Cualquier mediano conocedor de la historia de España desde finales del XIX sabe que el principal problema con el que han tropezado nuestros antepasados, y con el que ahora tropezamos, es el de la debilidad del Estado.

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La última manifestación, y tal vez la más grave, es el fallido, de momento, golpe de Estado de los supremacistas catalanes, y, lo que es todavía peor, lo que amenaza con ser un comportamiento apaciguador, traidor a la unidad nacional, a la igualdad de derechos y obligaciones y al interés común, del actual Parlamento y del Gobierno de Pedro Sánchez que, lejos de corregir los errores cobardes de Mariano Rajoy, amenaza con hacerlos más graves y duraderos.

Me refiero, claro está, al Estado como institución que garantiza la libertad política, el respeto a la ley, y la igualdad de derechos, es decir a un Estado muy alejado de lo que actualmente tenemos, que se limita a ser un órgano dominado por partidos cerrados, compuestos por funcionarios públicos y por apparátchiks que no han hecho otra cosa en su vida que medrar en el partido, y atentos, por encima de todo, a sus intereses corporativos y a los de sus beneficiados, y, consecuentemente, indiferentes a la suerte común que afecte a los ciudadanos.

Este Estado es la consecuencia de no haberse podido consagrar en el pasado un Estado liberal mínimamente eficiente y haber pasado luego por la trituradora del estatismo franquista y por la hegemonía burocratizadora del dogmatismo de la socialdemocracia, apenas combatido por un Partido Popular prisionero de sus fantasmas y rotundamente escéptico ante cualquier idea mínimamente liberal.

Eso es lo que padecemos en España y no parece sencillo librarnos de tan insoportable carga, especialmente cuando los medios de comunicación y las escasas instituciones civiles existentes han decidido, casi por unanimidad, a vivir a costa de ese mismo Estado ineficiente. Han renunciado a lo que deberían ser a cambio de las condescendientes subvenciones discrecionales, pagadas con el dinero de los demás.

En España, los gobiernos solo saben subir los impuestos y ampliar las redes clientelares

Y ¿qué es lo único que saben hacer estos señores que nos gobiernan? Es extremadamente sencillo: subir los impuestos y aumentar su tamaño, es decir sus redes clientelares, las celdas de la colmena común que viven de chupar lo que a duras penas producen las escasas abejas trabajadoras. En esto, que es lo esencial, no ha existido la menor diferencia entre el Partido Popular de Rajoy y el Partido Socialista, de Sánchez.

Tal vez por eso Rajoy se retiró tan tranquilo a su Registro de la Propiedad de Santa Pola en el momento que supo que se le había acabado el gas. De Montoro a Montero, casi parece un chiste, ambos andaluces, ambos acostumbrados a considerar a los ciudadanos como delincuentes comunes que no les pagan lo suficiente para mantener a su extensa y siempre creciente familia de enchufados, cuñados y acoplados, esa caricatura de los viejos y excelentes funcionarios de un Estado esencialmente débil que nunca ha llegado a existir con plenitud y que se desangra en esa caricatura que sufrimos, una mezcla de mafia y de rebaño de incompetentes, con algunas, muy pocas, preciosas excepciones. Si quieren saber cuáles son miren a las que son más atacadas en Cataluña, entenderán, además, el porqué.

El futuro político de España depende de que seamos capaces de reconstruir un Estado fuerte pero limitado a sus funciones esenciales

El punto crucial del futuro político de España es precisamente éste, si seremos capaces de reconstruir un Estado fuerte pero limitado a sus funciones esenciales, si lograremos que se abra paso un línea de análisis que resuelva inteligentemente la dialéctica gobernantes/gobernados, lejos de la surrealista interpretación que hace la izquierda podemita, y los que empiezan a ser sus miopes adláteres, que se vale de ese eje de análisis para interpretarlo a la manera populista y proponer, nada menos, que un grosero aumento de las huestes públicas, más severas limitaciones a cualquier cosa que se considere privada, para hacerlo, además, únicamente bajo su mando indiscutido y con la ayuda del instrumento manipulador por excelencia, desde la Televisión pública (o privada en manos de colegas) que se han apresurado a dominar con absoluto descaro.

Se soterran vías férreas, se protege el medio ambiente o se construyen espacios de cultura para que la industria del soborno y el cohecho prospere adecuadamente

Es una batalla que no tiene, de momento, ningún ejército formal a su favor, porque los partidos existentes son inequívocamente estatistas, porque todos se quieren dedicar a perseguir a los trabajadores autónomos, a sangrar a las empresas rentables, a promover empleos imposibles, a construir órganos inútiles, redundantes y regresivos, a construir más universidades y hospitales, que ya se encargarán los más avispados de cobrar los sobornos o comisiones, ese tres por ciento que ya se da por descontado y que siempre es más de lo que parecía. Por eso parece que, además de subir los impuestos, saben soterrar vías férreas, proteger el medio ambiente, construir espacios de cultura, todo lo que haga falta para que la industria del soborno y el cohecho sin rastro prospere adecuadamente.

Una de las pocas leyes que se han cumplido de manera universal en el mundo de la política es que siempre gobiernan unos pocos sobre los muchos: lo que es nuevo es que los muchos sean tan tontos como para aplaudir y legitimar a quienes abusan de sus privilegios, los engañan, los desprecian, los esquilman, mientras sonríen complacidos de su popularidad y de su astucia.


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J.L. González Quirós
A lo largo de mi vida he hecho cosas bastante distintas, pero nunca he dejado de sentirme, con toda la modestia de que he sido capaz, un filósofo, un actividad que no ha dejado de asombrarme y un oficio que siempre me ha parecido inverosímil. Para darle un aire de normalidad, he sido profesor de la UCM, catedrático de Instituto, investigador del Instituto de Filosofía del CSIC, y acabo de jubilarme en la URJC. He publicado unos cuantos libros y centenares de artículos sobre cuestiones que me resultaban intrigantes y en las que pensaba que podría aportar algo a mis selectos lectores, es decir que siempre he sido una especie de híbrido entre optimista e iluso. Creo que he emborronado más páginas de lo debido, entre otras cosas porque jamás me he negado a escribir un texto que se me solicitase. Fui finalista del Premio Nacional de ensayo en 2003, y obtuve en 2007 el Premio de ensayo de la Fundación Everis junto con mi discípulo Karim Gherab Martín por nuestro libro sobre el porvenir y la organización de la ciencia en el mundo digital, que fue traducido al inglés. He sido el primer director de la revista Cuadernos de pensamiento político, y he mantenido una presencia habitual en algunos medios de comunicación y en el entorno digital sobre cuestiones de actualidad en el ámbito de la cultura, la tecnología y la política. Esta es mi página web