Hablábamos hace un tiempo del coaching ontológico y su palabrería, pedantería y superchería. En el capítulo de hoy de la serie “Desenmascaremos a vendehúmos que confunden al personal con pseudoasesoramiento y pseudoterapias”, turno para el coaching cuántico.

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Sí, han leído perfectamente. Si disparatado les pareció mezclar la ontología con el coaching, esperen a leer lo que proponen quienes pretenden unir esto último a la física cuántica.

«Ser un coach cuántico, desde mi experiencia», dice Patricia Polo desde LinkedIn, «es ser la posibilidad de transformación para cada ser humano con quien nos relacionamos, directa o indirectamente. Operar desde un contexto de ser extraordinario, tomar acción en excelencia para crear futuros imposibles hoy […] El coaching cuántico es sinónimo de salto cuántico». ¿Cómo funciona el asunto? A través de una alteración de lo que el cliente se dice a sí mismo, puesto que (Polo) «somos en el lenguaje y tenemos la posibilidad de inventar nuevas realidades a partir de nuestras declaraciones». El coach cuántico lo conduce a usted, querido lector, si se presta, a «ser excelencia» (sic); al contratarle, usted está básicamente pagando para que le echen broncas con arte y palabrería arcana: «Es trabajo del coach cuántico mostrar a su cliente los momentos en los cuales, según su interpretación, este se aleja de un contexto de excelencia». Lo importante es que va a pagarle a un tipo centrado en el ser de usted; su arma es la «escucha poderosa»; su objetivo, que usted domine el arte de «inventar el futuro imposible ahora». Abracadabra, pata de cabra.

No importa lo estúpida que sea una propuesta terapéutica o de crecimiento personal: tendrá chance si se relaciona con algo que suene a ciencia y siempre y cuando prometa grandes resultados con un mínimo esfuerzo

La idea de que una persona puede construir la realidad a su antojo no es nueva. Lo novedoso es el dislate de considerar que eso puede tener alguna relación con los fundamentos de la física cuántica. Si dos personas observan cómo se mueve una pelota de fútbol, ambos aceptarán que es una esfera; es un hecho que forma parte de lo que llamamos «realidad». La realidad es algo que está fuera de nuestras cabezas y es independiente de quién las observe, o incluso si nadie las observa. Y llamamos «verdad» a una cualidad de los juicios que significa «adecuación a la realidad»; esto es, «verdad» es algo que medimos comparando esos juicios (los pensemos meramente o comuniquemos de un modo u otro) con la realidad. El asunto, sin embargo, se complica cuando nos trasladamos a escalas nanométricas en las que, en virtud de los postulados de la física cuántica, la reglas que rigen nuestro mundo parecen no aplicarse de la misma manera. A ese nivel subatómico, suceden efectivamente «cosas extrañas»: la mera presencia de un observador puede afectar la naturaleza inherente de la realidad, que torna probabilística, lo que plantea cuestiones filosóficas profundas sobre la naturaleza de dicha realidad y el papel de la conciencia en el universo.

Por supuesto, el mundo de las personas no es el cuántico; nuestra escala es tal que con la física newtoniana ya nos vale. Sea lo que sea que terminemos fabricando al dominar esta física y la tecnología concomitante, la voluntad, los deseos, los afectos, los principios morales y un sinfín de aspectos que nos conciernen no variarán en lo más mínimo. Por más que hayamos aceptado que haya presidentes del gobierno que nos vacilen con «amnistías de Schrödinger» (hoy es inaceptable; mañana es plenamente constitucional), en el ámbito del comportamiento humano lo subatómico carece de sentido. Nosotros jugamos en otra liga que no es la de los cuantos, de modo que colegir, de los conocimientos sobre física cuántica —es un decir: la inmensa mayoría de coach cuánticos no ha tocado un libro de física ni con un palo—, que eso afecta a lo humano, es una conclusión de cuñado.

