En el cuadragésimo aniversario de la Constitución española, Podemos ha querido ir a más pidiendo una nueva República, y ha hecho, nuevamente, el ridículo. Tal vez la mejor demostración de la absoluta perdida de contacto de Podemos con el interés efectivo de los españoles, con nuestra realidad social, esté en su vergonzante uso de un humilde logo de peluquería para transformarlo en la imagen ideal de su República.
La metedura de pata tiene más importancia de lo que parece, por varias razones. En primer lugar, desmiente poderosamente el cacareado dominio de las redes sociales del que tanto presumen los partidos extremistas. Hace falta ser muy torpe para no caer en la cuenta de que un apaño como el perpetrado por el diseñador al servicio de la República tardaría segundos en ser descubierta por esas redes de las que tanto hablan. Dígase la verdad, para Podemos, las redes sociales que tanto invoca son simplemente los lazos internos de sus secuaces permanentemente intoxicados por la repetición de consignas que solo a ellos interesan, es decir, que más que redes sociales son meros conciliábulos de agitadores a la espera de que les llegue la redención inmobiliaria, en Galapagar, por ejemplo. Las redes de Podemos parecen regirse en la práctica por la advertencia que figuraba en las ventanillas de los viejos trenes de Renfe, “es peligroso asomarse al exterior”.
Las redes de Podemos parecen regirse en la práctica por la advertencia que figuraba en las ventanillas de los viejos trenes de Renfe, “es peligroso asomarse al exterior”
El autor del pastiche ni frecuenta las peluquerías, ni tiene el mínimo respeto por su supuesta profesión, ni parece caer en la cuenta de que aprovecharse de un original tan sobado y barato no es adecuado para la magnitud del empeño, haya pagado o no la modestísima tarifa del banco de imágenes en que está disponible el logo para esteticienes y beauty salons. Reconozcamos, pues, que el creativo al servicio de la República atesora las características básicas de muchos podemitas, no ama el esfuerzo innecesario, la estética le sirve solo si es al servicio de la revolución, y no se para en barras a la hora de conseguir sus objetivos, porque ninguna regla burguesa va a impedir que él llegue arriba, que es de lo que se trata. Es probable que sea un mentiroso, porque seguramente la poderosa inteligencia de los mandamases habría considerado inconveniente inspirarse en un logo de barrio para promover un ideal tan sublime como el republicano.
No es la primera vez que Podemos luce sin pudor la inventiva ajena, la apropiación es algo que llevan muy dentro. Hace unos años Pablo Iglesias tuvo que retirar un logo “original” que incluyó en uno de sus celebrados e imaginativos tuits porque la imagen había sido finalista en un concurso de carteles para la cuadragésimo séptima edición de Jazzaldia el prestigioso festival de Jazz de San Sebastián.
Que un grupo que se considera comunista explote ideas ajenas (seguramente piensen que “no son de nadie”) no debiera extrañarnos, porque responde muy bien al credo que predican, y ya han mostrado claramente la idea que tienen de una justa distribución de los bienes de este mundo, para Pablo una gran mansión con seguridad perimetral, para los venezolanos que puedan comer un par de veces al día, y a ver si aprenden a no quejarse.
Lo que ya es más preocupante es su ignorancia del hecho de que, a ciertos efectos, cada vez a más, vivimos en una sociedad en la que es muy difícil ocultar para siempre y para todos cualquier cosa que efectivamente suceda. Claro es que esa novedad, pues lo es, sin duda, implica también que se pueda inducir con mayor facilidad que nunca la creencia de que algunas cosas puramente inexistentes pasan a ser realidades verdaderas, con tal de que se hable suficientemente de ellas.
Estamos asistiendo, muy probablemente, al estallido de la burbuja política de la indignación, al cese, en todo caso, de su monopolio por la extrema izquierda
Podemos da la sensación de ignorar por completo la primera circunstancia, y se dedica a cultivar con el mayor esmero la segunda. Creen, en efecto, que los electores seguirán amparando su discurso porque no se percatarán de que no viven de acuerdo con lo que recomiendan, y sobran los ejemplos, y seguirán aceptando que promueven la libertad, pese a que sean capaces de incitar a sus bárbaros para que salgan a la calle a romper los bienes comunes porque les ha molestado un resultado electoral. Creen que nadie caerá en la cuenta de que la proclama de Iglesias para enfrentarse en la calle a lo que considera el fascismo de las urnas, es, en sí misma, un acabado ejemplo del ideario joseantoniano según el cual el destino más noble de una urna es el acabar rota.
Los verdaderos republicanos deben estar avergonzados de que su ideal haya ido a parar a semejantes manos, a una república que en lugar de promover la paz y la palabra apueste de manera tan estúpida como intempestiva por la acción violenta, aunque solo fuere de boquilla. Estamos asistiendo, muy probablemente, al estallido de la burbuja política de la indignación, al cese, en todo caso, de su monopolio por la extrema izquierda.
Para quienes conserven un mínimo de serenidad intelectual se hace necesario tener presente que cuando los electores eligen por los problemas, en lugar de tratar de acertar con las mejores propuestas, es que las soluciones disponibles han perdido buena parte de su atractivo, y ese es un reto que tiene que ser asumido por políticos capaces de comprender la complejidad de las situaciones y la necesidad de encontrar ideas atractivas, de salirse del Catón en que creían cuando eran adolescentes.
Adornar la idea republicana con un logo de baratillo es tan indecente y estúpido que cabe esperar del buen sentido de los españoles que sepan prescindir de semejantes terapeutas
Proponer una República como solución a los males españoles del momento es, antes que nada, una enorme sandez política, porque supondría derribar el armazón de un sistema que ha resistido con cierta solidez un buen número de avatares externos, una tormenta internacional a la que todavía no se le ve el término, además de una irritante sarta de incompetencias políticas, por la izquierda zapateril y por la derecha rajoyana. Como es lógico, los errores se pagan y los enemigos de la libertad común no dejan de intentar sacar tajada, lo vemos todos los días. Pero confundir la solución de cualquier problema con su agravamiento es propio de orates y de cantamañanas. Que la República de baratillo no puede ser la solución es evidente, pero no acabamos de librarnos del mal que da en confundir a los que niegan lo obvio con alguna especie extraña de sabios y profetas, con quienes insisten en patentar de nuevo el bálsamo de Fierabrás, remedio universal e inequívoco de toda clase de males reales y, mejor aún, imaginarios.
Adornar la idea republicana con un logo de baratillo es tan indecente y estúpido que cabe esperar del buen sentido de los españoles que sepan prescindir de semejantes terapeutas, sin dejarse llevar por el supuesto encanto de sus imágenes especulares, no mucho menos necias.