No cabe duda de que España es un país de contrastes. En el lugar con más paro del mundo occidental, en el que los jóvenes no son capaces de acceder a un puesto de trabajo ni por equivocación faltan camareros, fontaneros, electricistas, personal de mantenimiento de todo tipo, chapadores, carpinteros, agricultores y casi cualquier otra profesión que no sea la de funcionario o aspirante a chupar de la teta estatal.
Es más, se preparan reformas para cubrir los puestos que se están demandando por personal de fuera de nuestras fronteras. El contraste es demencial, por decirlo con educación. Nadie querer venir a trabajar a España y es para mirárselo.
No es solo que las trabas burocráticas a la contratación no tengan parangón en Europa, la consecuencia más indeseable es esa cultura que se genera dentro de una sociedad que precisa de la paguita para sobrevivir
Nos movemos en un sistema laboral tan perverso que no permite el acceso a propios ni a foráneos de forma fluida, conforme el mercado los demanda. No es solo una cuestión burocrática o de exceso de pagos, es tan larga la duración y estamos tan acostumbrados al “paro estructural” que permitimos pasivamente e incluso hay quien aplaude, las medidas de subsidio al parado que, lejos de favorecer su incorporación al mercado de trabajo, lo adocenan en su cómoda vagancia acostumbrándolo a subsistir miserablemente con las migajas que caen de la mesa del Consejo de Ministros.
Es descorazonador como los gobiernos españoles de los últimos 25 años no se han dignado una sola vez a atajar un problema sangrante en nuestras instituciones. Tanto da Finlandia o Dinamarca como la República Checa, son tantos los ejemplos y tantas las veces que los hemos repetido que uno no sabe si es momento de rasgarse literalmente las vestiduras en plaza pública a ver si alguien reacciona ante el orondo desnudo y copia lo que otros han hecho relativamente bien.
No es solo que las trabas burocráticas a la contratación no tengan parangón en Europa, la consecuencia más indeseable es esa cultura que se genera dentro de una sociedad que precisa de la paguita para sobrevivir. Personas que pasan la treintena que no han conseguido trabajar más que unos pocos meses. Proyectos de vida aplazados sine die porque no hay forma de financiarlos si no es por el bolsillo de los progenitores. Depresión, huida o hartazgo. Nos aproximamos peligrosamente a un punto de inflexión catastrófico.
Contamos con sistema de pensiones quebrado que ya no sirve para jubilar a unos ciudadanos que comenzaron a nutrirlo en la veintena y que es imposible que sea viable para que estos otros ciudadanos que han empezado a cotizar más allá de los treinta puedan reclamar su parte antes de los setenta y cinco u ochenta años. Es una operación matemática sencilla. Todo ello sin descontar inflaciones y prevaricaciones o pirámides de edad. Esta es solo una de las derivadas.
La única explicación que se me ocurre ante tal despropósito es todavía más penosa y deprimente si cabe, pues aquellos que fomentan esta cultura ociosa en la que sólo queda vivir del Estado o trabajar para él, solo tienen intención de mantener a sus ciudadanos esclavizados y dependientes. Por suerte esto es insostenible a largo plazo. Por desgracia, extirpar este tipo de patologías es doloroso como lo fue en una Grecia que aún no acaba de recuperarse y aun así, si no se hace, es mortal de necesidad, es acabar convertidos en la Venezuela de Maduro.
Yo, por mi parte, les dejaré cuatro pinceladas rápidas, para que nadie pueda decir que además de manifestar el problema, no aporto mi granito de arena, que no es otro que un solo tipo de contrato, a ser posible mercantil; eliminación de la negociación colectiva y que ésta se haga por empresa, con libertad para cada trabajador de negociar sus propias condiciones; eliminación del salario mínimo; eliminación de las cotizaciones tanto para pensiones como para sanidad con posibilidad de mochila austriaca para aquellos que lo deseen; capitalización de pensiones y, por supuesto, eliminación de la cuota de autónomos. Siempre me pareció una salvajada tener que pagar para por intentar ganarte la vida y siempre me pareció que el mercado de trabajo español necesitaba un granito de arena del tamaño de Júpiter cayéndole encima a todo trapo.
Foto: Sol.