En la obra de arte en la época de su reproducibilidad técnica Walter Benjamin examina las implicaciones que para la obra de arte ha tenido el nacimiento de nuevas formas de hacer arte como son el cine y la fotografía. En estas nuevas formas de hacer arte la distancia entre la copia y el original desaparece y el propio medio técnico a través del cual se originan las obras se convierte en sí mismo en artístico. Esto es especialmente apreciable en el cine donde el montaje cinematográfico permite posibilidades de presentación de la realidad que van más allá de la pura mímesis o copia de ésta.
Por otro lado, estas nuevas formas de arte aceleran y enfatizan un fenómeno que ya se había dejado notar desde el Renacimiento y que consiste en lo que Benjamin llama pérdida de aura de la obra de arte. A partir del Renacimiento las obras de arte van perdiendo su función cultual, vinculada a la religión y a la simbología para adquirir una dimensión puramente estética. Las obras de arte se crean para ser exhibidas. Esta pérdida de función cultual del arte contribuye a esa pérdida de aura de la obra que consiste en una mayor lejanía con respecto a la misma. Los retablos y las pinturas dejan de estar vinculadas a un culto, a función determinada que exigía que su contemplación se realizara en un lugar y en un momento determinado para pasar a ser exhibidas en museos completamente descontextualizadas. Las nuevas artes (cine y fotografía) contribuyen aún más a esa pérdida del carácter aurático del arte.
El marxismo en sus diversas formulaciones sigue estando preso de las mismas ideas o, en terminología kantiana, de los mismos paralogismos de la razón. Mientras esto suceda, las minorías intelectuales que dominan a la izquierda estarán cada vez más lejos de las preocupaciones y anhelos de la gente común
Esta pérdida aurática del arte lejos de constituir un drama y una banalización del arte, convertido ahora en un espectáculo de masas, constituye una oportunidad política para Benjamin. Éste acepta la tesis marxista, según la cual los cambios en las superestructuras políticas son mucho más lentos que los cambios en la estructura productiva, lo que explica la tardanza de muchos procesos revolucionarios en países como Alemania o el Reino Unido, donde las contradicciones del sistema económico capitalista deberían haber llevado ya a un estallido revolucionario. Que esto no se haya producido sólo puede explicarse por esa lentitud a la que me refería antes. Para Benjamin el cine fundamentalmente tenía la virtualidad de acelerar esos procesos revolucionarios. El pensador berlinés tenía claramente en mente el papel que el cine soviético había tenido en la glorificación y dulcificación del proceso revolucionario soviético. Lo que en la realidad era un desastre económico, político y una matanza gigantesca en el cine de Einsenstein se presentaba como una exigencia de la más elemental idea de justicia. Cualquier individuo en su sano juicio que contemplara la terrible escena de la escalinata en El acorazado Potemkin, magistralmente montada por Einsenstein, no podía por menos que empatizar, comprender y alabar la labor que los bolcheviques habían realizado en la anteriormente opresora Rusia Zarista.
Benjamin también era consciente de que el fascismo se había dado cuenta de las posibilidades políticas del arte. Mucho antes de que Alain Badiou considerase, en la línea heideggeriana, que el arte es una forma de acceso a la verdad, los nazis con el cine de Lenin Rifenstahl habían procedido a estetizar la utopía nazi en películas como El triunfo de la voluntad. Para Benjamin los fascistas habían llegado aún más lejos ya que habían estetizado la propia política y habían convertido a la belleza en un valor subordinado a la exaltación de su verdad.
La debacle de la izquierda en Madrid ha sido, como todo acontecimiento político que se precie, elevado retrospectivamente a la categoría de acontecimiento político tanto por los partidarios del ayusismo político como por sus detractores. Para los primeros se trata de una suerte de Agincourt de la política española, donde la arrogancia infinita de la izquierda se ha saldado con una derrota que pone en jaque la misma continuidad del proyecto autoritario de Pedro Sánchez. Shakespeare ejemplifica en su obra Enrique V esta arrogancia en la entrega de pelotas al rey inglés por parte del emisario del delfín de Francia. En el caso de Ayuso se trataría de las chanzas relacionadas con la predilección del sector hostelero madrileño hacia la política del PP y que han llevado a bautizar a dicho sector como un conglomerado de Ayuso-tabernas, buscando una analogía especialmente hiriente con la adhesión de parte de la hostelería vasca con el mundo fanático abertzale.
Para la izquierda la democracia que no resulta un plebiscito confirmatorio de sus tesis resulta una burda manipulación o una prostitución de la misma idea de democracia. De ahí que dicho acontecimiento haya sido elevado a una categoría equivalente a la del acceso de los nazis al poder en 1933. En la línea del pensamiento de Benjamin el ayusismo, como toda forma de fascismo que se precie, estetiza la política, idealiza la vida madrileña presentando como epítome de libertad lo que no es más que pura dominación de clase encubierta. Haciendo uso de un polilogismo lacerante el izquierdista acusa al votante obrero de derechas de “traidor de clase”, de “indocumentado” de la política o de ingenuo que cae en las redes de esta estetización de la política que presenta como idílico, la vida madrileña basada en una concepción liberal del mundo, lo que no es más que pura alienación capitalista. El marxista, como todo racionalista apriorista que se precie, no puede admitir que realidad desdiga sus análisis sobre la misma. Si la realidad no se corresponde con la cosmovisión del mundo, no es que la teoría falle es que no se ha sido lo suficientemente fiel al análisis. La izquierda no se ha equivocado en sus medidas económicas, en su política de enfrentamiento y estigmatización del adversario, en su desprecio al votante medio madrileño. No, la izquierda sólo se ha equivocado en pasar por alto, lo que Benjamin ya pusiera sobre el tapete en la década de los años 30: que el fascismo estetiza la política, embellece su cosmovisión del mundo para ocultar la alienación que pretende mantener. Por eso el triunfo de Ayuso es el triunfo de la romantización liberal de la idea de libertad. Para la izquierda “el fascista del berberecho” es aquel que sólo ve belleza en algo, la libertad liberal, que no es auténtica libertad sino espejismo de libertad.
Esto lejos de constituir un drama constituye una magnífica noticia y una garantía de que la izquierda jamás conseguirá sus objetivos políticos en último término. Los exámenes de la realidad errados rara vez conducen a buenos resultados políticos a medio y a largo plazo. Los Ayusistas deben congratularse de que en las Universidades y en las grandes librerías se sigan difundiendo las mismas ideas bajo ropajes conceptuales diversos… El marxismo en sus diversas formulaciones sigue estando preso de las mismas ideas o, en terminología kantiana, de los mismos paralogismos de la razón. Mientras esto suceda, las minorías intelectuales que dominan a la izquierda estarán cada vez más lejos de las preocupaciones y anhelos de la gente común. Al final la causa del ascenso vertiginoso de la izquierda, la hegemonía cultural Gramsciana, acabará siendo la razón de la pérdida de vigencia de dichas ideas entre las nuevas generaciones, que cada vez perciben a la izquierda como una forma de moralismo anacrónico y caduco, que sólo busca cercenar las posibilidades de acción del hombre en favor de quimeras igualitarias que jamás se cumplirán y que siempre acaban derivando en terribles tiranías que cercenan el bien más preciado del hombre: su libertad.
Foto: Soviet Artefacts.