El final de Rajoy no ha sido precisamente glorioso, cosa que, no olvidemos, suele ser bastante frecuente en política, un negocio que casi siempre acaba mal. En ese calificativo existen grados y el que le ha correspondido a Rajoy no es de los más deseables. Olvidemos por un momento las circunstancias del caso y centrémonos en algo que puede caer fácilmente en el olvido, en la raíz de los errores que han conducido a este final tan lamentable, y en la enseñanza que se debiera sacar de la peripecia rajoyana.

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Frente a un adversario cuyo triunfo parecía sumamente improbable, Rajoy ha sucumbido por tres razones muy distintas: la primera, por olvidar sistemáticamente a sus votantes, hasta conseguir que buena parte de ellos le detesten; la segunda por tratar de ignorar que cualquier democracia se rige, o se debiera de regir, por una serie de reglas éticas que impiden que un presidente pueda seguir en el cargo con una serie de escándalos como los que han afectado a su partido y a su persona; es inconcebible, por ejemplo, que un primer ministro europeo cualquiera pueda seguir en su cargo después de que un juez ordene registrar su despacho; la tercera, por desconocer el carácter parlamentario de nuestro sistema político. En sus últimas intervenciones él y sus adláteres insistían en haber ganado las elecciones, desdeñando la evidencia de que, por muchas que sean, y lo son, las fortalezas de la jefatura del Gobierno, su escasa fuerza en el Congreso le situaba en una minoría mayoritaria a todas luces muy escasa.

Rajoy no solo ha perdido el Gobierno, sino que ha echado a perder, tal vez para siempre, al PP

Hay, a mi modo de ver, un factor común decisivo en esas tres causas, y ese factor tiene mucho que ver con la idiosincrasia de Rajoy que, lejos de ser una rareza, responde bastante bien a un cierto tipo de votante de la derecha clásica, ese que anda echando toda clase de improperios contra Pedro Sánchez, contra la democracia, contra el Rey, y contra quien haga falta.

No es fácil describir ordenadamente el pensamiento de esa clase de personas, pero me fijaré en una serie de notas que creo lo definen con cierta nitidez. A su vez, el haber tratado de sostenerse únicamente sobre esa base explica suficientemente bien un hecho decisivo, que Rajoy no solo ha perdido el Gobierno, sino que ha echado a perder, tal vez para siempre, al PP, lo que significa, evidentemente, que el electorado que le ha dado mayoría al PP en otro tiempo es mucho más diverso y plural que lo que cabría llamar derecha rajoyana.

Sin que el orden deba tomarse como muestra de mayor o menor importancia, creo que la caracterización de esa derecha se consigue agrupando los siguientes rasgos:

  1. Su mayor preocupación es el estatus social y el dinero, lo que les hace creer que una buena situación económica es argumento sobrado para obtener un apoyo electoral mayoritario.
  2. En su universo conceptual, las ideas, el emprendimiento, el riesgo, la inteligencia y la competitividad apenas ocupan lugar, porque tienden a creer que el orden en el que ellos han destacado y progresan debiera ser inamovible y sería de necios someterlo a cualquier clase de prueba o de tensión.
  3. No conocen otra ética que la de la apariencia y la fama, de forma que usan toda clase de procedimientos para mantenerla. Su ideal de comunicación es el publicitario y su categoría preferida es la de normalidad, el uso a hora y a deshora de lo que entienden por sentido común.
  4. La política les parece un engorro al que hay que dedicar a personas cuya habilidad ha de consistir en el mantenimiento del statu quo a toda costa. La mentira no es tal cuando sirve para conseguir lo que se quiere, y/o cuando no puede ser descubierta.
  5. En la política y en los negocios, que se consideran dos caras de la misma moneda, se está para montar una red de amigos y de influencias que sirvan para consolidar la posición social y aumentar la fortuna. Todo lo demás son tonterías.

