El Rubius se ha llevado su fuente de ingresos fiscales a Andorra. Gracias, gracias, Rubius. Porque tu actitud, y la de otros, muestra que hay algún límite, aunque sea a esas mareantes alturas, a la voracidad de Hacienda. Cual esclavo fiscal, veo en ti una grieta en el sistema, por la que mirar al cielo sin fin como inalcanzable tierra de libertad. Contribuyentes, nos llaman, añadiendo al crimen el insulto. ¡Como si fuésemos esclavos de buen grado!
Crimen, sí, pues de él quiero hablar. El Rubius, en su carta a la sociedad española en respuesta a los ataques desde el poder y los medios, dijo lo siguiente: “Lo que me molesta es que (…) Hacienda me haya tratado como si fuera un ‘delincuente’. Desde ese primer día, he estado sometido a inspecciones fiscales, se han emitido notificaciones al resto de Haciendas europeas y de EE.UU. para ver si tenía ‘cuentas corrientes ocultas’, me han puesto sanciones por no atender a requerimientos que nunca llegaron, y un largo etcétera”.
Hacienda es un gran ojo de Mordor que se posa en nosotros. El Estado se ha convertido en un gran panóptico. En una sociedad libre, son los ciudadanos quienes vigilan al Estado, no él quien vigila todo lo que hacemos
En la relación de Hacienda con el ciudadano, nosotros estamos en una posición especialmente vulnerable. Para explicarlo, me voy a basar en un reportaje escrito por Luis Fernando Quintero en tres partes (una, dos, tres), oportunamente titulado Hacienda, la Stasi de la España del siglo XXI.
Merced a la película La vida de los otros, identificamos a la Stasi con una maquinaria de espionaje masivo de la población, cuando para la Stasi eso era sólo el punto de partida de un catálogo de crímenes en nombre del socialismo. El ministro de Hacienda, cualquiera de ellos, quiere esa maquinaria para extractar nuestra renta y riqueza. Esto incluye los interrogatorios, en los que se cuestionan las decisiones de las familias o empresas, el origen y cantidad de los ingresos, la realidad tras cada factura y demás.
La Hacienda Española descuella sobre las demás en el uso de la tecnología en la observación de los ciudadanos, identificación de sus comportamientos económicos y demás. Y cuenta con nuestra obligada colaboración, no sólo para que confesemos lo que hemos producido, sino para denunciar a nuestros conciudadanos. Si un inquilino declara lo que paga de alquiler para obtener beneficios fiscales, está obligando al casero a hacer lo propio. 44 declaraciones informativas nos brinda Hacienda, recuerda Quintero.
Hacienda es un gran ojo de Mordor que se posa en nosotros. El Estado se ha convertido en un gran panóptico. En una sociedad libre, son los ciudadanos quienes vigilan al Estado, no él quien vigila todo lo que hacemos. Los biógrafos tendrían en Hacienda prácticamente todo lo que necesitan para retratar una vida.
En un Estado de derecho, el ciudadano que cumple las leyes no tiene nada que temer del Estado. Sólo en un régimen autoritario, o totalitario, cualquier acto del ciudadano puede suponer un problema con el Estado. Una de las diferencias, la principal de todas ellas, es que en un Estado de derecho las normas definen el terreno que nos está vedado, pero sólo porque afecta a los derechos de otros. Y los supuestos de las normas, y las consecuencias para quienes las violan, son claros y faciles de entender para los ciudadanos. Donde no hay certidumbre jurídica, lo que impera es la arbitrariedad. Y ese es el suelo que tiene preparado el Estado para nosotros en el ámbito de los impuestos.
Cita Quintero una sentencia del Tribunal Supremo de 2017 que alude a esta cuestión: “Es sentir común la profunda inseguridad jurídica e incertidumbre social provocada, entre otros factores, por la imprecisión de las normas jurídicas. Lo que se manifiesta de manera muy significativa en el ámbito fiscal”. Sigue: “Descubren una finalidad directamente dirigida a salvar obstáculos que harían inviable su aplicación” (…) “se presentan como impuestos lo que constituyen verdaderas tasas o viceversa” para jugar “con la imposición directa o indirecta, o con los tributos extrafiscales”. Es una nebulosa donde impera la arbitrariedad y el abuso de poder.
Un abuso cimentado sobre la inversión de la carga de la prueba. Si Hacienda determina que eres culpable, eres tú quien tiene que demostrar su inocencia. Lo cual nos lleva a otra de las fuentes de abusos de la Administración Tributaria. Cuenta ésta con enormes recursos económicos, tecnológicos y humanos. Y, sobre todo, con un horizonte temporal que va mucho más allá de la paciencia o de la desesperación humana. Pueden anegar las fuerzas y recursos de una empresa en un torrente de papeleo, para obligarla a pagar su rescate con una multa que no le corresponde.
El Estado tiende a la crisis fiscal porque dispara con pólvora del ciudadano. No conoce límite en lo que quiere hacer, y sobre lo que puede sólo nuestro bolsillo le ofrecemos una cierta resistencia. Si nos roba una parte excesiva de lo que nosotros generamos, acabamos por dejar de hacerlo o por trasladarnos a otro país, como han hecho tantos. Todo gasto se acabará financiando con impuestos o inflación. O con deuda, que supone más impuestos o inflación en el futuro. Y como los ciudadanos queremos el gasto, porque el propio Estado nos oculta su coste. Además, como pensamos que los impuestos los pagan otros (lo que se conoce como “ilusión fiscal”), creemos que el poco coste que tiene el gasto no recaerá tanto sobre nosotros.
La realidad es que estamos trabajando para el Estado prácticamente la mitad del año. Civismo elabora desde hace años un informe que calcula cuál es el coste fiscal del Estado, y traslada ese porcentaje al calendario. De modo que sabemos cuántos días del año los destinamos a trabajar para él, y a pesar de qué día comenzamos a hacerlo para nosotros mismos. Según el último informe, de 2020, el día de la liberación fiscal fue el 26 de junio. Con este Gobierno, volveremos a esperar más allá del uno de julio. Medio año es lo que le destinamos al Estado. Y no somos el Rubius.
La angustiosa necesidad del Estado de acrecentar sus ingresos es lo que explica que nos trate sin contemplaciones. No debemos permitirlo. Los Parlamentos surgieron precisamente en relación con las necesidades fiscales de los reyes, para pedir a las ciudades que allegasen fondos para sus guerras interminables. Y el Parlamentarismo forma parte de cualquier sistema representativo y de cualquier Estado donde impere la ley, donde todos estemos sometidos a la misma, incluyendo al propio Estado.
Recuerdo que hace años un policía dijo que le gustaría tener a cierto periodista en una habitación sin Estado de derecho. A lo mejor sólo quería convertirse en su inspector de Hacienda.
Foto: Chris Yang.