Pablo Iglesias Turrión, flamante nuevo vicepresidente de asuntos sociales del gobierno de España, concedía su primera entrevista como miembro del gobierno al diario digital afín de Ignacio Escolar. Lo interesante de la entrevista, más allá de la velada amenaza al periodista digital Hermann Terstcht por su apelación al artículo 8 de la constitución, es que nos proporciona claves interpretativas sobre cómo piensa políticamente Pablo Iglesias en realidad.
Shun Tzu afirma en su Arte de la guerra que una de las claves para derrotar al enemigo consiste en conocer su forma real de pensar. De Iglesias se ha creado una imagen de marxista-leninista dogmático dispuesto a asaltar a los cielos para lograr imponer una dictadura comunista ex nihilo. Esta imagen, difundida interesadamente desde medios de comunicación cercanos al PP de Mariano Rajoy, se corresponden a una época juvenil del personaje político cuando éste no había descubierto todavía las esencias de la política como las del arte de lo posible dada una correlación de fuerzas determinadas. Como Maquiavelo o Gramsci, los verdaderos referentes intelectuales de Iglesias, el líder de Podemos pronto comprendió que la conquista del poder requiere de una combinación de circunstancias que la hagan posible, lo que el pensador florentino llamó fortuna, y una estrategia audaz por parte del político que sea capaz de dislocar los espacios políticos convencionalmente establecidos.
Iglesias comprendió que en la España de principios del siglo XXI las universidades españolas, auténticas madrasas del pensamiento único, no producían un suficiente número de potenciales votantes de Podemos como para conquistar eso que tan pomposamente llamó Gramsci hegemonía. Era necesario también seducir a otras capas de votantes para los que el imaginario clásico del izquierdismo radical no es suficiente reclamo electoral. Podemos necesitaba capitalizar los réditos electorales derivados de las luchas políticas nacidas de las nuevas causas de liberación de la izquierda como pueden ser el movimiento LGTB, el feminismo o el cambio climático. Luchas propias de la nueva izquierda respecto de las cuales el globalismo internacional mantiene una posición mucho más favorable en la medida en que son más fácilmente asimilables dentro de esquemas neoliberales.
Es preciso que la derecha asuma formas audaces de oponerse al indisimulado intento, no ya de cambiar de régimen político, sino también de excluirla del ámbito de la política
Que España se vaya a convertir en referencia mundial respecto a la ideología de género, transición ecológica u otras formas de ingeniería social constituye más una buena noticia que una amenaza para los fundamentos del sistema financiero y político internacional. Como muy bien pone de manifiesto Iglesias a los grandes representantes de la oligarquía internacional les produce más inquietud un gobierno que cuestione los fundamentos del orden financiero internacional que uno que vaya a reconocer asignaciones no binarias de géneros o que vaya a acelerar la transición económica hacia la economía verde auspiciada por guros económicos del globalismo como Jeremy Rifkin.
Iglesias es consciente de que la crisis de la identidad nacional o el empobrecimiento generalizado de las clases medias movilizan a sectores muy limitados de la sociedad española y del tejido empresarial español. En España no hay sociedad civil, como muy bien conoce el líder podemita, y la resistencia de los llamados partidos del centro derecha (VOX, PP y C’s) puede ser fácilmente desarticulada si se la presenta como extrema derecha ante una opinión pública muy mediatizada por el influjo de unos medios de comunicación que en su gran mayoría están controlados directa o indirectamente por el poder político.
Manifestaciones como la del domingo o histriónicas apelaciones al fin de la nación en sede parlamentaria sólo sirven para alimentar la grosera manipulación que hace la izquierda mediática de una cuestión crucial como es la del peligro real de desaparición no sólo de la nación española sino del propio estado. Cuanto más se apele al factor emocional por parte de la derecha mayor será el riesgo de que la izquierda caricaturice la defensa de la nación y la presente como una deriva peligrosa hacia el atavismo natural de la derecha española; que para la izquierda se resume en la tentación golpista. La derecha tampoco sabe capitalizar la movilización ciudadana de la manera en la que la izquierda explota la supuesta indignación popular. El agitprop es patrimonio exclusivo de la izquierda que sabe escenificar como nadie el desencanto real o imaginario de la ciudadanía
Es preciso por lo tanto que la derecha asuma formas audaces de oponerse al indisimulado intento, no ya de cambiar de régimen político, sino también de excluirla del ámbito de la política. Aquí aparece la tentación centrista que es recurrente en el ámbito de la derecha. Cada cierto tiempo aparece un intelectual, un dirigente del PP o C’s o un periodista que alerta a la derecha del peligro del radicalismo y de la necesidad de recuperar la senda de la moderación.
