Al teletrabajo se le han colocado algunos adornos que han contribuido a maquillar y distorsionar la realidad. Todo puede empezar cuando tu empresa te regala un móvil o un portátil con un sinfín de aplicaciones, un bonito gesto con el que te están atando la pata a la mesa. El llamado trabajo online puede significar la supresión de la división de tiempos, entre el ocio y el tiempo obligado, entre la vida privada, personal y familiar y la vida laboral. La conversión del tiempo de ocio a un tiempo obligado está a golpe de clic, como ya experimentaron y experimentan muchos que se dedican a esto del teletrabajo, y que se entiende con frecuencia de un modo bastante exótico.
El Acuerdo de marco Europeo lo describe como una prestación, que emplea las tecnologías de la información y la comunicación online con el trabajador y con el cliente, que se realiza lejos de la sede de la empresa o institución, con la que se tienen vínculos contractuales. Se trata de una prestación, nos dicen, que pretende una mejor conciliación laboral y familiar, y que no busca que el trabajador “caliente la silla”, sino que cumpla objetivos. Hasta aquí las bonitas palabras e intenciones. La realidad es bien distinta, aunque la percepción que se tiene del asunto también está bastante distorsionada.
Con el teletrabajo se trabaja más y frecuentemente con más estrés. Horario flexible, jornadas interminables, atención permanente al cliente o al jefe, cierre continuo de asuntos de “última hora” y un garantizado dolor de cervicales
El otro día, una cajera le comentó a un cliente que debía conocer: “Qué suerte, estos días sin ir al cole”. Parece que eso del teletrabajo es no trabajar o trabajar menos. Cuando la realidad es justo lo contrario, además de que se tiene que trabajar de otra manera, se trabaja más y frecuentemente con más estrés. Horario flexible, jornadas interminables, atención permanente al cliente o al jefe, cierre continuo de asuntos de “última hora”, y un garantizado dolor de cervicales.
Podríamos analizar cualquier trabajo de cualquier sector, pero me centraré en la educación, algo que no solo afecta estos días a miles de docentes de todas las etapas y niveles, sino también a los estudiantes, así como a sus familias. El teletrabajo empuja una serie de inercias que dificultan una buena planificación y los esperados y correctos resultados.
Se ha impuesto la educación online, no queda otra. ¿Qué hace la Administración? Como en cualquier otro asunto, no existen realidades lineales y uniformes, tampoco se puede generalizar, cada consejería de educación ha tomado sus medidas. Pero si tuviéramos que destacar dos líneas de actuación, lo resumiría en la infradotación de recursos instrumentales y formativos, y en la presión fiscalizadora. La formación se plantea y desarrolla desde un enfoque meramente tecnicista, como si eso de adquirir destrezas, habilidades, o si quieren competencias, es algo que se consigue de hoy para mañana, donde lo prioritario es el manejo de herramientas, aparatos y programas.
Este planteamiento y ejecución olvida que la educación online no sustituye en lo esencial a la educación, sea presencial o no, que consiste en conocer unas materias y en las obligaciones del profesor, lo que puede derivar en múltiples, diversas y complejas interacciones. Sumemos a estos despropósitos el interés administrativo por “saber lo que hacen los profesores”, como si la fiscalización del trabajo, que es necesaria pero no con más trabas y papeleos en los que se exigen pruebas e informes, sino en el seguimiento de los procesos de intervención, así como en sus resultados.
Esta carencia de formación o formación errónea obedece entre otros motivos a que la administración y los gestores y directivos de los centros escolares han pensado más en la extensión de certificados que justifiquen la burocracia ,sus estándares, sus inspecciones, o bien porque estos responsables nunca estuvieron en un aula o dejaron de estarlo hace mucho tiempo, lo que hace imposible que conozcan las verdaderas necesidades y su incompetencia. Añadamos a lo dicho la carencia de recursos útiles y sencillos para asegurar esta educación, tanto en sus conexiones y aparatos, como en los programas que se necesitan. La orientación metodológica, un seguimiento de los docentes en su trabajo y sus objetivos, están siempre por delante del mero uso instrumental de cualquier herramienta. Una tutorización que no se reduzca a la inspección y la exigencia de inútiles informes sobre lo que se hace, sino en un práctico acompañamiento y asesoramiento.
Hans Christian Andersen, allá por mediados del siglo XIX escribió “El traje nuevo del emperador”, un cuento de hadas danés que se conoció como “El rey desnudo”. Cuenta que llegado el día de la fiesta, el rey se vistió con el supuesto vestido y montado en su flamante caballo salió en procesión por las calles de la villa, la gente conocedora de la rara cualidad que tenía ese vestido callaba mientras veía pasar al rey, hasta que un inocente niño exclamó en voz alta y clara “el rey va desnudo”. Entre los que estaban en el desfile empezó a correr la voz, y los murmullos se repetían “el rey va desnudo”, “el rey va desnudo”. Cuando fueron a buscar a los pícaros al castillo, ya habían desaparecido con el dinero, las joyas y las sedas que se les había entregado para confeccionar el vestido del rey.
Organización de clases con Teams, Zoom o Collaborate, diseño de actividades por Edmodo o Socrative, visionado con EdPuzzle, que se para en determinados momentos para contestar las preguntas o enfatizar asuntos, grupos de trabajo colaborativo, trabajo por proyectos, gamificación, dinámicas con visual thinking uso de las redes sociales, plataforma gratuita educativa de blended learning con classroom, y así podríamos continuar sin fin, pero las telas, joyas y sedas que dicen que se manejan y pregonan los gurús de esto, quedifunden las compañías tecnológicas y que exhibe la administración, solo visten un rey desnudo.
La experiencia de confinamiento impuesta y la pandemia del teletrabajo puede ser una oportunidad para testar la pertinencia de la educación online, no como sustitutiva de la educación presencial, pero sí como complemento. Enrique Dans sugiere que es buen momento para “plantearse experimentos, probar herramientas y tratar de proporcionar a nuestros alumnos una experiencia lo mejor posible, comparable con las expectativas que les habíamos generado cuando empezaron sus programas”. Ninguna crisis nos ha dejado como estábamos, o la cosa empeora o mejora, prefiero apostar por una esperanza activa, con un movimiento que tenga brújula y norte.