Cuando hablo de la España de los conformes, no me refiero únicamente a los conformes con la acción del Gobierno. Me refiero a todos los conformes.

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El sociólogo turco Muzafer Sherif realizó en 1945 el famoso experimento de la cueva de los ladrones. Reunió un grupo de 22 niños que no se conocían antes y los dividió en dos grupos iguales de 11. Inicialmente los niños pasaban varios días dentro de esos dos grupos pequeños de manera que, a través de diferentes actividades iban creando y consolidando su pertenencia al grupo. Una vez conseguido este objetivo se permitió a los dos grupos competir entre sí en diferentes actividades. Sin embargo, las actividades estaban manipuladas de manera que siempre era el mismo grupo el que ganaba. Sherif no tuvo que esperar mucho tiempo para comprobar cómo los miembros del grupo que siempre perdía empezaron a amenazar verbalmente a los del grupo ganador adoptando una actitud claramente agresiva, y viceversa. Sólo cuando a los dos grupos se les asignaron tareas que sólo podían resolver juntos los estereotipos y la agresividad se reducían gradualmente. Con este experimento logró demostrar que para romper los estereotipos y la conformidad de grupo no basta con establecer un contacto suficiente entre los diferentes grupos, son necesarios también objetivos comunes que exijan la cooperación activa.

Cuando todos, o una mayoría de nosotros, pensábamos que íbamos a alcanzar el grado de madurez democrática suficiente que nos permitiera mirar al futuro con confianza, desde la diversidad y la pluralidad ideológicas, resulta que nos encontramos divididos, atomizados y enfrentados por obra y discurso de la misma clase política que nosotros habíamos elegido para llevar adelante el proyecto político común

Les cuento esto porque pudiera parecer que en España hemos dado dos pasos hacia atrás y nos encontramos en la misma situación en la que se encontraban los niños de los dos grupos enfrentados de Sherif. Tras una etapa con objetivos comunes como eran terminar definitivamente con las reglas heredadas del régimen dictatorial de Franco y autodotarnos de unas nuevas instituciones democráticas que nos sirviesen a todos para disfrutar de nuestras libertades e intentar conseguir nuestra prosperidad, hemos involucionado hacia una situación de enfrentamiento cainita por la obtención de privilegios políticos, sociales y económicos.

Manteniéndonos fieles a nuestra condición de seres humanos no hemos dudado ni un minuto en auto asignarnos a un clan. Y ponernos a competir con el clan de enfrente. Y, ¿quiénes son los otros? Pues depende exclusivamente de quienes somos “nosotros”. Los demás se equivocan siempre y sin ningún género de dudas. Nos lanzamos rápidamente al ataque a base de argumentos estereotipados y arrojamos nuestras lanzas programáticas sin necesidad de argumentar ninguna de ellas. No importa que hablemos de América, Rusia, Israel, Palestina, Europa, cambio climático, el átomo, el medio ambiente, la economía, la libertad, la justicia, las falsas noticias o la educación. Si B está a favor de x, nosotros en A tenemos que estar automáticamente en contra.

Cuando todos, o una mayoría de nosotros, pensábamos que íbamos a alcanzar el grado de madurez democrática suficiente que nos permitiera mirar al futuro con confianza, desde la diversidad y la pluralidad ideológicas, resulta que nos encontramos divididos, atomizados y enfrentados por obra y discurso de la misma clase política que nosotros habíamos elegido para llevar adelante el proyecto político común. Gracias a este proceso de atomización de la sociedad aprendemos que todos los hombres somos enemigos de las mujeres, todas las mujeres son víctimas de los hombres, todos los blancos somos enemigos de los negros, todos los madrileños enemigos de los catalanes, todos los catalanes enemigos del resto. Las progresivas campañas de victimización a que nos han sometido la clase política y los medios de comunicación han contribuido decididamente a la creación y aparición de frentes allí donde no los había. Lo que antes eran líneas rojas trazadas en las leyes que todos nos habíamos dado se han convertido en trincheras desde las que confirmar casi bélicamente nuestra pertenencia a este o aquel grupo.

Hasta hace unas pocas generaciones, ser un miembro aceptado de un grupo era una cuestión de vida o muerte. Les hablaba antes de involución: hoy en día sólo un loco se atreve a ignorar el consenso del grupo y dar una opinión independiente. Como antiguamente. Y es precisamente por esto que cualquier pregunta que nos podamos hacer hoy en día recibe siempre una respuesta sorprendentemente conforme y uniforme desde los diferentes campos político-ideológicos. Incluso la ciencia, que por su propia naturaleza debería ser escéptica, no sale mejor parada en cuanto un tema de investigación adquiere relevancia política: en estos casos, cuestionar la opinión predominante, la consensuada, convierte rápidamente al postulante en sospechoso de herejía. Max Planck lo describió así: «La verdad nunca triunfa, solo mueren sus oponentes”.

Yo soy de los ilusos que piensan que en una sociedad basada en los principios de la democracia liberal (no, no hablo de la democracia a la venezolana), predominan las relaciones abstractas, económicas y comerciales. Los conceptos falsificados de “remordimiento”, “solidaridad” y el orden jerárquico no son considerados. Porque en una sociedad libre, de actores libres, todos son prójimos de todos, todos son socios potenciales de todos, todos son potenciales clientes de todos, o potenciales proveedores.

Pero está claro que vamos de cabeza hacia un proyecto social en el que la política y las relaciones intergrupales siguen las reglas del “clan tribal”: a) La lealtad al grupo y su líder; b) el respeto al orden jerárquico; c) asistencia al “vecino” conocido y olvido e incluso desprecio por los “otros“, los más o menos desconocidos, los miembros de otro” clan tribal “, de los que se desconfía e incluso se califica de “enemigos”.

El proceso de polarización social al que asistimos en España (en todo occidente) es fruto de una extraña forma de socialdemocracia a la que nos hemos abandonado. Cada vez son más los obedientes que quieren imponer obediencia a todos los demás, al tiempo que cada vez son más también los que se sienten lesionados en sus relaciones formales con los otros, en su individualidad y en su deseo de prosperar. Populismos de izquierdas y derechas frente a los individuos maduros y responsables. Creo que vamos perdiendo.

Foto: Hello I’m Nik


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