Como recuerda Ignacio Varela, hay dos maneras de comprender la posición de Sánchez en el pandemónium del separatismo catalán, o como alguien que se creyó capaz de resolver el asunto, o como quien se acogió a la única manera de alcanzar el poder con el “el amasijo de populistas de izquierda y nacionalistas radicales”. Tal vez las dos hipótesis no sean del todo incompatibles, dada la estupenda imagen que Sánchez tiene de sí mismo, pero la más económica es la segunda, en especial si se tiene en cuenta lo que ahora mismo está proponiendo.
Sánchez prepara un indulto colectivo, una figura jurídica inexistente porque el artículo 62i de la Constitución establece que no se podrán autorizar indultos generales. Si llegase a hacerlo se ciscará en las leyes vigentes y, como preparación, está mintiendo de manera descarada sobre las motivaciones de la supuesta medida de gracia. Como ha escrito Elisa de la Nuez es muy poco verosímil que cualquier Gobierno se hubiese planteado este indulto sin la debilidad parlamentaria y la dependencia del partido político al que pertenecen los presos a los que se quiere otorgar una gracia que no han solicitado, y ahí es por donde le aprieta el zapato a Pedro Sánchez que quiere ocultar su sumisión disfrazándola de magnanimidad y audacia política. En realidad, Pedro Sánchez se indulta a sí mismo.
Si se pisotean las leyes, sufre la libertad política, se priva a los ciudadanos de su amparo, y se hace muy difícil que no termine por desplomarse la democracia misma
En manos de comunicadores dispuestos a tirarse por un barranco en aras del presidente, la presentación de este asunto se ha querido convertir en un gesto de grandeza moral, algo así como si la huida de un cobarde se presentase como una apuesta decidida por el pacifismo universal. Puestos a disparatar, se considera que la sentencia judicial fue un acto de venganza y llegan a decir que hay que ser valientes para salir del mal paso en el que nos ha colocado no ningún separatista, sino los errores del PP, que no fueron menores, dicho sea de paso. Es decir, asistimos a un ejercicio de cinismo brutal y mientras se atenta contra la independencia de la justicia, contra la dignidad nacional, contra el valor de la ley y el principio de igualdad con tal de conseguir que Sánchez aguante en la Moncloa, no se sabe si durante unos meses o hasta el juicio final, que es lo que indicaba la profecía del dimitido vicepresidente cuando aseguraba a la bancada de la derecha que nunca más llegarían a la Moncloa.
Entiéndase bien, el poder que este gobierno tiene para otorgar tal indulto es el mismo que el que le autorizaría para no convocar elecciones y prorrogar de forma indefinida su mandato, es decir ninguno. El gobierno va a violar la ley si otorga el indulto, y ello por varias y muy sólidas razones que los juristas están explicando con enorme claridad, porque el poder del gobierno para indultar está limitado por la ley y su decisión ha de poder ser recurrida y anulada. Además de desobedecer a la ley, Pedro Sánchez está proponiendo algo que rechaza una amplia mayoría de españoles.
Sánchez comparte con los nacionalistas, a los que en las elecciones afirmó se propondría combatir, la idea de que las leyes son un freno a la acción política, y que si la política necesita prescindir de ellas no hay razón para no violentarlas, es decir que tiene una idea absolutista del poder, lo que no deja de ser llamativo en un personaje que jamás ha obtenido una mayoría política en las urnas.
Estamos, por tanto, ante una situación extremadamente grave en la que se pone en juego la libertad de todos. Entiéndase bien, no es que no se pueda indultar a los condenados por el Supremo, es que no se les puede indultar en estas condiciones, como ha reconocido el expresidente Felipe González. No se puede indultar al que no lo pide, no se puede indultar al que no reconoce haberse equivocado, no se arrepiente y no pide disculpas, y, mucho menos, se podría indultar a quienes están diciendo de manera inequívoca que lo volverán a hacer, y es claro que con Sánchez podrán hacerlo. ¿Qué es lo que volverían a hacer? Saltarse la Constitución y la ley, burlarse del conjunto de los españoles, e imponer a los catalanes una decisión que no es mayoritaria, y que, además, es de imposible cumplimiento, puesto que la independencia no se puede proclamar sin que se reconozca y ahora mismo no hay un mundo en el que la independencia de Cataluña fuese posible.
Con toda la gravedad del caso, la mayor perversión política a la que estamos asistiendo reside en su supuesta justificación. Lo que Sánchez pretende es reescribir lo pasado, algo de lo que él mismo participó, y hacer que la intentona secesionista resulte a la postre legítima, la aplicación de la Constitución pura represión, el proceso judicial y las sentencias un miserable acto de venganza y el discurso del Rey recordando a los rebeldes la gravedad de sus actos y exhortando al Gobierno a hacer cumplir la ley y la Constitución una ensoñación franquista.
Si se indulta así a los golpistas, se envalentonarán, lejos de arrepentirse, pero eso es lo que parece buscar Sánchez, una coalición sin final previsible de su mayoría socialista con las minorías separatistas y antisistema, pero en esa operación le fallará, primero, el sumando principal, porque van a ser cada vez menos los españoles que le voten. Le queda la otra salida, cargarse la democracia, no volver a celebrar elecciones. Muchos pensarán que no se atreverá a tanto, pero es porque no quieren caer en la cuenta de que lo que trata de hacer ahora no es menos ilegal ni menos grave.
Si se pisotean las leyes, sufre la libertad política, se priva a los ciudadanos de su amparo, y se hace muy difícil que no termine por desplomarse la democracia misma: es lo que ocurre cuando los demagogos la pervierten y la convierten en una forma de despotismo personal o de grupo para disfrutar sin limitaciones de su poder.