Decía Alfonso Guerra, allá por la década de 1990, cuando oía hablar a José María Aznar del viaje al centro: “¿De dónde vendrán, que llevan años viajando al centro y todavía no han llegado?”. Es la mejor contribución de Guerra a la política española; al menos, nos echamos unas risas. Últimamente, Alfonso Guerra ha descubierto la democracia y el Estado de Derecho, que eso sí que tiene gracia. Pero, por algún motivo, a mí no me la hace.

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La derecha, en su viaje al centro, ha acabado por hacerse añicos. Por un lado, tenemos al Partido Popular. Vayámonos al pasado; de nuevo a la época de Aznar. El ex presidente realizó dos operaciones de calado en la derecha española. Una de ellas fue ir región por región para quitar de en medio a los restos de Alianza Popular, al viejo caciquismo, para colocar a unos nuevos caciques mucho más modernos, dónde va a parar, y más de su cuerda. Con dos excepciones: Galicia, donde mandaba Manuel Fraga Iribarne, y Madrid, donde mandaba, qué risa da ahora recordarlo, Alberto Ruiz-Gallardón.

El PP es un partido socialdemócrata, que como mucho se presenta ante los españoles como un gestor prudente de la economía, y un defensor de las políticas sociales de izquierdas dentro de la Constitución. Y Vox… de Vox lo único reconocible liberal o conservador que mantiene es su propuesta de dos tipos marginales del IRPF, uno del 15% y otro del 25%

La otra operación fue la de fagocitar los partidos regionalistas de la derecha. Dividían el voto, y eran un freno para el crecimiento del PP y, en consecuencia, para la creación de una alternativa. Además, se benefició de los restos del CDS, tanto en votos como en nombres. Esta operación le salió muy bien, como atestiguan la victoria de 1996, y la mayoría absoluta de 2000.

Alcanzada esta posición, a la derecha del PP no había nada. Algún grupo de nostálgicos que se reunían en cenas y sableaban a unos empresarios patriotas, más los grupúsculos de la verdadera ultraderecha peleándose de nuevo en Salamanca. Aznar lo considera como su mayor obra política, al margen del ejercicio del gobierno.

Mariano Rajoy ha vivido cómodamente en esa posición. Vació ideológicamente el PP, se limitó a heredar el poder cuando el PSOE nos llevó de nuevo al abismo, y lo entregó cuando comprendió que no podía continuar. Cuando dejó el partido, tenía ya a dos partidos que compartían su espacio político. Había deshecho la obra de Aznar.

Pablo Casado supuso una oportunidad para el rearme ideológico del PP, e intentó reconstruir lo que había logrado el ex inspector de Hacienda. Cometió un inmenso error con su correligionaria (y antigua amiga) Isabel Díaz Ayuso, y tuvo que dejar su lugar a Alberto Núñez Feijóo. En estos años, Ciudadanos se ha suicidado políticamente, y Vox ha dejado de ser un partido testimonial para ser el tercero de España.

La cuestión es que el PP, tras el interregno de Casado, ha vuelto al cálculo de que puede irse tan a la izquierda como sea necesario. Antes, con Mariano Rajoy, lo hacía porque era el único partido de derechas, y ningún otro podía comerle la tostada (y surgieron Cs y Vox). Ahora, Feijóo lo ha hecho porque da por perdidos los votos de Vox, y por ganados los de una parte del PSOE, ya vemos con qué éxito. Por otro lado, Feijóo ha contado con que iba a ganar las elecciones porque le tocaba, como a Mariano en su momento. Pero él nunca iba a ganar las elecciones; en todo caso lo haría el bloque que forma con Vox. Y, además, no ha sido así.

No lo ha sido, entre otros factores, porque el propio Feijóo, de nuevo la derecha haciéndose la simpática con la izquierda, ha avivado el temor a la participación de Vox en el gobierno. ¡De Vox, que es un apoyo necesario para que él llegue al Gobierno!

Estos han sido los argumentos de Alberto Núñez Feijóo para que le voten. No ha hecho una propuesta a la sociedad española sobre qué haría desde el Gobierno. No lo ha hecho porque ello supondría definirse ideológicamente en algún sentido. Su propuesta ha sido la de derogar el sanchismo. Su mensaje es que él iba a ocupar la Moncloa para echar al lamentable y peligroso Pedro Sánchez, gracias al apoyo de otro partido que él considera peligroso, como es Vox. Sorprende el buen resultado que ha llegado a tener su partido.

Vox, por su parte, es esa fuerza nueva de la extrema izquierda. Como si tuviésemos pocas. Cada vez adopta un mensaje más socialista, anticapitalista, nacionalista, identitario. Según me cuentan, la salida de Víctor Sánchez del Real y de Rubén Manso tienen más que ver con el desencuentro personal de éstos con la dirección que con cuestiones ideológicas, pero en este ámbito los aspectos personal e ideológico son inextricables. Según la prensa, Iván Espinosa de los Monteros ha dejado el partido después de que Santiago Abascal le relevara como portavoz en el Congreso de los Diputados. Es una decisión estratégica, la de apartarle.

Ambos partidos han huido del centro-derecha. El PP es un partido socialdemócrata, que como mucho se presenta ante los españoles como un gestor prudente de la economía, y un defensor de las políticas sociales de izquierdas dentro de la Constitución. Y Vox… de Vox lo único reconocible liberal o conservador que mantiene es su propuesta de dos tipos marginales del IRPF, uno del 15% y otro del 25%. En los próximos dos años, o lo que dure el último o penúltimo gobierno de Pedro Sánchez, ¿qué van a ofrecer estos dos partidos a la sociedad española? ¿Váyase, señor Sánchez?

Foto: Possessed Photography.

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