Hace unos días conversaba con unos amigos sobre el recibo de la luz y otros asuntos domésticos, cuando sin aparente motivo alguien dijo que había subido el precio de los perros. A la subida de la bombona de butano, 4,88% en el mes de noviembre, correos también aplica una subida del 4,97% en los paquetes nacionales, y un 2,53% en los internacionales, y de la luz ni les cuento. Y claro, dar el salto al precio de las mascotas y los perros puede parecer una frivolidad.
Según los datos que nos ofrece la Real Sociedad Canina de España (RSCE) tener una mascota son 1.250 euros al año. La demanda de animales de compañía en Reino Unido por la COVID se ha disparado hasta 2.100 euros de media por pieza. Por otro lado, la Asociación Estadounidense de Productos para Mascotas afirman, supongo que les interesa afirmar, que el 75% de los estadounidenses creen que los entrañables y peludos amigos les ayudan a soportar el estrés que produce el confinamiento. “Y es que estos animales son capaces de darnos compañía, ofrecernos el cariño y el amor que algunos humanos no nos dan, y hacer que nuestros hijos crezcan más felices”, señala uno de los entrevistados.
No se trata de elegir entre estar enfermo o ser más pobre, como ha marcado el relato oficial e institucional todos estos meses. No hay que elegir entre economía y salud. Los graves efectos ya están apareciendo: la pobreza, el desempleo, la inseguridad económica también matan.
Supongo que tener una mascota obedecerá a millones de razones, tantas como personas que deciden en su momento compartir su vida y su tiempo con alguno de estos acompañantes. Lo que parece evidente es que el número de personas que viven con animales es un hecho creciente con la pandemia. No obstante, antes de la COVID ya observábamos los parques llenos de perros y vacíos de niños, por tanto, tampoco esto es una novedad.
La pandemia no ha inventado nada, las deficientes infraestructuras ya estaban, los errores logísticos ya se producían, la inutilidad de los políticos era costumbre, pero lo que de modo muy tozudo hace el virus es mostrar todas estas carencias y en gran medida acentuarlas. Como de hecho ocurre con el creciente mercado de mascotas. Desconozco hasta qué punto la necesidad y búsqueda de esta compañía se convierte en un imprescindible sustitutivo de la presencia humana. Terapias hay o puede haber para todo, no pensaré que los animales son la excepción.
Que este creciente mercado responda a una necesidad social parece evidente, que es un síntoma de que esta sociedad está enferma, no lo sé. Puestos a buscar motivos creo que existen otros muy preocupantes, como la mala educación de los menores y el desprecio a los mayores. Si sumamos estas carencias a la obligada soledad que muchas personas sufren y que esta pandemia ha agudizado, es posible que sea necesaria una urgente revisión de las creencias y valores.
Advertencias científicas que permanecen invisibles
El contexto desinformativo que se ha convertido en algo cotidiano poco ayuda, se ocultan las muertes, se silencian e impiden los lutos, tampoco se habla de lo que viene. Cada ola va dejando sus residuos, siempre son cifras delicadas, duras de reconocer, fáciles de ocultar o maquillar, tampoco es cómodo reconocer la verdad cuando la situación golpea duramente.
Cuentan que el ser humano puede sobrevivir tres minutos sin oxígeno, tres días sin agua, tres semanas sin comida, y si hacemos caso de la sabiduría popular, tres meses sin compañía. Ya se ha explicado que la soledad es una realidad compleja, de muchos tipos, grados, con diferentes causas, que en muchos casos no se excluyen, con graves consecuencias, se podría decir que existen tantas soledades como personas que las sufren.
Como una visión preliminar es interesante el informe facilitado por un proyecto de investigación realizado por varias universidades norteamericanas durante las últimas semanas de mayo de 2020, con una muestra de 1500 personas en estado de confinamiento. En el que se recoge el impacto de la pandemia en el país y los factores que ponen en situación de riesgo la salud mental. Se destaca que los participantes con una notable angustia relacionada con la pandemia tienen 40 veces más probabilidades de tener niveles clínicos significativos de ansiedad y 20 veces más síntomas de depresión. En una línea convergente también se dispone de un informe del Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades, como resultado de un estudio durante los meses abril-junio del 2020, expone la muestra en la que 1 de cada 4 personas en el grupo de edad de 18 a 24 años ha considerado seriamente suicidarse en algún momento del mes de juio.
Datos que coinciden significativamente con los estudios recientes de la revista científica Psychiatry Research El equipo canadiense realizó un análisis de metadatos cruzando 55 estudios internacionales con más de 190.000 participantes, a lo largo de los meses de enero a mayo del 2020. A pesar de que los trabajos de campo chinos eran los dominantes, sus resultados no indican diferencias notables con otros países, señala uno de los principales investigadores. Se destaca la prevalencia del insomnio en un 24%, el trastorno por estrés con un 22% y la depresión y ansiedad en torno al 16%.
Para no cansar, traeré a colación otro estudio reciente en The Lancet realizado por la Academia de Ciencias Médicas de Reino Unido durante los meses de febrero 2019 a junio 2020, en el que se aboga abiertamente por una planificación que aborde directamente este asunto. Reclaman una política de prevención, que es donde realmente funcionan las cosas y en particular la salud. Los investigadores insisten en la necesidad de descubrir, evaluar y refinar las intervenciones para afrontar aspectos psicológicos, sociales y neurocientíficos de la pandemia.
Analizan de modo particular el efecto del aislamiento social, en el que observan su repercusión en el aumento de cuadros de ansiedad, depresión y estrés, ya comentados. Y recomiendan un seguimiento de esta soledad para evitar en los afectados posibles tendencias suicidas o posibles autolesiones.
Estos estudios solo evidencian algo que ya exige el sentido común, que cualquiera que no vive en una burbuja o tiene pretensiones políticas cortoplacistas, conoce y quiere reconocer. No se trata de elegir entre estar enfermo o ser más pobre, como ha marcado el relato oficial e institucional todos estos meses, no hay que elegir entre economía y salud. Los graves efectos ya están apareciendo, la pobreza, el desempleo, la inseguridad económica también mata.
Los científicos de la salud insisten en la necesidad de afrontar esta problemática lo antes posible. Insisten en la importancia de señalar y reconocer las carencias, limitaciones y deficiencias que provoca la salud mental. Se ocultaron los muertos, no identificar a los vivos enfermos, aunque sus dolencias sean invisibles, sería una omisión imperdonable.
Foto: Taras Chernus.