La modestia con la que se adorna nuestro Gobierno le ha impedido gloriarse, como cabría, de ser uno de los impulsores de esa extraña pareja de palabras “distancia social” de la que todo el mundo habla y que ya aparece hasta en inglés en las playas de California. No digo yo que Sánchez haya inventado la extraña dupla, pero estoy seguro de que ha sido de los primeros en comprender y valorar su acierto.
Esto de combatir virus con terminología es, sin duda, un logro. A falta de remedio médico y a la espera de vacuna, buena es la lengua. Hay un pero, sin embargo, en el que me ha dado la razón la Wikipedia, mientras yo trataba de encontrar al autor original de este peculiar matrimonio de palabras. Dice Wikipedia que “el distanciamiento físico o distanciamiento personal, también mal conocido como distanciamiento social, es un conjunto de medidas no farmacéuticas de control de las infecciones, con el objetivo de detener o desacelerar la propagación de una enfermedad contagiosa”. La Wikipedia se refiere a un trabajo de Fundeu en que la meritísima entidad se ocupa, no obstante, de salir al paso de las objeciones de los más puristas, diciendo, más o menos, que eso del “distanciamiento social” podría reservarse para algo más específico que el mero “distanciamiento físico”, pero que puede valer.
Bueno, pues a mi me parece que la Wiki se ha quedado corta, y ya sabemos que la Fundeu no se va a dedicar a poner pegas a la lengua ministerial, entre otras cosas porque de hacerlo, no le quedará apenas tiempo para sus restantes empeños. Vamos a ver, hablar de “distanciamiento social” es un disparate, porque ni la distancia, que es espacial y física, ni el distanciamiento, que es la acción de interponer una distancia respecto a un punto, admiten ese calificativo sin respingos. Las distancias pueden ser largas o cortas, y cosas similares, y los distanciamientos poco más o menos lo mismo, pudiendo incluir una referencia al tiempo pues son acciones, pero no pueden ser sociales como no pueden ser verdes o sabrosos, salvo, claro está, en plan poético. No creo que haya sido poesía lo que ha traído la compañía de “social” al sustantivo “distancia”.
¿Qué habría pasado, me pregunto, si en lugar de llamar “blanco” al objetivo de un disparo le hubiésemos llamado “negro”? Miedo da pensarlo mientras avanza por todas partes el gobierno de los idiotas que llama asesino a Fleming
Decir de algo que es social, no es baladí, porque la palabra se ha convertido en una especie de antibiótico o desinfectante que cura y sana todo lo que toca. La Economía ha dejado de ser ceniza y torva al hacerse social, el gasto se convierte en una bendición cuando es social, la política se dignifica al extremo cuando es social, el salario deja de suponer esfuerzo cuando es social, y el trabajo al que se llama social deja de ser un trepalium, un tormento, para convertirse en algo pequeño, peludo y suave, como Platero.
Al aplicar “social” a la distancia y al distanciamiento, se ha querido darle un contenido muy positivo, decirnos que nos apartemos pero que no lo hagamos ni por miedo ni por nada no inclusivo, sino por un imperativo social. Es otra manera de llamar egoístas e insolidarios (antisociales) a los tipos que se habrían apartado por razones privadas, por preservar su salud, sin pensar al tiempo en la dimensión social de su empeño.
Distancia social, pues, medicina social, prevención social, y salud social gracias a la sanidad, pública, por supuesto. Así pues, a Dios rogando, es un decir, y con el mazo dando. Al hacer de algo un elemento social se le dota de una dignidad y un rango moral que nunca podría merecer un mero distanciamiento “físico”, no digamos nada si alguien se hubiese atrevido a llamarlo “personal”, con las connotaciones elitistas e insolidarias que tendría.
De paso que se “aplana la curva”, que es la manera social de no referirse a las víctimas y a los muertos (que no pueden ser sociales de ningún modo), se nos inculca la idea de que es el gobierno quien ha vencido con su buen hacer social a la pandemia, y que es ese mismo benemérito gobierno el que ha salvado centenares de miles de vidas manteniendo firme el pulso social en el control de la curva, y teniéndonos informados con ese genio Simón de la virología, la epidemiología y la comunicación social al que le quieren hacer monumentos en varios ayuntamientos, todos ellos sociales a más no poder.
¡Qué importante es saber quién manda para acertar con el correcto significado social de las palabras sociales!, cosa que sabemos bien no ya porque lo dijera Humpty Dumpty, sino porque es recia doctrina desde tiempos de la primera Gramática de nuestra lengua por aquello de Nebrija sobre que la lengua siempre ha sido compañera del imperio, pero este me temo que no fuera muy social sino bastante racista, así que mejor le aplican un olvido social muy merecido. Ahora tenemos un imperio social sobre las palabras, y así se nos arrebata poco a poco el uso común para ir introduciendo el social, más adecuado e incluyente. Se informa a los niños, y a las niñas, de que cualquier compañerito puede tener “tres papás” o “dos mamás”, y se advierte a los fabricantes de pegatinas para los dormitorios infantiles que escribir “aquí duerme una princesa” o “aquí duerme un campeón” puede atentar en forma grave al criterio social incluyente, transversal y no sexista ni racista, etc. Cualquier día nos envían por correo un eslogan que diga corto y por lo social algo así como “aquí duerme un futuro aspirante (candidato no vale, que es sexista) a autodeterminar su género, con la ayuda de los servicios sociales”.
Zapatero inició hace años una fecunda labor social al introducir novedades verbales de gran calado como “talante”, “miembras”, “hombre de paz”, “desaceleración del crecimiento”, o “supervisor de nubes”, pero este gobierno ya hace eso en plan colegiado y sistemático, y además con dos versiones, la más académica (vía Calvo, sobre todo) y otra algo más arrabalera a cargo de Iglesias y su numerosa troupe que le presta al asunto un lado un poco sexy que no está nada mal.
Todos los que alcanzan alguna forma de poder tiene tendencia a manipular el lenguaje, porque es la manera más fácil de hacer ver que algo no existe o que las cosas han cambiado en la realidad conforme a sus deseos y conveniencias, y eso lo sabían los publicitarios, incluso antes que Goebbels. La novedad es que sean los políticos que más presumen de ser el mismísimo pueblo los que muestren tanto empeño en que hablemos como se nos manda. Es la corrección política convertida en policía del pensamiento, en una especie de cuartelera uniformidad. Se puede combatir si nos damos cuenta y nos negamos, aunque por ahí fuera ya no se pueda decir “negro” sin arriesgarse a penas de cárcel. ¿Qué habría pasado, me pregunto, si en lugar de llamar “blanco” al objetivo de un disparo le hubiésemos llamado “negro”? Miedo da pensarlo mientras avanza por todas partes el gobierno de los idiotas que llama asesino a Fleming cuya invención nos ha salvado tantas veces de morir, incluso a esos mendrugos.
Foto: Pool Moncloa / Borja Puig de la Bellacasa