Miklos Lukacs de Pereny (Lima, 1975) es un académico peruano especializado en filosofía de la tecnología. Cuenta con un PhD en Management y Máster en Gestión de la Innovación por la Universidad de Manchester en el Reino Unido, Master en Desarrollo Internacional por la Universidad de Wellington en Nueva Zelanda y Licenciado en Medicina Veterinaria por la Universidad Mayor de Chile. También es graduado del Programa de Inteligencia Artificial de la Universidad de Oxford. Actualmente es Profesor Principal de Ciencia y Tecnología de la Universidad de San Martín de Porres en Perú y Profesor Visitante de Ética y Tecnología de la Panamerican Business School en Guatemala. Ha sido profesor de las universidades de Essex y Manchester en Inglaterra y ESAN en Perú e Investigador Senior del Mathias Corvinus Collegium en Hungría e Investigador Visitante del Instituto Tecnológico de París. Ha presentado sus trabajos de investigación en conferencias académicas y públicas en Argentina, Brasil, Chile, China, Cuba, Ecuador, Escocia, Francia, Hungría, Inglaterra, India, Indonesia, México, Perú, Rumania y Suecia. Actualmente radica en Inglaterra. Lukacs acaba de publicar su primer libro “Neo entes: tecnología y cambio antropológico en el siglo 21” en el que alerta del peligro del transhumanismo.
En su libro habla del progresismo como una religión. ¿Cómo nos vende esa religión el transhumanismo?
Nos lo venden como una mejora material, como una idea de progreso en la que el ser humano es mejorado, y ese ser humano reemplaza a Dios, se convierte en Dios gracias a la tecnología. El problema de este planteamiento es que es una promesa falsa y vacía. Porque para aspirar a ese proceso la condición sine qua non es que el ser humano deje de ser humano. Vas a progresar, pero el costo de ese progreso es que dejes de ser lo que eres. Así, el Homo sapiens puedes transicionar hacia un Homo Deus o hacia cualquier tipo de forma, lo que yo llamo un neo-ente. Básicamente, la tecnología te va a permitir ser lo que quieras ser y esa es una de las promesas del progreso.
Las nuevas tecnologías son órdenes de magnitud superiores a la máquina de vapor, porque no sólo tienen el potencial de modificar el entorno del ser humano, sino de reconfigurar al propio ser humano
Ese progreso tecnológico va a ir acompañado de un progreso moral posmoderno, en el que todas las categorías valóricas que estableció el judeocristianismo en los 2000 años anteriores pasan a ser irrelevantes. Esta moral progresista es completamente anticristiana. Vamos a ser mejores en lo intelectual, en lo cognitivo, en lo físico y en lo moral, pero está moralidad es una amoralidad porque no tiene ningún tipo de hitos ni bandera. Es una moral relativista.
La idea del Homo Deus me recuerda al hombre nuevo soviético y a otros experimentos similares, desvincular al hombre de sus raíces y moldearlo como si fuera arcilla.
Efectivamente, esta idea del hombre nuevo no es nueva, viene de muy atrás. Por ejemplo, cito a los pensadores de la Ilustración del siglo XVIII, especialmente al marqués de Condorcet y a Denis Diderot, que ya jugaban con esta idea de la perfectibilidad perpetua del ser humano. Diderot ya planteaba el superhombre reconfigurando y redefiniendo el ser humano. Eso no era posible en el siglo XVIII, pero hoy sí lo es. Tecnologías como la Inteligencia Artificial, la edición genética o la robótica tienen el potencial probado de reconfigurar al ser humano como especie.
Volviendo al pasado, el darwinismo, con su idea del ancestro común, es un torpedo a la línea de flotación del cristianismo que colocaba al ser humano en una categoría especial, como la criatura predilecta de Dios. Luego llega Herbert Spencer con el darwinismo social y la supervivencia del más fuerte, del que saldrán el racismo científico y la eugenesia. Todo este proceso rompe la categoría cristiana de que todos somos iguales, somos hijos de Dios, y en el siglo XX vemos las consecuencias. Por ejemplo, el comunismo y la aspiración del homo sovieticus, un hombre invencible aunque no en el aspecto individual, sino en el colectivo, como parte de la Unión Soviética.
