Una inmensa mayoría de los que nos dedicamos a la ciencia estamos convencidos de que la discriminación es algo reprochable, y debiéramos abogar por que un individuo humano de cualquier sexo, raza, grupo étnico o ideología sea valorado académicamente únicamente por sus méritos y potencialidades. Me parece siempre elogiable defender a los débiles en caso de injusticia y tratar de hacer una sociedad en que se den la menor cantidad de atropellos posibles. Por ejemplo, que una científica de excelentes cualidades intelectuales, de entre las muchas que hay, no se vea marginada en su labor por razones de discriminación sexual. Es por ello que las ideas del feminismo han avanzado en nuestra sociedad y, por extensión, en el mundillo de la ciencia.
Ahora bien, una cosa es luchar contra las injusticias y otra cosa distinta es promulgar una ideología “de género” que establezca lo que es el ser humano. Es ideología llevar al extremo la idea de igualdad de derechos para convertirla en una igualdad de hechos hasta el punto de pensar que no existen ni sexos, ni razas, ni nada que distinga la naturaleza de distintos seres humanos, especulando que cualquier diferencia de conducta en diferentes individuos se debe a factores culturales/educativos y nunca a factores biológicos innatos. Es una ideología y no un hecho, como tratan de imponer quienes defienden el dogma, porque se basa en creencias y no hay ninguna evidencia de estudios antropológicos de que haya habido o pueda llegar a haber alguna sociedad humana en la que los roles masculinos y femeninos se diluyan y sólo quede un único tipo de ser humano andrógino sin rasgos sexuales en su conducta o en la división del trabajo. No está mal que haya ideologías, cada civilización en cada época tiene las suyas, ello forma parte del desarrollo del pensamiento. Sin embargo, el peligro se adviene cuando se trata de convertir tales ideas en verdades absolutas y perseguir a los herejes que las nieguen. El pluralismo es un gran valor, y permitir la diversidad de opiniones debiera ser un principio. Y para preservar ese respeto plural, es necesario no coaccionar a nadie por sus ideas con amenazas.
Hoy, como en cualquier época y lugar, se persigue a los librepensadores por apartarse de doctrinas oficiales. ¿Caminamos hacia una nueva caza de brujas, o estamos ya quizá presenciándola?
En la actualidad, estamos asistiendo a una ola de proselitismo en los institutos de investigación y a una aplicación de las consignas del nuevo credo. Es corriente amparar el victimismo del “sexo débil”, o proponer discriminaciones positivas con propuestas tales como la paridad o número mínimo de representantes de cada género en ciertos sectores haciendo presión para elevar la participación femenina donde no se da espontáneamente, o revisar una y otra vez la historia de la ciencia para sobrevalorar las creaciones de científicas olvidadas, u ofrecer charlas de adoctrinamiento, organizar congresos sobre género y ciencia, o perseguir a todo aquel que opine sobre el tema de manera diferente. Ya no se trata pues de luchar contra la discriminación actual, sino de imponer una visión del mundo y de conseguir mayor cuota de poder para algunos. Surgen por doquier en el seno de instituciones científicas las “comisiones de igualdad”, nombre con el que se disfrazan quienes defienden la desigualdad de un trato de favor hacia la mujer y tratan de imponer una ideología única: en este caso el feminismo de tercera ola y la ideología de género. Esto es equivalente a crear comisiones católicas en los tiempos de Franco en España, o comisiones comunistas en la antigua URSS, encargadas de perseguir a quien vea el mundo de otra manera.
En el mundo anglosajón, la barbarie está más extendida. Estos países pioneros en el desarrollo de las democracias modernas y sus proclamas de igualdad están siendo también los primeros en sufrir las consecuencias de un igualitarismo llevado al extremo. Algunas situaciones tienen gracia, como por ejemplo que un científico tenga que pedir disculpas por considerarse sexista llevar puesta una camisa con fotos de bellas mujeres vestidas; otras situaciones no son tan graciosas, cuando implican despidos o renuncias motivadas por las presiones de quienes no toleran la libertad de expresión, como por ejemplo la campaña contra la prestigiosa revista Science por comentar y poner una fotografía en la portada considerada de estereotipos sexistas de transexuales, o que un premio Nobel haya tenido que dimitir de su puesto de investigación, por opinar sobre cómo se comportan las mujeres en su laboratorio o el ingeniero de “Google” que fue despedido de su puesto por opinar que es normal que haya más hombres que mujeres en su oficio. Parece que ya no son tiempos para que se expresen ideas libremente. Más que los casos excepcionales, preocupan las medidas de presión que el lobby feminista dentro de la ciencia está ejerciendo de forma sistemática para luchar contra la libertad de expresión, lo que incluye la difamación y el acoso por medio de redes sociales o medios de comunicación.
En España, vamos en la misma dirección: el victimismo de la mujer oprimida en una sociedad patriarcal vende, y cualquier intento de señalar los excesos de propaganda en ese sentido es calificado como retrógrado, misógino y machista. La expresión “estereotipo sexista” está por doquier, lo cual no tiene mucho sentido porque el “sexismo”, según la definición del Diccionario de la Real Academia Española, es la “Discriminación de las personas por razón de sexo” y no hay ninguna discriminación en observar que algunas conductas son más típicamente masculinas o femeninas. El sexismo se da cuando se niega el acceso a un puesto de trabajo de una mujer por su condición sexual, pero no por señalar cómo viste o piensa en función de su sexo.