Frente a estas dos vías aporéticas, que conducen a la derecha a su desaparición de facto del ámbito de la política y que la condenan a heredar la mera gestión del desastre que suele dejar la izquierda cuando gobierna, surge una tercera posibilidad: la de seguir la senda marcada por Maquiavelo y aprovechar la correlación de fuerzas, que mencionaba Iglesias en su entrevista, e intentar jugadas audaces que desplacen los términos del discurso político hacia escenarios que le resultan especialmente incómodos a la izquierda.
La izquierda no se siente nunca cómoda cuando se la confronta con su relación ambivalente con la democracia. La izquierda se erige en custodia de las esencias democráticas pero cuando tiene el poder suele deslizarse hacia formas autoritarias, cuando no dictatoriales, de entender la política. Ya sea la convención jacobina, la comuna de Paris, la Revolución de Octubre o las fallidas experiencias del llamado socialismo del siglo XXI. La izquierda llega al poder invocando una democracia que no duda en traicionar cuando alcanza el poder.
Podemos hizo de la recuperación de la soberanía popular, secuestrada por unas oligarquías políticas y económicas, su santo y seña. Prometió un proceso constituyente y ha acabado defendiendo una vigencia parcial de la constitución del 78, que permita una mutación constitucional que sirva para acomodar la estructura del estado a las apetencias neofeudales del nacionalismo periférico más reaccionario. Con su pacto de gobierno con el PSOE ha permitido que el estado, con el que prometió hacer tantas cosas, entre en un estado de liquidación por subasta al mejor postor nacionalista. La derecha debería contraatacar por ese flanco.
No hay otra manera de hacerlo que sorprendiendo a la izquierda por aquel lugar donde ésta no se lo espera. La izquierda no va a poder acometer su reforma constitucional de la forma prevista legalmente y ni tan siquiera espera tener que hacerlo. Espera poder consumar su reforma de facto deslegitimando las legítimas protestas de la derecha. Es por lo tanto necesario que la derecha desactive esa acusación de ser neofranquista, cerril, autoritaria y poco proclive a entender la democracia proponiendo aquello que la izquierda en realidad se propone negar a los ciudadanos: su inalienable derecho a decidir su forma de existencia política.
La derecha debería intentar accionar el mecanismo previsto en el artículo 92 y de esta forma obligar a la izquierda a retratarse políticamente como lo que es: profundamente antidemocrática en sus fundamentos. El artículo 92 regula la figura de un referéndum consultivo no vinculante jurídicamente sobre asuntos políticos de especial trascendencia. Se trata de un referéndum que sólo puede convocar el estado, como se establece en la LO 2/ 1980 de regulación de las distintas modalidades de referéndum, que es de alcance nacional y que sólo se puede convocar si hay una mayoría absoluta del congreso de los diputados que lo solicita. Lo que la derecha debería hacer es pedir al gobierno que apoyase la celebración de esta consulta. De esta forma obligaría al gobierno y a los nacionalistas a retratarse ante la opinión pública. Es obvio que tantos unos como otros lo iban a rechazar por razones obvias. Al gobierno no le convendría someter a referéndum una posible intención política de acometer una reforma constitucional que fuera a admitir el derecho de autodeterminación y además una buena parte del electorado vería en esta consulta una especie de plebiscito contra el sanchismo y sus mentiras, lo que lo convertiría en altamente peligroso para el gobierno.
La ley exige que dicha consulta tiene que esperar al menos tres meses a contar desde la celebración de las últimas elecciones, con lo cual se podría plantear en fechas relativamente cercanas como para que la ciudadanía tuviera todavía frescas las mentiras y contradicciones casi continuas de Sanchez. Por otro lado, la derecha dejaría sin argumentos tanto a los nacionalistas como a la izquierda que acusan a ésta de tener una estrategia golpista para defender su defensa de la nación. La derercha debe hacer suyas estas sabias palabras de Maquiavelo en El Príncipe, “Cada uno, pues, deberá portarse como el ballestero prudente, que, cuando advierte que el blanco a que dirige sus tiros, se halla demasiado distante, considera la fuerza de su arco y apunta más alto que el blanco, con el objeto de llegar siquiera a tocarlo”.
Foto: Patrick Fore