El PP de Rajoy se ha apuntado sus “éxitos” más equívocos empujando al PSOE a una radicalización al arrebatarle buena parte de sus banderas

Pensando de esta manera, es lógico que las ideologías desaparezcan (a Rajoy le entraba la risa si se las mencionaban), y que la familia que está al mando recurra a lo que haga falta para que nada ponga en tela de juicio su permanencia, de forma que, si hay que exprimir fiscalmente, se hace, y, si hay que apropiarse de medidas lógicas en un partido de izquierdas, ha de hacerse sin que tiemble la mano. Por esa línea, el PP de Rajoy se ha apuntado sus “éxitos” más equívocos empujando al PSOE a una radicalización al arrebatarle buena parte de sus banderas, y propiciando el surgimiento de una izquierda radical que le mordiera sus partes más blandas.

Además de exprimir a los contribuyentes de manera sádica, Rajoy ha olvidado, al menos, cuatro quintas partes del paquete ideológico que hizo posible su primera mayoría. Creer que el argumento del miedo con la “gobernabilidad” y la mera eficacia económica le podrían garantizar un apoyo inalterable ha sido un error de libro. Los españoles que votaron a Rajoy en 2012 no pueden entender con facilidad, por ejemplo, que riegue de millones el País Vasco para garantizarse su voto, y así le iba en las encuestas, y no pueden entenderlo porque una parte importante de ese electorado no se rige por el catecismo rajoyano, sino que cree en ciertas cosas como la libertad, el mérito, la objetividad y la decencia: son esos electores que se desesperaban al oír las torpes mentiras con que se querían justificar atropellos, al ver cómo se favorecía a ciertos amigos a base de hacer una TV de calidad asquerosa, o como se perseguía con saña a los críticos y discrepantes que se atrevían a levantar la voz en el partido o en los medios. Rajoy ha olvidado que hay un centroderecha más moderno y exigente, que no cree que la moralidad pública tenga que ser un banderín de la socialdemocracia, y que no le teme a la libertad en ningún terreno: para ese público Rajoy ha llegado a constituir una auténtica pesadilla.

Rajoy se ha conducido con extrema torpeza en el Congreso, llamando chiquilicuatre a su único apoyo habitual

Cuando en la política no existe ética alguna, lo único que queda es la habilidad y, diga lo que diga el coro de voces contratadas, Rajoy se ha conducido con extrema torpeza en el Congreso, llamando chiquilicuatre a su único apoyo habitual o tratando como hombre de Estado al que le iba a quitar de en medio en unos días. Se ha tropezado con alguien que no cree que la mejor manera de hacer política sea el sesteo, que la audacia es un valor, y le han robado la cartera.

¿Aprenderá la lección el electorado de centroderecha? Habrá que verlo, pero una de las ventajas que puede tener el asalto a la Moncloa perpetrado por Pedro Sánchez es que estos ciudadanos dejen de confiar en el mal menor y empiecen a ser un poco más exigentes con quienes les dicen que van a representarlos. Y, sobre todo, deberían aprender que la política que desean para su país no puede hacerse exclusivamente mediante delegación, que tendrán que mojarse y ser algo más activos en la promoción de ideas, de una cultura verdaderamente liberal, abierta y competitiva. Se lo pueden tomar con calma porque me temo que vayan a tener tiempo por delante.

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J.L. González Quirós
A lo largo de mi vida he hecho cosas bastante distintas, pero nunca he dejado de sentirme, con toda la modestia de que he sido capaz, un filósofo, un actividad que no ha dejado de asombrarme y un oficio que siempre me ha parecido inverosímil. Para darle un aire de normalidad, he sido profesor de la UCM, catedrático de Instituto, investigador del Instituto de Filosofía del CSIC, y acabo de jubilarme en la URJC. He publicado unos cuantos libros y centenares de artículos sobre cuestiones que me resultaban intrigantes y en las que pensaba que podría aportar algo a mis selectos lectores, es decir que siempre he sido una especie de híbrido entre optimista e iluso. Creo que he emborronado más páginas de lo debido, entre otras cosas porque jamás me he negado a escribir un texto que se me solicitase. Fui finalista del Premio Nacional de ensayo en 2003, y obtuve en 2007 el Premio de ensayo de la Fundación Everis junto con mi discípulo Karim Gherab Martín por nuestro libro sobre el porvenir y la organización de la ciencia en el mundo digital, que fue traducido al inglés. He sido el primer director de la revista Cuadernos de pensamiento político, y he mantenido una presencia habitual en algunos medios de comunicación y en el entorno digital sobre cuestiones de actualidad en el ámbito de la cultura, la tecnología y la política. Esta es mi página web