Desde que la gran crisis financiera del 2008 hizo acto de presencia, una idea se ha instalado en lo que Castoraidis denominaba imaginario colectivo: la de que vivimos en un orden global neoliberal. Este discurso contra este supuesto orden neoliberal global le ha permitido a la nueva izquierda ocultar sus orígenes totalitarios vinculados a las experiencias vividas en la denominada Europa del Este.

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La nueva izquierda ha procedido a una verdadera reescritura de la historia más reciente para presentar una genealogía de la tradición liberal que sirva para estigmatizar ante la opinión pública a esta tradición de pensamiento político. Tanto en el ámbito académico e incluso en muchos medios de comunicación de masas se presentan dos ideas que son absolutamente falsas.

Ya en los años treinta el llamado marxismo occidental popularizó la idea de que el fascismo era la fase última de la expansión capitalista

La primera identifica al liberalismo con una forma de pensamiento totalitario que habría causado al menos tanto sufrimiento como otras ideologías totalitarias del pasado comunista. Esta visión no es nueva, ya en los años treinta el llamado marxismo occidental popularizó la idea de que el fascismo era la fase última de la expansión capitalista, una respuesta autoritaria de la burguesía ante el potencial estallido revolucionario vinculado a las tensiones sociales surgidas por las crisis cíclicas del proceso de acumulación capitalista. Sin embargo, fue la llamada teoría crítica, vinculada a la llamada escuela de Frankfurt, la que popularizó los análisis sobre los mecanismos de la psicología social vinculados a la aceptación de las reglas capitalistas por parte de las clases trabajadoras, teóricamente las que deberían haber derribado el capitalismo según los análisis del marxismo más ortodoxo.

La nueva izquierda ha seguido esta estela y pensadores como David Harvey u Owen Jones han analizado en sus obras los procesos de inculturación de los valores asociados al capitalismo y a la tradición liberal. La denigración de la gestión pública ante la opinión pública, como ineficiente, burocrática y despilfarradora o la conciencia de la propia responsabilidad individual ante los propios fracasos serían algunos de esos mecanismos ideológicos inoculados en el tejido social por esa supuesta ideología neoliberal. En general esta visión que vincula la tradición liberal con la cultura del trabajo, la responsabilidad y el mérito personal es propia de sociólogos como Webber o Simmel y de la antropología cultural que creen haber encontrado otros modelos civilizatorios donde la gratuidad, la generosidad, el altruismo y no la acumulación serían la norma y no la excepción.

La realidad es que la idea de la necesidad de trabajar para garantizar la propia subsistencia, la responsabilidad individual ante las propias decisiones vitales o el mérito personal como criterio de asignación de recursos son universales antropológicos, no necesariamente vinculados con las ideas liberales o el propio capitalismo. Textos religiosos como la Biblia u obras clásicas de la cultura universal como los Trabajos y los días de Hesiodo ya hacen referencia a estos principios morales. El liberalismo, en la medida en que sitúa al individuo como el resorte fundamental de todo discurso político, social y económico, sólo habría acentuado una serie de ideas ya presentes en el acervo cultural de la humanidad.

Cualquiera que esté mínimamente familiarizado con la tradición liberal sabe que esta se manifiesta en multitud de tendencias y corrientes, muy diversas entre sí

Más interesante resulta el análisis del concepto del neoliberalismo, tal y como es utilizado por la nueva izquierda. El término originariamente se refería a una escuela dentro de la tradición liberal, el llamado ordoliberalismo surgido en Alemania después de la II Guerra mundial. Sin embargo cuando Harvey se refiere al neoliberalismo como ideología dominante en el mundo no se está refiriendo tanto a los padres fundadores de la llamada economía social de mercado cuanto a las políticas económicas de contención del gasto público excesivo y anti-inflacionarias vinculadas a la llamada Escuela de Chicago y que ejercieron, junto a la obra Camino de servidumbre de Hayek, una influencia intelectual de primer orden en las políticas económicas implementadas a raíz de la crisis del petróleo de principios de los años setenta. Cualquiera que esté mínimamente familiarizado con la tradición liberal sabe que esta se manifiesta en multitud de tendencias y corrientes, muy diversas entre sí.

El neoliberalismo es a la izquierda radical lo que el patriarcado al feminismo: un puro antagonismo discursivo. La realidad es que el diseño institucional de las democracias occidentales combina elementos liberales con otros de filiación claramente socialdemócrata como pueden ser los llamados derechos sociales. Por otro lado, las políticas que se practican en los regímenes demoliberales están, hoy en día, muy alejadas del ideal liberal del “Laissez faire et laissez passer, le monde va de lui même”, que popularizara el fisiócrata francés Vincent de Gournay. El modelo del “Big goverment”, con una amplia participación del sector público en el PIB de los países, se ha generalizado.

El liberalismo, lejos de constituir ese infeliz Leviathan con el que le presentan sus enemigos, ha constituido un interesante aporte en la historia de las ideas

Ha habido innumerables intentos, generalmente infructuosos, de definir qué se entiende por liberalismo. A lo sumo podemos señalar familias o tradiciones liberales que poco tienen en común entre sí, más allá de reivindicar el papel capital del individuo en la conformación del orden político y social. Así encontramos social liberales que intentan conjugar la centralidad política del individuo con medidas redistributivas o con el principio de la igualdad de oportunidades, liberalismos jurídicos que señalan la importancia del Estado de derecho, el constitucionalismo o los derechos individuales, e incluso liberalismos de base económica que señalan la centralidad del mercado como orden espontáneo frente al intervencionismo estatal.

Sin embargo, como señala Angelo Panebianco en todo liberalismo podemos encontrar la misma aporía; la relación problemática de la idea de libertad con la política. Para el liberalismo, el orden político puede constituir una amenaza para la libertad. En lo que difieren los diversos liberalismos es en el remedio que ofrecen para luchar contra la tendencia expansiva del poder. Unos postulan como “remedio” el libre mercado, otros el estado de derecho, otros el constitucionalismo, otros la igualdad de oportunidades….

En general la brecha entre los socioliberales y los liberales de mercado reside fundamentalmente en la consideración del poder. Para los socioliberales el poder que amenaza la libertad, no es sólo el poder político. Otras formas de poder (social, económico…) también pueden poner en riesgo la utopía liberal. En cambio, para los liberales del mercado es el poder institucional la principal amenaza. A diferencia del pensamiento de izquierdas que no ve contradicción esencial entre poder y libertad, en el pensamiento liberal siempre hay un recelo, una desconfianza hacia el poder. Incluso el poder democrático puede constituir una grave amenaza para libertad como muy bien apuntara Alexis de Tocqueville en su obra La Democracia en América.

De ahí que la democracia deba ser contrapesada de alguna manera. El constitucionalismo, los derechos individuales y el imperio de la ley son las recetas que intentan hacer compatibles libertad y poder. Por eso el liberalismo, lejos de constituir ese infeliz Leviathan con el que le presentan sus enemigos, ha constituido un interesante aporte en la historia de las ideas, se compartan o no muchos de sus postulados teóricos, por ejemplo, su antropología económica.

Foto: Tom Plouff


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