A principios del siglo XIII tuvo lugar el crucial hecho de la recuperación de importantes partes del legado filosófico aristotélico que habían sido desconocidos durante muchos siglos en la tradición filosófica occidental. Durante aquellos años tuvo lugar una ingente labor de traducción de obras del filósofo estagirita al latín, de comentarios filosóficos sobre aspectos de la metafísica, la filosofía natural y la política de Aristóteles que ya habían sido convenientemente glosados por filósofos árabes y judíos como Avicena, Maimónides y sobre todo el gran filósofo cordobés Averroes.
El pensamiento cristiano se reencontró con el legado del pensamiento griego lo que planteó innumerables retos para conciliar el dogma cristiano con algunas de las tesis filósoficas griegas como eran la eternidad del mundo, el problema de la libertad y la unidad del entendimiento. El genio intelectual de Santo Tomás de Aquino logró una casi perfecta simbiosis entre el pensamiento aristotélico y la tradición cristiana. No obstante, numerosos teólogos de la baja edad media, especialmente de la universidad parisina de la Sorbona, encontraban muchas de las sutiles elaboraciones intelectuales de la llamada filosofía escolástica incompatibles con muchas de las verdades reveladas por el dogma. De ahí que el Papa Juan XXI instase en 1277 al arzobispo de París, Étienne Tempier, a que elaborase un listado de doctrinas prohibidas que defendían un grupo de filósofos cristianos conocidos como los averroístas latinos que habían intentado, como el filósofo árabe Averroes, defender una vía de pensamiento especulativo independiente de la teología, conocida como el principio de la doble verdad.
Como consecuencia de la prohibición eclesiástica de 1277, 219 de las llamadas proposiciones defendidas por el averroísmo latino, incluídas algunas defendidas por el propio Santo Tomás de Aquino, fueron declaradas heréticas y su enseñanza en la universidad fue proscrita. Cualquiera que enseñara o escuchara alguna de estas doctrinas era reo de excomunión. Aunque la damnatio parisiensis no contenía ningún nombre en particular parece que se dirigía expresamente contra la obra de importantes filósofos y profesores de la facultad de artes de París entre los que se encontraban Sigerio de Brabante y Boecio de Dacia entre otros. Para muchos esta condena de la filosofía supuso un retraso en el progreso del pensamiento especulativo y científico que hizo retroceder el avance de las ciencias en al menos un par de siglos. Sólo gracias a la influencia del escotismo, el nominalismo bajo medieval y sobre todo el renacer de las humanidades en la filosofía renacentista esta volvería a alcanzar el esplendor que tuvo a principios del siglo XIII y que se manifestó con toda su plenitud en la síntesis del pensamiento tomista.
Los firmantes del manifiesto de denuncia de una nueva inquisición de género se hacen eco de inquietantes hechos como el despido de docentes en universidades de los Estados Unidos que mantienen posiciones abiertamente críticas con visiones puramente culturales sobre la llamada intersexualidad
Hace unos días varios medios de comunicación se hacían eco de la publicación de un manifiesto firmado por un nutrido grupo de profesores de filosofía, entre los que se encuentra el famoso defensor de la causa animalista Peter Singer. En este manifiesto se alertaba a la comunidad filosófica y al mundo de la cultura en general de los intentos cada vez más frecuentes que el movimiento feminista y la llamada ideología de género están intentado llevar a cabo para lograr una nueva damnatio filosofiae al estilo de la acontecida en 1277.
La excusa para promover la censura en los departamentos de filosofía parece ser la de que promover estudios críticos sobre la visión culturalista, convencional y emotivista de la sexualidad y el género, supone una forma de transfobia y discriminación intolerable. Los firmantes del manifiesto de denuncia de una nueva inquisición de género se hacen eco de inquietantes hechos como el despido de docentes en universidades de los Estados Unidos que mantienen posiciones abiertamente críticas con visiones puramente culturales sobre la llamada intersexualidad o la difusión de un panfleto anónimo en una revista académica internacional de filosofía donde se aboga por la censura de artículos críticos con la ideología de género. Este panfleto, firmado por un supuesto doctorando de filosofía que se identifica a sí misma como una mujer trans, denuncia el discurso del odio y la transfobia que supuestamente destilan multitud de trabajos académicos sobre cuestiones relativas al sexo y al género en varios departamentos de filosofía anglosajones.
