Vivimos en una era de fracturas, en un tiempo donde la hiperconectividad convive con la soledad estructural, donde las promesas de libertad sexual colisionan con una angustia creciente por la validación afectiva y donde el discurso del empoderamiento no logra resolver el resentimiento de quienes se perciben como excluidos del juego. En ese paisaje fragmentado, los incels ­—acrónimo de involuntary celibates (celibato involuntario)— se han convertido en una figura social emergente y perturbadora: jóvenes varones que se definen por su imposibilidad de acceder a relaciones sexoafectivas y que, en muchos casos, canalizan esa frustración en forma de misoginia, victimismo y, en su extremo más oscuro, violencia.

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En palabras de Jean-Paul Sartre, “el infierno son los otros”. Esta sentencia resuena con inquietante exactitud en los foros incel. Para estos jóvenes, el otro —concretamente la mujer— es un objeto de deseo que se ha convertido en fuente de frustración, y por tanto, de odio. Charo Lacalle, en The Otherless Other, afirma que el sujeto incel construye un “otherless other”: una figura femenina despojada de otredad, cosificada hasta el punto de convertirse en enemigo simbólico de su identidad masculina fallida. No se trata solo de una frustración sexual, sino de una herida ontológica. Se trata de una operación emocional que transforma una carencia personal en una narrativa colectiva: el deseo no satisfecho se convierte en celos; los celos en desprecio; y el desprecio en una ideología.

Su frustración le llevó a planear la masacre y ponerle el nombre de “Día de la Retribución”. Para él su virginidad era una afrenta insoportable y fantaseaba con castigar a hombres y mujeres por haberle excluido del paraíso sexual

De una comunidad de apoyo al odio organizado

Paradójicamente, el término incel fue acuñado en los años noventa por Alana, una artista, al crear un foro para solteros: un espacio para hombres y mujeres que se sentían solos y que buscaban apoyo mutuo. Sin embargo, como ya explican los estudios de Ribeiro o Solea y Sugiura, el fenómeno mutó poco después y en el año 2000 se dividió en dos grupos: uno siguió con el espíritu original y otro se volvió exclusivamente masculino, convirtiéndose en la red misógina estructurada actual, con su propia jerga, rituales y régimen simbólico.

Hablar del movimiento incel es hablar de Elliot Rodger, autor del tiroteo de Isla Vista en 2014, pues se convirtió en figura mítica para sectores extremos del colectivo. El 23 de mayo de 2014 asesinó a 6 personas e hirió a más de una docena en el campus de la Universidad de Santa Bárbara, para posteriormente suicidarse. Es considerado el primer ataque incel, entre otras cosas por que él lo denominó así. No obstante, no fue el primer crimen basado en el odio a las mujeres por la frustración de no poder tener relaciones sexuales con ellas: Marc Lepine, en 1989, asesinó a 14 mujeres e hirió a otras 10 (se suicidó después) y George Sodini, en 2009, tiroteó a un grupo de 30 mujeres (3 fallecieron) y posteriormente se suicidó.

Elliot Rodger escribió Mi retorcido mundo, un manifiesto, y colgó en redes su vídeo Elliot Rodger’s Retribution, grabado dentro de su coche previo a la masacre. Hablaba sobre su aislamiento, su dolorosa soledad, del estigma social que le suponía ser virgen a los 22 años y sobre todo del desprecio que sentía por las mujeres que pertenecían a las hermandades universitarias y por aquellos hombres atractivos y sexualmente activos. Su frustración le llevó a planear la masacre y ponerle el nombre de “Día de la Retribución”. Para él su virginidad era una afrenta insoportable y fantaseaba con castigar a hombres y mujeres por haberle excluido del paraíso sexual. Su crimen fue un punto de inflexión para el colectivo incel, hasta tal punto que se le conoce como el “Caballero Supremo”. Aunque hay usuarios incel que racionalizan los actos violentos de Rodger y celebran su “Día de la Retribución”, muchos otros están en contra. Pero aquellos que han racionalizado esa violencia han dado lugar a la subcultura “Go ER” (en referencia a Elliot Rodger) y estructuran un discurso de odio bajo apariencia de diagnóstico social. De aquí deriva el concepto actual de gendertrolling: hombres con mensajes hostiles, agresivos, intimidatorios y ofensivos contra las mujeres, concretamente contra las jóvenes y atractivas, y que muestran una fijación patológica con el sexo y con las mujeres.