Notable ha sido el intento de retirar un número especial de la revista del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) “Arbor” dedicado al tema de la feminidad, porque las autoras que lo escribieron, aunque pertenecientes al mundo académico, no formaban parte de ninguna secta feminista que se esconde bajo el nombre de “estudios de género” y defendían puntos de visto contrarios a la ideología de género que trata de ser la opinión única. En particular, el sector más ofendido ha sido el de las científicas militantes del feminismo, ofendidas por que una revista cuestione la existencia de discriminación por género en la ciencia actualmente, lo que deja como inútiles a todos los vividores del cuento que hoy obtienen subvenciones para desarrollar los llamados estudios de género en relación con la ciencia. Muy inseguros deben de estar los defensores de la ideología de género si para defender sus ideas necesitan censurar las de sus opositores. De seguir la tendencia actual, el próximo paso puede ser que el Santo Oficio acceda al domicilio particular de cada individuo para chequear si tiene alguno de los libros considerados por las feministas como herejes de sus credos. ¿Hemos de eliminar también de las bibliotecas a la mayoría de los pensadores clásicos por no acomodarse a la ideología de los feministas de tercera ola?
Es un hecho también en España, como en otras naciones, el acoso mediático actual y de linchamiento al adversario ideológico contra quienes se oponen a tal ideología. Los intentos de acallar las voces discrepantes se canalizan en agitadores de masas que empujan a través de redes sociales en Internet o por la prensa a la difamación y deshonor de tales, como en el caso de la lluvia de comentarios pendencieros y amenazantes y tergiversaciones que redes sociales y prensa impulsaron con el fin de acosar a un científico y filósofo, difamarlo, tratar de censurar uno de sus libros, bloquear la página web del autor e intentar cargar sanciones por traer a colación en su obra argumentos filosóficos en la línea de pensadores clásicos como Freud, Nietzsche, Rousseau, Schopenhauer o similares, poco simpáticos a las nuevas sacerdotisas de lo políticamente correcto.
Conocido es el hecho de que el ejercicio del poder va usualmente acompañado de un uso de la propaganda del sistema utilizando medios públicos y privados a su alcance, con el fin de alienar las mentes de las masas y socavar y desprestigiar los argumentos de los que a tal se oponen. Hoy, como en cualquier época y lugar, se persigue a los librepensadores por apartarse de doctrinas oficiales. ¿Caminamos hacia una nueva caza de brujas, o estamos ya quizá presenciándola? La historia está llena de persecuciones ideológicas, mismo la que da el nombre a tal cacería, o la persecución de comunistas en los años 50 en Estados Unidos. Algo de eso parece haber en la actualidad con quien ponga en duda los fundamentos de la ideología feminista actual, aunque los modernos inquisidores no queman a nadie en la hoguera. Además, en este caso, las “brujas” no son las perseguidas sino las perseguidoras.
No obstante, las leyes en España, de la Constitución de 1978, amparan la libertad de expresión y “el ejercicio de estos derechos no puede restringirse mediante ningún tipo de censura previa (…), sólo podrá acordarse el secuestro de publicaciones, grabaciones y otros medios de información en virtud de resolución judicial”—dice el artículo 20. Las excepciones a esta libertad de opinión las marcan los posibles atentados contra la Constitución en que se pueda incurrir. La típica cantinela de los ofendiditos que pretenden censurar la libertad de expresión en nombre de supuestas ofensas no tiene mucho recorrido legal, salvo en casos que impelen a cometer delitos. Y como muchos saben que no tiene recorrido legal, recurren a la barbarie fuera de la ley, recurren a la agitación de masas por medio de redes sociales, o a campañas a través de change.org, y al juicio moral sin la presencia del acusado para defenderse, al linchamiento mediático. Y, si se puede, se presiona a través de la manipulación de la opinión pública para que, por ejemplo, se despida de su trabajo al acusado. Pero la ley es sabia, en España tenemos una larga historia de persecuciones ideológicas y hemos aprendido a respetar la pluralidad. Es por ello que, aun dentro de los tiempos en que vivimos en los que las masas están gozosas como nunca de mostrar su chabacanería en las redes sociales, España es un país con unas instituciones y fundamentos de civilización serios y protege a sus ciudadanos de intransigencias. Esto hace que, aquí al menos, no se pueda poner una multa ni echar alegremente a un trabajador público a la calle por haber expresado una opinión contraria a la corrección política. Braman, es cierto, los colectivos feministas, los colectivos LGBTI u otros similares por producir leyes intransigentes e irrespetuosas contra el que opine diferente a ellos, pero por ahora tendrán que morder el polvo y canalizar su rabia en protestas callejeras, porque la ley bien fundada no les deja ir más allá. Esperemos que no se llegue a pervertir nuestro sistema legal para dar vía libre a una caza de brujas, como ha sucedido o sucede en otros países.