Muy al contrario, el grupo de filósofos lo único que persiguen es fomentar el pensamiento libre y la crítica rigurosa de muchos de los planteamietos de la llamada ideología de género. La crítica intelectual no puede suponer forma alguna de homofobia o de transfobia, pues no se dirige a promover ninguna forma de discriminación hacia personas con identidades sexuales u orientaciones sexuales específicas sino que se dirige a combatir concepciones neo-nietzscheanas puramente voluntaristas según las cuales el sexo o el género no tienen más sustrato que la propia volición del individuo, dejando de lado cualquier contribución al debate académico que la genética, la endocrinología o la filosofía puedan aportar.
Se da la extraña circunstancia de que en estos tiempos de exaltación acrítica de la diferencia y de hipersentimentalismo, donde se ha producido una transmutación del principio cartesiano del pienso luego existo en favor del existo porque siento, la filosofía, como ya ocurriera durante buena parte del medievo en la que ésta se subordinó a la teología, se está conviertiendo de nuevo en una sierva (ancilla en latín) de la ideología de género. De hecho, buena parte de la literatura del llamado feminismo y la teoría queer hace un uso abundante y poco riguroso de categorías filosóficas para defender sus tesis. Hasta el punto de que hoy se podría hablar de una auténtica escolástica de género, donde la filosofía sólo tiene sentido si se subordina a las exigencias del dogma de género.
Una buena parte del estamento universitario está aceptando esta lamentable situación y transigiendo con la merma de la independencia de la que filosofía siempre ha hecho gala. Las razones son múltiples. La fundamental reside en la tendencia a seguir la moda, pues el feminismo y la llamada ideología de género están invirtiendo ingentes cantidades de dinero en copar el mayor número de publicaciones especializadas donde poner de manifiesto su hermenéutica de la sospecha, creyendo descubrir sesgos de género en toda clase de manifestaciones culturales y filosóficas. Una docente británica, Kathleen Stock, experta en la obra de Aristóteles, denunciaba con gran indignación cómo había recibido importante presiones para que incluyera en una ponencia sobre estudios de filosofía antigua, celebrado en la Universidad de Sussex, una recesión crítica sobre el carácter misógino del pensamiento aristotélico. La docente también habría sido objeto de varios episodios de acoso estudiantil por defender visiones críticas con la ideología de género.
Por otro lado, se ha hecho también público que la Universidad de Oxford, una de las instituciones capitales en el renacimiento del pensamiento platónico en los siglos XV y XVI, habría impuesto que no menos del 40% del currículo académico en filosofía tuviera como protagonistas a mujeres filósofas, aunque fueran de segundo orden, en detrimento de figuras capitales como Rousseau, Wittgenstein, Tomás de Aquino o Kant. También algunos clásicos, como Platón o Aristóteles deberían ser explicados críticamente a fin de dejar constancia de lo erróneo de sus planteamientos en relación a las cuestiones de género, sin valorar el anacronismo en que se incurre y el desconocimiento grosero de las circunstancias históricas de dichos pensadores.
En pleno siglo VI a. C. tuvo lugar lo que el filólogo alemán Wilhelm Nestle caracterizó como el milagro griego: el paso del pensamiento mítico al filosófico caracterizado por el rigor y el espíritu crítico. Desde entonces la filosofía se ha constituido en un saber de segundo grado especializado en valorar críticamente los hallazgos de otros saberes categoriales. Ahora en pleno siglo XXI se está procediendo a la inversión de lo acontecido en la antigua Grecia: el paso de la filosofía al mito de género.
Foto: Evren Aydin