Desde la masacre de Elliot Rodger ha habido en Estados Unidos, al menos, seis ataques violentos en masa que se pueden atribuir a hombres incels, pues justificaron sus actos como una respuesta legítima a la situación de frustración que vivían e inspirándose en Elliot Rodger. Chris Harper-Mercer (26 años), asesinó a 10 personas e hirió a otras 8, dejó un manifiesto que elogiaba a Elliot y se suicidó. William Atchison (21 años) usaba el pseudónimo de Elliot Rodger (3 víctimas mortales y se suicidó). Nikolas Cruz (19 años) escribió en sus redes sociales “Elliot Rodger no será olvidado” (17 víctimas mortales y 17 heridos). Alex Minassian (25 años) publicó en Facebook sus motivos (10 víctimas mortales y 14 heridos). Scott Paul Beierle (40 años) envió un vídeo apoyándose en la figura de Elliot (2 mujeres víctimas mortales y otras 4 heridas) y se suicidó.

Ahora bien, ¿cuánto hay de organización en este movimiento? ¿Qué se conoce de sus perfiles psicológicos? La mayor parte de los estudios coinciden en que los incels sufren niveles severos de malestar mental. Tastenhoye y colaboradores apuntan a la necesidad de incorporar el fenómeno a la psiquiatría forense por su potencial violento; por su parte, el estudio The incel phenomenos: A systematic scoping review muestra asociaciones con depresión, trastornos del espectro autista, ideación suicida y aislamiento social severo. Según el informe oficial del gobierno británico, Predicting Harm Among Incels (Involuntary Celibates), elaborado por la Comisión para Contrarrestar el Extremismo (CCE), uno de cada cinco incels contempla el suicidio diariamente. Y el artículo de investigación Seeing through the black‑pill: Incels are wrong about what people think of them concluye que los incels tienen percepciones distorsionadas sobre cómo los ven los demás: creen que se les desprecia, cuando en realidad, la mayoría de los no-incels muestran empática indiferencia o incluso comprensión. Esta disonancia cognitiva refuerza su victimismo.

Una estética del fracaso: cuerpos, algoritmos y mercado sexual

La “teoría del mercado sexual” es un elemento central en el pensamiento incel. Basándose en una versión distorsionada de la ley de Pareto, creen que el 20% de los hombres monopoliza al 80% de las mujeres, y que ellas eligen según parámetros exclusivamente físicos. Esta creencia es reforzada por la estética de Tinder — importancia primordial de la apariencia física y la presión y los estándares de belleza que las aplicaciones de citas pueden generar—, los algoritmos de recomendación y la hiperrepresentación de cuerpos hegemónicos en redes sociales. Pero, como apunta Jacob Johanssen en Fantasy, online misogyny and the Manosphere, lo que se presenta como un discurso de crítica social es en realidad una reacción al fracaso del mandato actual de éxito. No soportan haber hecho “todo bien” (hacer ejercicio, estudiar, trabajar) y no recibir recompensa afectiva. En ese sentido, los incels son fieles creyentes del capitalismo emocional, aunque lo rechacen: su desesperación no es contra el sistema, sino contra quienes triunfan en él.

Los incels no están solos en este sistema narrativo, comparten espacio con otros colectivos siendo todos ellos bautizados como la Manosfera: un ecosistema que incluye, además de a los incels, a los MRA (Men’s Rights Activists), MGTOW (Men Going Their Own Way) y los PUA (Pick-up Artists). Cada uno canaliza su relación con las mujeres de forma distinta: desde el enfrentamiento legal (MRA), la retirada del contacto y vinculación con las mujeres (MGTOW), la manipulación (PUA) o la eliminación simbólica (incels). Las pasiones que dominan estos grupos son la indignación contra el sistema y, en mayor o menor medida, el desprecio hacia las mujeres. Este ecosistema se construye como cámara de eco: quien disiente es expulsado. En foros españoles como Forocoches o Burbuja.info, se replica esta estructura, como demuestran las investigaciones de Charo Lacalle y de Juarez Miro y Toff.

