y el establishment parecen empeñados en dividir el país en buenos y malos americanos

Contra la opinión dominante que plantea que el populismo trae la división y la confrontación a la arena política, mi opinión es justo la contraria: el populismo busca neutralizar el agonismo político mediante el recurso a la dramatización de la política. En la medida en que el populismo es exitoso y logra estabilizar el cuerpo político, ahuyenta el fantasma de la guerra civil, que es el horizonte que plantea la concepción neo-schmittiana de la política caso de que no logre imponer su plan de ingeniería social

El populismo es la reacción frente al fracaso de unas élites políticas. Por un lado de una élites políticas que niegan la existencia del conflicto o que creen que este es resoluble apelando al mito de lo dado en la instituciones. Este mito es una variante política que guarda cierto aire de familia con el mito epistemológico de “lo de lo dado” del positivismo. El mito de lo dado en la epistemología hace referencia a la idea de que la única creencia básica, justificada por sí misma y que sirve para justificar otras creencias es la creencia en que lo presentado a los sentidos de forma inmediata es verdadero por sí mismo, sin necesidad de que medien inferencias ni conceptos previos. El filósofo analítico Wilfrid Sellars en Empirismo y Filosofía de la mente realizó una brillante crítica que demostró el carácter conceptual y socialmente mediado de muchas de nuestras afirmaciones más básicas acerca de la experiencia. El mito de lo institucional también tiene un origen positivista, sólo que en este caso basado en el positivismo jurídico. Según este mito las instituciones se auto-justifican por el mero hecho de ser presentadas por el derecho de una forma determinada (despersonalizadas, reguladas….)

Esta presentación y justificación puramente formal de lo institucional desconoce que el funcionamiento de las instituciones no se entiende sin hacer referencia a conceptos ideológicos que determinan como de facto funcionan esas instituciones. Los que creen en el mito de lo dado en la institución no sólo se limitan a acatar lo dictaminado por ésta, una exigencia racional propia del estado de derecho, sino que tampoco se atreven a criticar su funcionamiento por la creencia de que su crítica es una forma de deslegitimación de la propia institución.

Muchos anti-trumpistas, especialmente liberales y conservadores, son víctimas de este mito cuando equiparan violencia con crítica, incluso la más acerada, al funcionamiento “real “de ciertas instituciones. Estos anti-trumpistas no aceptan la crítica, por mor del mito a lo institucional, de ciertos recuentos de votos controlados por autoridades vinculadas al partido demócrata ni tampoco admiten la crítica a la labor de ciertos jueces, con clara identificación ideológica, que se negaron a investigar ciertas irregularidades electorales pese a haberse presentado suficientes indicios de prueba. Para los que viven presos del mito de lo institucional, afirmar que las instituciones funcionan también bajo presupuestos ideológicos es tan escandaloso como para el positivismo lógico lo era negar el carácter de evidencia absoluta e inmediata de una proposición de experiencia del tipo “esto es rojo”. Desde ese punto de vista, los que viven bajo el dominio del mito de lo institucional desprecian una de las pocas aportaciones interesantes del marxismo.

El populismo también es una reacción frente al fracaso de otras élites políticas, grandes corporaciones, grupos de interés y corrientes de pensamiento que no concurren expresamente a las contiendas electorales y que no han logrado que su programa de ingeniería social sea mayoritariamente aceptado por el cuerpo social. Estas élites políticas, normalmente vinculadas a la izquierda o al llamado centro, apelan a la idea normativa del consenso en la política pero en realidad su acción política es realista y neo-schmitiana. Carl Schmitt en su obra El concepto de lo político destacó como lo político no constituye una esfera autónoma de actuación en lo social diferente de lo económico o de lo cultural. El jurista de Plettemberg se anticipó pues a las feministas que ahora afirman que todo es político. Lo que caracteriza a lo político con respecto a otras esferas de actuación en la sociedad es que establece el máximo grado de disociación posible entre los individuos, separándolos en dos categorías: amigos y enemigos. Estos últimos no son aquellos que me resultan antipáticos sino aquellos cuya mera existencia supone un obstáculo a la realización de mis planes para la sociedad. Si la política no neutraliza este antagonismo que lo político introduce en la sociedad, el horizonte es la guerra civil. La política para Schmitt, en la línea hobbesiana, se plasma en la conquista de los mecanismos institucionales de poder que permiten neutralizar al enemigo e instaurar la paz social alejando el peligro de la guerra civil.

El populismo desde mi punto de vista constituye una valiosa herramienta para la sanación de los males de ciertos excesos derivados de la política actual: el creciente desapego de las élites políticas respecto de los ciudadanos, los riesgos cada vez mayores derivados de una schmittización de la política y la cada vez mayor influencia que en la esfera política tienen actores políticos no institucionales (grandes corporaciones, medios de comunicación de masas, ciertas ideologías posmodernas que no se explicitan en los programas de los partidos pero que los determinan….). El populismo, como expondré, supone una teatralización de la vida política, una “poetización” de la política en el sentido en el que Aristóteles analiza los efectos psicológicos de la tragedia en los espectadores. El populismo, como la tragedia aristotélica, tiene efectos catárticos, es decir, purgantes respecto de muchas de las pasiones políticas introducidas como consecuencia de la concepción de la política neo-schmittiana que maneja el consenso socialdemócrata globalista.

Foto: Gage Skidmore.


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Carlos Barrio
Estudié derecho y filosofía. Me defino como un heterodoxo convencido y practicante. He intentado hacer de mi vida una lucha infatigable contra el dogmatismo y la corrección política. He ejercido como crítico de cine y articulista para diversos medios como Libertad Digital, Bolsamania o IndieNYC.