Pero toda esta idea del progreso tecnológico como garante de un mundo mejor ya se ha demostrado falsa. A principios del siglo XX se hablaba del fin de la guerra por los avances del progreso, el resultado fueron la Primera y la Segunda Guerra Mundial.
Sí, por eso está idea de progreso plantea que el ser humano es imperfecto, inferior e indeseable, y que necesita ser mejorado. Es una idea de progreso profundamente antihumanista y anticristiana. Es una idea que va contra el ser humano. El crítico principal de esta idea de progreso es John Gray, sobre todo en su obra “Perros de paja”, donde establece que es absurdo pensar que el progreso tecnológico conlleva uno moral. Gray sostiene correctamente que el ser humano no ha cambiado, en lo esencial seguimos siendo lo mismo que hace 2000 años.
No obstante, esta idea es transversal a todos los movimientos progresistas posmodernos: la tecnología es el motor del cambio. Por lo tanto, independientemente de los debates políticos o económicos, no se pueden entender los procesos actuales sino se incorpora la variable científica y tecnológica. Si la omitimos, estaremos construyendo una dinámica política contemporánea que no es precisa. Por ejemplo, lo que generó la primera revolución industrial fue una tecnología, la máquina de vapor. Treinta años después aparecen las industrias textiles, es decir, la tecnología generó un nuevo proceso económico: el capitalismo moderno. Las nuevas tecnologías son órdenes de magnitud superiores a la máquina de vapor, porque no sólo tienen el potencial de modificar el entorno del ser humano, sino de reconfigurar al propio ser humano. Estás tecnologías están dando lugar a un nuevo modelo económico, que es el paso de la economías físicas a las digitales. Ese nuevo modelo va a establecer nuevas relaciones de poder económico y nuevas formas de dinámica política. Por lo tanto, leer la política actual con lentes del pasado, con esas disputas entre izquierda y derecha nacidas en el siglo XVIII, es anacrónico. La guerra del siglo XXI no es solamente una guerra política, económica, cultural o social. La gran guerra del siglo XXI es la guerra antropológica entre las visiones progresistas que conciben al ser humano como mejorable y las que defienden que el ser humano debe mantener su dignidad e integridad. El ser humano al servicio de la tecnología versus la tecnología al servicio del ser humano.
Estamos viendo cómo empiezan a aplicarse leyes trans en distintos países. Si aceptamos que una persona defina su sexo a voluntad, ¿no abrimos la puerta a otros fenómenos como los transedad o los transespecies?
Es precisamente eso. Estas variaciones a partir del ser humano o de otras especies es a lo que yo llamo neo-entes, aunque mi definición no se limita al mundo físico y comprende también creaciones digitales. Y ya estamos viendo esa reconfiguración del ser humano porque ya no se puede distinguir al hombre de la mujer. En nombre de este progreso tecnológico se vacían de contenido ontológico todas las categorías de ser humano. Esto significa que no hay una categoría sexual, sino cientos de géneros, o que no hay diferencia entre adultos y niños, no sólo en lo ontológico sino también en lo moral con respecto a las decisiones que pueden tomar, y todos se incluyen en el término “personas”. Así, escuchamos decir a políticos progresistas que la diversidad sexual la disfrutan las “personas” siempre que haya consentimiento.
El prefijo “trans” no es aleatorio. Se llega al transhumanismo, es decir a la transición del humano, desde categorías pretranshumanistas: transexuales o transgénero, transraza, transedad, transespecies, transcapaces… Puedes meter cualquier cosa en la categoría trans y de ese modo se vacía el contenido ontológico del ser humano. Puedes ser cualquier cosa, esta es la redefinición, y usar la tecnología para cambiar, para la reconfiguración. Lo vemos con la presencia de las mujeres trans en las competiciones de belleza o en los deportes femeninos. Redefinición y reconfiguración del ser humano.
