La política es un juego en el que sus protagonistas tienen que avanzar en sus propósitos, no siempre confesables, y mantener o acrecentar al mismo tiempo la fe de los votantes. La credulidad de los votantes es inagotable, y no hay apelación a la realidad que la supere. La credulidad es el abono del discurso político, y es la clave que nos permite entender los comportamientos más desvergonzados de la clase política.

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Un buen ejemplo en España es el próximo congreso del Partido Popular (PP). Por vez primera, el sucesor no es un tapado, no se elige por el plácido método del dedazo. Mariano Rajoy ha hecho de la pereza infinita que le produce tener que tomar una decisión, la virtud de poner la decisión sobre su sucesión en manos de los militantes de su partido.

El Partido Popular, que tiene en su espina dorsal el cáncer de la corrupción, aprovecha la saga fuga de Rajoy para organizar unas elecciones primarias con las que otorgar al proceso la legitimidad necesaria. Pero como no cree, quizás con razón, que deban ser los afiliados quienes decidan el rumbo del partido, organiza una segunda vuelta con el voto de los compromisarios.

Es un sistema de elección extraño. La doble vuelta tiene sentido. Si el PP se hubiese quedado con los resultados del jueves, 5 de julio, tendría como presidenta a una candidata que sólo tiene el apoyo de tres octavos (el 37,03 por ciento) de los militantes. El partido necesita que el ganador tenga el apoyo mayoritario, y eso sólo lo asegura una segunda vuelta.

Pero el PP cambia el censo en esa segunda votación; la elección definitiva será de los compromisarios, no de los militantes. Eso no quiere decir que la primera votación no sea importante. Si los compromisarios hubieran decidido todo el proceso, muy probablemente Pablo Casado no habría entrado en la segunda votación, y su lugar de rival de Soraya Sáenz de Santamaría lo ocuparía María Dolores de Cospedal. Por eso es tan importante el paso de la dedocracia a la democracia limitada que ha glosado Guillermo Gortázar.

Pero la decisión final la tienen 3.134 militantes (compromisarios), de los cuales un sexto (522) tienen esa posición por el cargo que ocupan en el partido, y el resto han sido votados este jueves por los militantes.

Unos candidatos muy distintos

Lo interesante de los compromisarios es que son personas que ocupan un cargo público, o son diputados o senadores, o aspiran a serlo. En su mayor parte, dependen del acceso de su partido al poder y de su cercanía al líder del partido para continuar con éxito en su carrera política.

Soraya Sáenz de Santamaría carece de ideología y su única estrategia consiste en ejercer y mantener el poder

Soraya Sáenz de Santamaría es una persona que ha recalado en el PP como podía haberlo hecho en el Partido Socialista Obrero Español. Carece de ideología, lo que a ojos de Mariano Rajoy no debe ser la última de sus virtudes. Su mirada no se levanta por encima de la estrategia que le lleve a ejercer y mantener el poder, como si aplicase un imaginado manual de Maquiavelo, a quien  probablemente no haya leído. Y le gustan los chistes, como pude comprobar en primera persona en valencia, hace diez años. Punto. Por eso ha hecho dos cosas en su campaña para ser la líder del PP: contar chistes y decir a los compromisarios que con ella el PP va a ganar las elecciones; es decir, que sólo ella es capaz de mantener los cargos de los compromisarios.

El caso de Pablo Casado es casi el contrario. Ha creado su propio perfil basándose en las ideas que asumió el Partido Popular como propias desde 1990. Entonces, él tenía sólo 9 años, pero cuando llegó José María Aznar al poder, con quince, tenía edad suficiente para albergar las primeras ideas políticas. Hasta donde yo sé, es una persona que ha cuidado los pasos que ha dado, y las declaraciones que ha hecho, para llegar exactamente al punto en el que se encuentra, y en el que puede asumir nada menos que la presidencia del (todavía) primer partido del centro derecha español.

Cada aparición de Casado en los medios de comunicación, cada rueda de prensa, cada entrevista, cada intervención como diputado en el Congreso, tenía un ojo en el presente y otro en su futuro político. Por eso ahora, cuando ha llegado su momento, dice: “Yo ya defendí a compañeros míos, a los que no conocía…”, “yo ya dije en una entrevista en La Sexta…”.

Pablo Casado destaca sobre los mediocres políticos tan solo teniendo un discurso propio y no asumiendo la superioridad intelectual y moral de la izquierda

Descuella sobre la medianía que tenemos por políticos, para lo cual sólo ha necesitado tener un discurso propio, no quedarse en las directrices que envía el partido, y no asumir la superioridad intelectual y moral de la izquierda. Quizá no sea mucho. Pero no es poco, y va mucho más allá de lo que la inmensa mayoría está dispuesto a hacer, y para asumir ese rol ha tenido que ser metódico y, en ocasiones, valiente.

María Dolores de Cospedal ha tenido premio más que sobrado por su traición a Esperanza Aguirre en el famoso congreso de Valencia, y su apuesta por Mariano Rajoy. Ya no puede esperar a más, y el hecho de que no haya pasado el corte es de una justicia infinita. A mí no me cabe duda sobre quién debe ser el próximo presidente del Partido Popular. Para que lo consiga, Pablo Casado tiene que apoyarse en Cospedal como, a estas horas, parece que va a ocurrir.

Casado tiene ya un punto de partida, un documento firmado por José Ramón Bauzá y Percival Manglano, dos populares que, como Casado, tendrían que haber abandonado el PP después del Congreso de Valencia si Mariano Rajoy se tomase más en serio sus palabras condenando a liberales y conservadores.

El documento es extraordinario. Es de una claridad y una valentía desconocidas en anteriores declaraciones programáticas con el sello del PP. Piden la derogación de la Ley de Memoria Histórica. Piden, que me parece fundamental y supondría una verdadera regeneración política en España, la implantación de la circunscripción uninominal. También proponen que haya una verdadera separación del poder judicial, un mayor control de los organismos públicos y una defensa de la libertad de expresión.

Expresan una posición de claro enfrentamiento a los nacionalismos, modernizar y simplificar los impuestos, fomentar la competencia fiscal, una reforma de las pensiones, sacar la mano negra de la política de las aulas, introducir una mayor competencia en Sanidad, y retomar la posición del PP de Aznar frente a ETA y sus tentáculos.

Desmembrar la soberanía nacional

La elección de uno u otro candidato no es sólo por las preferencias personales de cada cual, sino sobre todo por la función social del Partido Popular, y por la coyuntura política de España. Hay un intento por subvertir el orden constitucional impulsado por Podemos, por los independentistas, y por el Partido Socialista Obrero Español. Nuestra Constitución (que en realidad es, como dice Dalmacio Negro, una Carta Otorgada), tiene graves fallas que son causa de una parte importante de los males de España.

Soraya Saenz de Santamaría llevaría al Partido Popular a sumarse a la destrucción de la nación española. Pablo Casado, no

Pero al menos no es, como lo fue la republicana de 1931, una Constitución sectaria, pensada para el ejercicio del poder por parte de media España y contra la otra media. Y el objetivo del nuevo marco político para España es desmembrar la soberanía nacional, entregar a los nacionalistas el control político sobre sus territorios, y sobre el resto volver a un modelo sectario impulsado por la norma fundamental. En ese contexto, Soraya Saenz de Santamaría llevaría al Partido Popular a sumarse a la destrucción de la nación española. Pablo Casado, no.

Eso nos jugamos el día 21 de julio de 2018, cuando el Partido Popular tenga un nuevo presidente.


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