No importa lo estúpida que sea una propuesta terapéutica o de crecimiento personal: tendrá chance si se relaciona con algo que suene a ciencia y siempre y cuando prometa grandes resultados con un mínimo esfuerzo. Es así desde la noche de los tiempos, y desde que parimos interné es posible expandir estos disparates a la velocidad del rayo y por todas partes. Óscar Durán Yates (www.coachingcuantico.com) nos promete, por ejemplo, que nos bastará con leer un ebook que nos regala y se lee en trece minutos para entender en qué consiste esta «visión revolucionaria del amor, de la salud y de la abundancia». Para ser justos, los trece minutos de lectura pueden resumirse en dos palabras: «la nada».

Para entrar en detalles, pueden visitar este enlace: https://enesenciacoach.com/que-es-el-coaching-cuantico/ . Allí podrán leer sorprendentes declaraciones, como estas: «Todo el universo es energía. TU ERES ENERGÍA. Vivimos en un campo de energías en el que estamos en continua interacción; y de las que no somos conscientes, aunque son determinantes, y ello porque sólo estamos acostumbrados a percibir a través de nuestros sentidos». ¿La confirmación de esto? Muy sencillo: «E=mc2». Si usted no ha sabido extraer de ahí la consecuencia para que su matrimonio no vaya bien o su empresa esté a punto de echar el cierre, haga el favor y lea: «La famosa fórmula de Einstein nos dice que la energía es igual a la masa multiplicada por una constante al cuadrado, es decir pone de manifiesto que la energía y la masa son distintas manifestaciones de lo mismo y por tanto convertibles entre sí. La energía puede convertirse en masa y la masa en energía». Pequeño Padawan: que la fuerza te acompañe.

La psicología es una ciencia seria; también lo es la psiquiatría. Siendo serias, estando reguladas, contando con un arsenal de investigación y estudio y observación a sus espaldas, no están exentas de problemas, prácticas sospechosas y abusos en cuanto a su supuesta cientificidad. Con todo, hay que estar muy mal de la cabeza para descartar a un profesional con experiencia clínica para ponerse en manos de estos botarates que se dicen coach cuánticos, gente que abusa de las mayúsculas —«todo en el universo tiene una determinada y específica frecuencia vibratoria, INCLUYENDOTE TU. TU TIENES TU PROPIA FRECUENCIA VIBRATORIA»— por encima de lo que supone tener un mínimo de decencia.

Hay un proyecto antiguo como el hombre y venerable que se llama sabiduría: la aventura de construir un carácter. Ese proyecto tiene menos de introspección que de salir a funcionar al mundo entre prójimos y hacer cosas valiosas, y cuenta con aportaciones milenarias de valor incalculable. Claro que es un proyecto que toma toda una vida y es lento y proceloso, honesto y profundo, y no puede competir con el absurdo engaño de pretender «trabajar con el campo cuántico que es energía» y el resto de boludeces. Por ahí nada se consigue en minutos; pero lo construido perdura. El coaching cuántico es, por el contrario, placebo para vagos; un producto para gente que decide con más o menos ignorancia que a pensar y hacer se va a poner su tía cuando «el cambio a través de la energía es inmensamente más rápido, poderoso y definitivo» (sic).

En la vida no hay saltos cuánticos; todo cuesta, cada avance se suda, y hay un sinnúmero de peajes que pagar antes de llegar a algo mínimamente parecido a una meta, en la que no espera nadie arrojando confeti ni hay bandas que toquen fanfarrias. La vida es pico y pala: estudiar, trabajar, aprender, amar, hacer el bien, crear belleza, todo eso requiere esfuerzo; que no, de suyo, sufrimiento, pues hay un inmenso gozo en construirse. La realidad no se crea, se descubre, y hay que estar muy pagado de sí mismo (la verdadera piedra angular del coaching es el narcisismo) para confundir la perspectiva propia con el mundo en sí; muy pagado de sí mismo y espantosamente extraviado.

No tenemos, como dicen estos granujas, un problema de «expansión de conciencia», sino de vaguería e ignorancia. Esa es precisamente la razón por la que hay gente que termina entregando sus euros a estos cantamañanas. Una búsqueda en LinkedIn de «coach cuántico» arroja entre trescientos y cuatrocientos resultados; los de «quantum coaching» se cuentan por miles. Mientras tanto, duermen en los anaqueles de las bibliotecas públicas Montaigne, Séneca, Marco Aurelio o Simone Weil el sueño de los justos. Como dirían Astérix y Obélix, «están locos estos romanos».

Foto: travestyalpha.

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