Decíamos el pasado 17 de febrero en el texto «Apaciguar a los malos», que cuando el olor a pólvora asomara dejarían solos a los ucranianos y pocos, o nadie, hablaría de Alemania y la camarilla del presidente Biden como responsables en gran medida de la situación actual.

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Justo un mes antes escribimos «El aroma soviético», en el que referíamos la reciente publicación de uno de los libros más importantes de las últimas décadas (El siglo soviético, Karl Schlögel) y al que tenemos que volver hoy porque se trata de un documento excepcional que sirve para comprender el pasado y presente de Rusia. En él se explica el funcionamiento de la megamáquina que se instauró en tiempos de la URSS y que todavía hoy existe.

En la URSS no existió rivalidad ni competitividad que permitiera desarrollo de sociedad civil alguna

El historiador Schlögel nos explica que en la Unión Soviética millones de personas entregaron su vida a un sistema condenado al fracaso y que sólo se sostenía por inercia. Esto era, y es, dicho así resumidamente, el comunismo: millones de personas convertidas en rehenes de un sistema cuya arteria principal es la megamáquina.

Me limito a continuación a retomar algunas de las explicaciones del historiador alemán para intentar centrar el tema y ayudar, si es que esto es posible, a comprender el momento en el que nos encontramos.

La esencia del andamiaje político y burocrático montado en la URSS consistía en la inexistencia de restricciones para moderar operaciones de todo tipo, incluidas las de gran envergadura de un Estado todopoderoso.

El Egoísmo del Estado – ideológico, instrumental o personal – se podía desarrollar una furia asesina porque no había egoísmos de otros ni egoísmos de la mayoría que opusiera resistencia.

La ausencia de capacidad de veto económico o institucional contra las acciones del Estado, por muy desmedidas que éstas pudieran ser o por muy desconsideradas que pudieran ser con los seres humanos, era absoluta.

En la URSS no existió rivalidad ni competitividad que permitiera desarrollo de sociedad civil alguna y lo único que podía detener o ralentizar los movimientos de la megamáquina eran las fricciones internas y la competencia dentro del aparato burocrático, la parálisis provocada por la disfunción, el dulce veneno de la corrupción y la dejadez en los procedimientos.

En resumen: cuanto peor funciona el sistema, mayores son los márgenes de maniobra. Parar la megamáquina es lo único que permite ver el cielo, y para ello es indispensable la bancarrota.

Todo lo que no sea forzar la bancarrota de la megamáquina no surtirá efecto alguno y esto es algo indispensable. Desde el éxito de la Revolución hasta hoy en Ucrania, pasando por la Perestroika. Los escombros de la megamáquina están desperdigados por todo el país, y como ya nos enseñó Aleksander Solzhenitsyn, el arte del acuerdo político no sirve para luchar contra la megamáquina.

Foto: Marjan Blan.


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