El alter ego de Norma Jean acababa de firmar el mayor contrato jamás alcanzado por una mujer en Hollywood. Y ella lo contaba en una carta en la que precisaba, aliviada: “I’ll never have to suck another cock again” (omitimos la traducción).

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El trueque de oportunidades laborales por favores sexuales estaba a la orden del día. Elia Kazan explicaba que los directivos cinematográficos de su época “pensaban en cada película, no importa lo serio que fuese el tema, como una historia de amor”. Y “se guiaban por una sencilla norma: ¿Me quiero «tirar» a esa chica?”. Estaban convencidos, decía cínicamente el director, de que “si el productor no se interesaba por ese motivo, también estaba seguro de que a la audiencia no le interesaría”.

Nadie sabía que en Hollywood, los hombres con poder y las actrices sin honestidad practicaban un trueque entre la pantalla y el sofá

Estas y otras mil historias, que van de Alfred Hitchcock y Joan Collins a Kevin Spacey y Megan Fox o Mira Sorbino, están publicadas en biografías y entrevistas. Pero, parece ser, nadie las conocía. Nadie sabía que en Hollywood, los hombres con poder y las actrices sin honestidad practicaban un trueque entre la pantalla y el sofá, en el que ambos gananaban; un juego que ha convertido la industria cinematográfica estadounidense un pozo de corrupción moral. Hasta ahora, es decir, hasta que el diario The New York Times publicó que el productor Harvey Weinstein llevaba tres décadas vetando a quienes, como Sorbino o Ashley Judd, se negaban a acceder a sus pretensiones.

Los peligros de la campaña #metoo en Hollywood

#Metoo y el fin de Hollywood como reserva moral

Parece que hayamos despertado de un Matrix en el que Hollywood era la reserva moral de Occidente, el pozo de los mejores instintos y las ideas más excelsas de los que es capaz el animal falible y deleznable que somos. Hollywood, que con sus sonrisas abiertas nos transmite los valores por los que debemos guiarnos, que con su ceño fruncido denuncia las más lacerantes injusticias, como la de pensar de un modo distinto a ellos, resulta que, después de todo, es tan corrupto como las demás industrias, menos en el plano moral, en el que descuellan sobre el resto.

La misma relación entre poder y favores es la que hay entre un concejal de Urbanismo y un promotor inmobiliario

Es injusto negar que las actrices han hecho lo que estaba en su mano para aumentar el bienestar de los productores, han contribuido a ese juego. Son jugadoras de pleno derecho, y sólo un prejuicio sexista puede arrebatárselo. El do ut des exige dos partes, y moralmente ambas son iguales, especialmente cuando la participación es voluntaria. La misma relación entre poder y favores es la que hay entre un concejal de Urbanismo y un promotor inmobiliario. ¿Son los promotores víctimas de un sistema montado sobre el poder de unos cuantos políticos, o son parte del mismo esquema corrupto? Con respecto del término “víctima”, yo lo reservaría para las actrices cuya moral les ha impedido obtener todos los beneficios del intercambio, para las que su talento, sobrado, no les sirvió para continuar con su carrera.

El caso de Harvey Weinstein ha tenido la virtud de mostrar, con toda la espectacularidad de Hollywood, su desbordante hipocresía. Por la brecha informativa de Weinstein se ha colado una campaña con diez años de historia. Se trata, claro está, del #metoo. Es una de esas campañas del mundo de Internet en la que los reclamos ya no son frases, sino hastags (etiquetas). Y en los hastags, la precisión cede a la brevedad, y es la propia campaña la que da un sentido preciso al slogan. La campaña prevé que cada actriz, o cada personalidad pública, y luego cada mujer que tenga una historia que quiera contar, relate la ocasión en la que fue acosada por un hombre, y acompañe su acusación con la etiqueta #metoo, “yo también”.

Ya hay aplicaciones que permitirán denunciar anonimamente a los acosadores, con todo el peligro que ello puede suponer

Esta campaña tiene tres peligros, que para algunos son muy bienvenidos. Uno de ellos es el de la sinécdoque; tomar el todo por la parte. Si un número suficiente de mujeres, sobre todo públicas, pero no sólo, se reconoce como víctima, los culpables ya no serán quienes las hayan asaltado, sino todos. Ya hay aplicaciones que permitirán denunciar anonimamente a los acosadores, con todo el peligro que ello puede suponer. Todos los hombres serán violadores, aunque sea en potencia. La violencia ya no se referirá a actos concretos; será estructural.

El peligro de la culpa colectiva

Cuando la condena no está ligada a actos particulares, cuando se asocia de manera estructural a la sociedad, pueden darse dos juicios contrapuestos, ambos igualmente falsos. Y se elegirá uno u otro según la conveniencia política. El primero es que quienes cometen esos actos no son, en realidad, responsables. Actúan así porque “la sociedad”, con sus injusticias, les conmina a ese comportamiento. El criminal no es culpable, sino víctima, la manifestación más fea de una sociedad que nos impulsa, por ejemplo, a robar. El segundo es que no sólo son culpables los violentos, sino todos los de su clase. En este caso, los hombres: la categoría “hombre” es culpable.

#metoo sirve tanto para una violación como para una invitación no correspondida

Hay otros dos peligros que vienen juntos. Se trata de la gradación y traslación de la gravedad del acto. El movimiento #metoo nació para hacer ver que hay violaciones que no se denuncian, para que esa lacra no se extendiese por debajo del funcionamiento de la justicia. La etiqueta se asocia ahora no a actos violentos, sino a la manipulación de carreras profesionales de altos vuelos. Se aplica al caso en el que un hombre, Aziz Anzari, tenía una urgencia por practicar el sexo con una mujer, que ella no compartía. Así, #metoo sirve tanto para una violación como para una invitación no correspondida, pero trasladando la condena moral de violencia a todo.

Los peligros de la campaña #metoo en Hollywood

Esto tendrá, previsiblemente, dos efectos. Uno, destruir la campaña #metoo y la necesaria denuncia de la violencia no consentida en el sexo. Dos, si por el contrario tiene éxito, y en la medida en que así sea, habrá hombres que vean a sus compañeras como amenazas. La situación actual es la contraria; hay hombres que son amenazas para la carrera de muchas actrices. Pero como, por el momento, una denuncia puede tener efectos inmediatos e inapelables hay un terreno de arbitrariedad que no favorece a nadie. Weinstein, adorado públicamente por políticos demócratas y actores hasta que cambiamos de calendario, está mucho mejor fuera de la industria que dentro.

Habrá productores y directores que reduzcan la contratación de mujeres para evitar el escándalo

Robert Redford cree que el movimiento #metoo favorecerá la contratación de mujeres, pues otorgará a las féminas más voz en la industria. Y yo creo que eso va a ocurrir. Pero también lo que advierte el director Steven Soderberg: habrá productores y directores que reduzcan la contratación de mujeres para evitar el escándalo.

La súbita revuelta de Hollywood contra el comercio de poder y sexo en su seno es una excelente noticia. Aquí, como en otras ocasiones, la hipocresía sirve al bien. Pero el uso torticero de este movimiento puede tener consecuencias muy negativas para la libertad sexual y para las relaciones entre personas.


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