Ontología del resentimiento: filosofía de lo fallido

Nietzsche definió el resentimiento como la emoción típica de los vencidos que, en lugar de crear valores nuevos, invierten los del enemigo. Los incels no rechazan el modelo erótico dominante, solo lamentan estar excluidos de él. No se rebelan contra el sistema que cosifica el deseo, sino contra quienes lo disfrutan.

Su propuesta no es una sexualidad más libre, sino una redistribución forzosa del sexo. Desde esta lógica perversa, algunos llegan a defender el “derecho a la violación” o la regulación del apareamiento por parte del Estado. Como se apunta en Societies should not ignore their incel problem el problema no es solo la frustración sexual, sino la concepción de la mujer como bien social al que se tiene derecho.

Aunque pueda parecer provocador, algunos de los mecanismos retóricos, afectivos y simbólicos de los incels encuentran reflejo especular en formas radicalizadas del feminismo hegemónico. Tal como ya escribía aquí en otra ocasión, ambos discursos se articulan desde la herida, el agravio y la lógica binaria de víctima/opresor. Ambos convierten el conflicto relacional en una estructura ontológica, donde el otro (hombre o mujer) deja de ser interlocutor para transformarse en amenaza o enemigo. Tanto el discurso incel como el feminismo dogmático se apoyan en conceptos como la deuda impagable, la demonización del deseo ajeno y la afirmación excluyente de la propia identidad. Los incels denuncian que las mujeres los rechazan por no ser «Chads» (estereotipo de hombre que tiene un atractivo para la mayoría de las mujeres); ciertas feministas denuncian que los hombres las cosifican por el mero hecho de mirar. Ambos discursos construyen enemigos arquetípicos (Stacys, Chads, machirulos, señoros) que funcionan como metáforas de un orden injusto, y ambos encuentran refugio en colectivos que refuerzan la homogeneidad emocional y la hostilidad hacia el otro sexo. Aun habiendo diferencias en cuanto a contextos y consecuencias, no se anula el paralelismo en la lógica afectiva: ambos movimientos expresan el malestar de identidades heridas, que en lugar de buscar el encuentro se repliegan en la trinchera.

Entre la patologización y la criminalización: ¿qué hacer?

La respuesta al fenómeno incel oscila entre dos polos: la patologización (verlos como enfermos mentales) o la criminalización (verlos como terroristas en potencia). Ambos enfoques son limitados. Estudios como el de Andersen y Sugiura muestran que muchos incels entran y salen del colectivo, que existe un espectro de radicalización, y que hay margen para la prevención. Desde la filosofía del cuidado, como propone Luigina Mortari, cabe una tercera vía: comprender el fenómeno como expresión de una masculinidad herida que necesita repensarse desde la empatía, la educación y la relacionalidad.

Más allá del monstruo, los incels son síntoma de una sociedad que ha hecho del éxito erótico una vara de medir la valía humana. En ese contexto, quienes quedan fuera no solo sufren frustración: pierden sentido. Pero reducirlos a monstruos es tan injusto como ingenuo. El colectivo incel es grotesco no por su apariencia, sino porque encarna la contradicción entre deseo de conexión y cultura de la desconexión.

Combatir este fenómeno requiere una mirada compleja: crítica con la misoginia, pero también compasiva con el sufrimiento que la genera. Implica recuperar el erotismo desde el vínculo y repensar las pedagogías del deseo. Porque en el fondo, los incels no solo son hijos del rechazo, sino del colapso de los vínculos afectivos.

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Cuca Casado
Soy Cuca, para las cuestiones oficiales me llaman María de los Ángeles. Vine a este mundo en 1986 y mi corazón está dividido entre Madrid y Asturias. Abogo por una nueva Ilustración Evolucionista, pues son dos conceptos que me gustan mucho, cuanto más si van juntos. Diplomada en enfermería, llevo cerca de 20 años dedicada a la enfermería de urgencias. Mi profesión la he ido compaginando con la docencia y con diversos estudios. Entre ellos, me especialicé en la Psicología legal y forense, con la que realicé un estudio sobre La violencia más allá del género. He tenido la oportunidad de ir a Euromind (foro de encuentros sobre ciencia y humanismo en el Parlamento Europeo), donde he asistido a los encuentros «Mujeres fuertes, hombres débiles», «Understanding Intimate Partner Violence against Men» , «Manipulators: psychology of toxic influences» y «Los dilemas del progreso». Coautora del libro «Desmontando el feminismo hegemónico» (Unión Editorial, 2020).