Suele decirse con frecuencia que los gobernantes tratan a los electores como si fueran estúpidos, pero, en realidad, no se puede atribuir esa conducta solo a los políticos. La estupidez es muy democrática y no se deja arrinconar en ningún sector, por eso es tan frecuente utilizar argumentos estúpidos, y por esa misma razón cualquier estupidez circula con tanta libertad. En eso se parece a la mentira de la que decía Churchill que era capaz de dar la vuelta al mundo antes de que la verdad se pusiese siquiera los pantalones.
Es muy posible que la razón por la que las estupideces encuentran tan buen acomodo en muchos públicos resida en que, en el fondo, muchas estupideces son una forma de halago. La mayoría de las que emplean los gobernantes pertenecen a este género. Así, cuando un político promete arreglar los entuertos de sus adversarios está halagando a sus posibles electores que piensan “con nosotros en el poder no pasarán estas cosas” y, en consecuencia, dan generosamente el voto a quienes no van a hacer cosas tan malas como los que ahora mandan, sin pararse a pensar si tendrán arrestos y posibilidades de hacer algo realmente bueno. La estupidez halagadora ha conseguido su objetivo, no se sabe qué harán los que aspiran a vencer, pero tenemos su palabra de que no van a hacer las enormidades que hacen otros y ese consuelo suele funcionar bastante bien.
La estupidez tiene toda una industria a su servicio, miles de personas que se dedican a encontrar el mensaje más persuasivo posible para ponerlo al servicio de una falsedad como la copa de un pino
La mayoría de las mentiras que usa el poder político son meras estupideces, antes que mentiras. Mentir bien no es arte al alcance de cualquiera, entre otras cosas porque requiere contención, el buen mentiroso no puede mentir a todas horas. A pesar de todo, las mentiras más estúpidas se cuelan como si nada en los telediarios y en la prensa. Suben los productos básicos, por ejemplo, pero la ministra de la cosa dice que ella no nota nada cuando va a la compra, y eso seguro que tranquiliza mucho a las amas de casa cuando ven cómo se han puesto los tomates.
El político se siente obligado a presentar panoramas optimistas aunque sepa que las cosas no van ni medio bien porque lo único que justifica el ejercicio de su poder es el optimismo, la certeza de que su gobierno no es la causa de los numerosos desastres que soportan los ciudadanos. Además, lo que todavía es más importante, de que la gente crea que todo va bien depende su futuro en el poder, así que le parece que no queda otra que poner al mal tiempo buena cara, mentir lo mejor que puedan.
Algo que facilita mucho la tolerancia con la mentira estúpida es la infinitud de las opiniones, que nunca parezca estar claro si las cosas son de un modo u otro. En esto, la polarización acude rauda en ayuda de los que pudieran sentir dudas, porque la diversidad de opiniones tiende a arracimarse y la cosa se simplifica mucho. Véase el siguiente caso: si te quejas de que la gasolina suba y no reconoces que se debe a la guerra de Ucrania, es que eres un facha, de manera que, si no lo eres, te mostrarás abierto a admitir mil futuras causas ninguna de las cuales será responsabilidad del admirable gobierno que nos protege a hora y a deshora y, por descontado, están de más todos los análisis un poco más sutiles.
Por caricaturesco que parezca este retrato no conviene olvidar que es el que nos transmiten unos medios alineados de manera marcial con sus respectivos intereses entre los que la simple verdad ocupa un lugar bastante secundario. Pensemos, es otro ejemplo, en lo que pasa estos días con la revelación de que el Barcelona C.F. ha estado pagando unos milloncetes de euros a un importante jerarca del arbitraje. El presidente del club ha señalado rápidamente la conspiración siempre presente contra su equipo en un momento de juego muy brillante (luego no fue para tanto, empató con el Manchester en casa), de manera que ha procedido con celeridad a fijar el foco estúpido en una conspiración ominosa para apartarlo de una noticia descontrolada.
El País, diario global de la mañana, pero siempre dispuesto a favorecer las causas en las que ande metido cualquier socialista (como Albert Soler, por ejemplo que estaba en el Barcelona y en el CSD) presentaba la noticia bajo una foto en la que se ve a un árbitro poniendo tarjeta roja aun jugador del Barcelona, es decir que ha hecho ver de inmediato lo muy falso (miren la foto) que es suponer que tan noble equipo haya tratado nunca de influir en los árbitros que, como todo el mundo sabe, son fieramente independientes y le sacan tarjetas rojas al Barcelona, incluso sin motivo.
Muchos periodistas han acudido a otros árbitros para tratar de entender la noticia y se han encontrado con que estos señores ponen la mano en el fuego sobre la honestidad del colectivo y juran que es imposible que un árbitro pueda hacer maldades de ese tipo, imagino que los astutos reporteros no esperaban una confesión general y se tienen que conformar con que algunos más atrevidos señalen a la manzana podrida. Una manzana podrida, eso sí, que no ha podido hacer nada ilegal, curioso asunto en el que el nivel de estupidez que se supone a los aficionados al balompié supera con mucho el tamaño de las mentiras que se usan para tapar el escándalo que, no se preocupen, quedará en nada porque está envuelta gente muy principal.
La estupidez tiene toda una industria a su servicio, miles de personas que se dedican a encontrar el mensaje más persuasivo posible para ponerlo al servicio de una falsedad como la copa de un pino. Los vendedores de crecepelo, honorables charlatanes de callejón, han sido ascendidos al oficio de comunicadores, publicistas y expertos en marketing y nos colocan cada día miles de mensajes literalmente increíbles. Cuando unos y otras nos apresuramos a comprar, por ejemplo, una crema antiarrugas milagrosa, la mentira implícita se transforma en verdad porque se asume que es imposible que haya tanto idiota que compre un producto inútil.
Parece que Lincoln, que alguna vez mintió con verdadera astucia, decía que se puede engañar a todos por algún tiempo y a algunos todo el tiempo, pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo. Es un pensamiento optimista y consolador, pero me temo que era válido en un mundo algo más simple que el que nos ha tocado vivir. Ahora manda Goebbels y puede hacerlo porque son muchos los que se han acostumbrado a ser estúpidos como una forma fácil y barata de ser felices, de no pensar en nada porque creen que de nada sirve estar todo el rato dando vueltas en la cabeza a las cosas que se dicen en la tele y en las redes sociales, salvo lo que digan los haters, que son los malos de la película. Así es nuestro mundo, y es difícil que deje de serlo con tantos mensajes breves llenos de figuritas y exclamaciones siempre dispuestos a embellecer los lugares comunes que veneran, por estúpidos, indigestos y falsos que le resulten a cualquier inteligencia que se empeñe en pensar con libertad.
Foto: courtesy of Gratisography.