Dedicamos casi la mitad de nuestro ciclo laboral trabajando para el Estado
Una cuestión es quién paga un impuesto desde el punto de vista jurídico y otra quién lo hace desde el punto de vista económico
Es necesario hacer una salvedad respecto del principal impuesto que recae sobre el trabajador, que son las cotizaciones a la Seguridad Social. Una cuestión es quién paga un impuesto desde el punto de vista jurídico y otra quién lo hace desde el punto de vista económico. La Seguridad Social, toda ella, la paga el trabajador. El motivo es que el empresario valora del trabajador dos cosas: 1) cuánto valor le aporta, y 2) cuánto le cuesta. Teniendo esto en cuenta, al empresario le da igual si todo el coste se lo lleva el trabajador, o si parte de él se lo queda el Estado o, como ocurre con los trabajadores del sector hotelero en Cuba, el Estado se queda con la práctica totalidad del valor generado por el empleado.
Por otro lado, es ese valor, es lo que aporta el empleado con su trabajo lo que hace que el empresario asuma ese coste. De modo que desde el punto de vista económico, el trabajador tiene como sueldo todo lo que el empresario paga por él. Y, así, es el trabajador el que paga toda la Seguridad Social, y así lo reconoce el informe.
Llevados los porcentajes de impuestos que pagamos a números de días al año, dedicamos de un ejercicio 35 días a pagar el IRPF, 102 a pagar la Seguridad Social y 25 a pagar el IVA. A ello hay que sumar 11 días de trabajo destinados al pago de impuestos especiales, y otros cinco a otros tributos. Por edad, el expolio cae apreciablemente a partir de los 65 años. Antes, el número de días de servidumbre se acerca a la mitad de año.
Otra tendencia que también se aprecia en el informe, que es generalizada en todos los países capitalistas y que es perfectamente razonable, es que los ingresos (menos en los mayores de 65), crecen con la edad. Lo cual tiene implicaciones muy claras en el discurso que justifica la existencia del impuesto sobre la renta. Su principal apoyo es su capacidad redistribuidora.
Como los ingresos aumentan con la edad todos pasamos de los deciles más bajos en los primeros años a los medios o los más altos.
Y la tienen. Y se dice, también con razón, que desalienta el progreso, porque quita porcentajes mayores de los ingresos más altos. Lo que no se dice es que todos progresamos a lo largo de la vida, que todos pasamos de los deciles más bajos en los primeros años a los medios o los más altos. Y que por tanto no es tan cierto que unos se beneficien a costa de otros como que el único claro beneficiario de este juego de manos entre nuestros ingresos presentes y los futuros, o entre los pasados y los presentes, es el propio prestidigitador; es decir, el Estado.
Mentiras como las que justifican el impuesto sobre la renta, como la que acabo de describir, o la llamada ilusión fiscal en general, son las que explican, en parte, que lleguemos a esta situación en la que el gran ladrón se lleva la mitad de lo que producimos como trabajadores, y eso con un discurso predominante que dice defender al trabajador. Otra mentira es esconder el IRPF de la nómina. Y aún otra, la mayor de todas, es decir que las cotizaciones a la Seguridad Social las paga el empresario y no el trabajador.
Con todo, el expolio es tan brutal, y lo que nos da a cambio el Estado es tan insuficiente, que es necesario engañar a la gente con una cancamusa, una socaliña. Y eso explica también, en gran parte, que nos entretengan con debates falsos.
Foto Nikko Macaspac
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