¿No teme que le acusen de conspiranoico?
No, no me importa. Aquí el término “conspiranoico” nace de la ignorancia de las personas en cuanto a los desarrollos científicos y tecnológicos recientes, como, por ejemplo, que a partir de células madre se pueden obtener gametos masculinos y femeninos, es decir, espermatozoides y ovulos. Esto se logró en 2014 y fue publicado por la revista “Nature”, la revista científica más prestigiosa del mundo. Esto ha permitido que el año pasado el Instituto Weizmann en Israel creará embriones artificiales de ratones a partir de esos gametos. Técnicamente, se podrían obtener espermatozoides de las células madre de una mujer, por lo que se elimina al hombre del proceso reproductivo. Y aquí entran las nuevas masculinidades, el heteropatriarcado y todos estos ataques brutales a la masculinidad.
¿Y cuál sería el propósito, el objetivo final, de todo este proceso de reconfiguración?
Todo esto tiene un fin que en su matriz lleva a la agenda principal que regula todas estas intervenciones, que es la agenda del medio ambiente. Esta es la agenda madre del progresismo porque a partir de ella se culpa al ser humano de la crisis ambiental. El ser humano, con esa herramienta terrible que es el capitalismo, es culpable del cambio climático y representa un riesgo existencial. Es la “plaga humana” que acuña David Attenborough en 2013, que usa el capitalismo para destruir la madre tierra y es, por tanto, una amenaza para la existencia de nuestra especie. Ese riesgo existencial demanda medidas que son moralmente justificables para salvar el planeta. Ahí entra el control demográfico y todas las agendas: aborto, ideología LGBT, educación sexual, feminismo radical e ideología trans. La diversidad, en la que se adoctrina a los niños y los adolescentes, promueve relaciones sexuales no heterosexuales, es decir, que no llevan a la procreación y buscan, en el fondo, la reducción de la población.
Luego está el feminismo, que no es el empoderamiento de la mujer, sino que busca criminalizar el comportamiento sexual natural del hombre. Después viene el especismo y el animalismo, donde aumenta la moralidad del animal y disminuye la calidad moral del ser humano. Humanizas al animal y deshumanizas al humano. Y finalmente la eutanasia que, al igual que el aborto, cosifica e instrumentaliza al ser humano que se convierte en una pieza dispensable. Ya no es cuestión de ayudar a esa persona a salir adelante, sino que en la relación costo-beneficio es más barato que se mate.
El peligro real de toda esta guerra antropológica es que finalmente, y bajo criterios malthusianos y postdarwinianos, se justifican todos los medios para reducir la plaga. Es un proyecto abiertamente eugenésico, y ya sabemos cómo acaban en la historia todos estos proyectos eugenésicos. El mayor riesgo es que toda la reproducción humana sea puesta en manos de la tecnología y ese sí sería el fin del ser humano. Sería la creación del Homo Deus, pero no de toda la población sino de la minoría que controla, comercializa, fabrica, regula y supervisa estas tecnologías. Ya tenemos técnicas de pre-implantación genética y de fecundación in vitro; la ley triparental de Reino Unido ya existe; en la Universidad de Eindhoven se está trabajando en la creación de úteros artificiales humanos e incluso existen niñeras de Inteligencia Artificial postparto para controlar el desarrollo de los bebés sin presencia humana. No es ciencia ficción, es una realidad.
¿Hay resistencia a esta agenda transhumanista?
Sí, hay una resistencia muy grande. El problema es que la mayoría de la gente intuye que esto está mal y repudia las agendas trans, LGBT o feministas, pero no saben exactamente qué es lo que pretenden estas agendas. Y luego existe una falta de iniciativa política porque las poblaciones han sido amansadas bajo una técnica de agotamiento y desmoralización: covid, crisis económica y energética, etc. El problema es que si la gente no reacciona a tiempo nos enfrentaremos a un sistema de coerción muy bien establecido mediante el control tecnológico.