«La cola se convierte en el barómetro del estado de ánimo de la sociedad, en un espacio para los rumores y para la información. La cola es un apretujamiento asesino, pero también el telégrafo humano»

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La Editorial Galaxia Gutenberg ha publicado uno de los libros más sugerentes del año que acabamos de finalizar. Se trata de la obra «El siglo soviético», del historiador alemán Karl Schlögel. El volumen, presentado como un documento imprescindible para entender la Rusia de hoy, creo que también se puede calificar como una especie de antídoto contra el socialismo y sus diferentes versiones, variantes e intensidades. Un testimonio personal y directo que se ha cultivado durante toda su vida y que de alguna manera viene a unirse a otros indispensables como los de O. Mandelstam, A. Wat, S. Aleksievich, M. Djilas, S. Solzhenitsyn, Berdiáiev y un largo etcétera que ya rara vez se estudia o lee. El documento nos ayuda a comprender los procesos de conformación y el funcionamiento del totalitarismo con enorme precisión.

En efecto, en esta «arqueología de un imperio perdido», como la denomina el propio Schlögel, uno encuentra datos, claves, episodios y situaciones que nos ayudan a entender las amenazas y desafíos permanentes del mundo libre contemporáneo, así como su deriva y transformaciones: la permanente tentación colectivista.

Una vez conseguida esa hegemonía o liderazgo cultural, a continuación, lo que surge es un aumento de los poderes de intervención, fiscalización o control del Gobierno y su Administración, que transcurre en paralelo al aumento del poder real y directo de una determinada clase

Entre los múltiples e interesantísimos pasajes de la vida cotidiana que se nos cuenta, a nadie le resultará ajena la expresión «uno de los procesos más emocionantes de la vida intelectual de una nación se produce al reflexionar sobre de su historia y reinterpretarla. Procesos de re-visión y re-valorización son conflictivos y arriesgados, tanto que pueden contribuir a crear nuevo mitos e ideologizaciones… Hasta los museos se convierten en disputados escenarios de reorientación». Tan actual y cotidiano que ya es uno de los principales reclamos electorales en nuestro mundo cada vez menos libre, desde América a Europa.

Tampoco resultará extraña la referencia que se hace la operación quirúrgica de Lenin, que como se explica, sabía de la importancia de la «hegemonía ideológica» y la necesidad del control de lo público, desplegando una unificación selectiva mediante la desactivación de los representantes de la intelligentsia (médicos, ingenieros, cooperativistas, rectores de universidades, directores de institutos, etc…). En efecto, una vez obligados al exilio, arrestados o asesinados los disidentes más atrevidos y aguerridos, el poder soviético entendió que en realidad su éxito dependería de la colaboración de los intelectuales, siendo prioritario aislar por completo a aquellos que ejercían la resistencia y crear una red de intelectualidad propia. Qué lejano y ajeno puede resultar esto, pero qué cercano y cotidiano al mismo tiempo.

Otro recuerdo que se debe destacar es el referido a la denominada «época de planes». Se cita a Yákov Ilyín, que llegó a ser un superventas en tiempos del New Deal y los grandes anuncios de reconstrucción tras la Gran Crisis, cuando surgió la idea de que había que trabajar y vivir de otra manera y esta idea se convirtió casi un lugar común. Muy familiar y actual esto de vivir de otra manera o cambiar nuestro modo de vida. Ahora bien, esa manera era, obviamente, la planificada. El concepto de plan y paisajes planificados fueron la respuesta a la crisis. Y Schlögel nos explica que las autoridades planificadoras emergieron como el juicio de la sociedad, llegando a conformar prácticamente el espíritu de una época.

Nadie mínimamente documentado podrá ignorar que una pulsión parecida a la que inspiró la ciudad socialista de Moloc de Magnitogorsk está hoy presente en la agenda en la que trabajan incansablemente y con recursos ilimitados la totalidad de organismos, entidades y organizaciones nacionales y supranacionales de todo tipo, con el arropamiento, además, del mundo corporativo de alto nivel. Ahora lo llaman Estado-Corporación, pero esto tampoco es exactamente nuevo. Y por supuesto, sus chamanes estarán convencidos de que podrán monitorizar el proceso sin llegar a las consecuencias indeseables del mismo. Porque los de hoy, como los de ayer, son especiales.

Especial atención creo que merece también la referencia al organismo censor Glavlit, que junto a Glavarjiv y Knizhnaia palata sirvieron para centralizar el servicio de bibliotecas y editoriales, directamente relacionado con el spetsjran, es decir, el catálogo de libros prohibidos que comenzó con el bolchevismo y que se extendería a los museos durante décadas. Una purga del material bibliográfico que fue ordenada por el Estado y que no acabaría hasta 1987-1989, cuando se liberaron cientos de miles de libros de los campos de concentración especiales donde se encontraban. Es decir, durante más de medio siglo el lector estuvo condicionado en sus lecturas y no sabía ni podía saber lo que se le ocultaba. Así es como se consiguió deformar el conocimiento y el trabajo intelectual. Hoy sabemos, es bastante evidente, que se trabaja en conseguir fórmulas que permitan obtener los mismos o parecidos resultados.

Por último, creo que debo señalar de entre todas las sugerentes e interesantísimas referencias que nos cuenta Schlögel, la del aroma soviético, que tiene un formidable poder explicativo. Al menos así me lo ha parecido, aunque es realmente difícil seleccionar una de todas las que se nos ofrecen.

El Krásnaia Moskova se conocía como el Chanel soviético: «un perfume que se asocia a una hermosa calidez, un ensueño lúdico y coqueto, armonía melódica y plástica, que por su olor debería representar el sentimentalismo, pero que gracias a la variación en el timbre y a la introducción de una serie de elementos armonizadores, adquiere una especial belleza». No encuentro mejor forma de resumir una época y una ideología; y tampoco consigo delimitar mejor la tarea que corresponde a quienes deben advertir de ella y del peligro que corren y nos hacen correr a todos quienes la secundan. Parafraseando el propio texto, la de un experto en olores, que puede averiguar la fórmula básica, el ADN de un complejo aromático, y describirlo de forma aproximada y hasta en forma metafórico-literaria, desvelar como se apela sobre todo a las emociones y las sensaciones,

La obra «El siglo soviético» es evocadora e inquietante. Nos permite entender que hoy día convivimos, aunque sea en grado de pulsión o tentativa, con la mayoría de los desvaríos que conocieron aquellos que vivieron el bolchevismo. Todavía hay quienes siguen sin entender que la hegemonía cultural es un objetivo irrenunciable de todo colectivista y enemigo de la libertad. Y que, una vez conseguida esa hegemonía o liderazgo, a continuación, lo que surge es un aumento de los poderes de intervención, fiscalización o control del Gobierno y su Administración, que transcurre en paralelo al aumento del poder real y directo de una determinada clase, con la consiguiente merma de la situación de los ciudadanos, que pasan a convertirse, a veces incluso sin ser conscientes, en súbditos. Así comienza el fin de un Estado democrático y de derecho. Muchas veces, o casi siempre, de modo aromático.

Foto: Soviet Artefacts.


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