Cuatro años después de acabar la Segunda Guerra Mundial Carl I. Hovland y asociados publicaron Experimentos sobre la Comunicación de Masas. En esta obra se analizaba el factor “ansiedad” con el fin de apreciar el nivel de aceptación de la información. Hovland y su equipo dedujo que había correlación entre estados de ánimo y receptividad a los mensajes. Tiempo después, Hovland volvería a la carga y con la regla de “la reacción anticipada”, una pauta conductista que predice modelar la mente humana a partir de la formulación/propagación de unos contenidos determinados, argumentaría que los mensajes que captamos poseen la virtualidad de provocar cambios de comportamiento.

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El filósofo Theodor W. Adorno, alma mater de la Escuela de Fráncfort junto a Max Horkheimer, también subrayaría el potencial ilimitado de los medios de comunicación. Registrada la capacidad de infiltración social de estos, Adorno señaló en La radio Sinfonía (1941) que las audiencias eran tan receptivas como pasivas; que las personas carecemos de conciencia para saber cómo y cuándo somos manejadas por los constructores y emisarios de la información. En una línea igualmente pesimista se expresarían Hannah Arendt y Wright Mills, para quienes la masa es altamente vulnerable a la manipulación que ejercen las élites.

La masa era, sin duda, entendida como un ente “dúctil” a la ideología que propagan los medios de comunicación. Esta era la opinión generalizada. Pero, Paul Felix Lazarsfeld y Elihu Katz rechazarían la imagen unidireccional de la comunicación. Y en Influencia Personal (1955) estos dos investigadores limitan la presión de los medios de comunicación social tras anotar otras variables presentes en el acto comunicacional: situación social, roles, creencias, etc. Por este motivo, prestaron atención al componente íntimo, “personal”, que despiertan los mensajes durante la comunicación.

¿En dónde queda la libertad humana si la naturaleza del Cuarto Poder es a priori vorazmente intervencionista?

Sus ideas no eran las de Hovland. Y aunque, es cierto, admitieron el poder machacón que irradian los media, concluían que estos tienden a reforzar actitudes previamente existentes en los receptores, rara vez a modificarlas. De otro modo. Tras destacar la capacidad selectiva de las personas en la recepción de mensajes, Lazarsfeld y Katz acabaron por rebajar la presión de los media, presión que no solo Hovland, sino muchos intelectuales de origen europeo, como Arendt y Adorno, habían amplificado al incidir en el carácter distorsionador/manipulador de los canales de masas.

En esta polémica hay, sin embargo, algo que desazona. En las conclusiones de Hovland sobre cómo los medios juegan con nuestra atención y burlan nuestra credulidad, ¿en dónde queda la libertad humana si la naturaleza del Cuarto Poder es a priori vorazmente intervencionista? Por otro lado, a partir de las ideas de Lazarsfeld y Katz acerca de la (re) acción del público ante la información, tampoco parece que vayamos a disfrutar de mayores cotas de conocimiento y libertad, puesto que a la disposición de noticias se une la predisposición del destinatario que acepta información afín a su manera de ser. Y de pensar.

Por otra parte, la polémica entre ambientalismo (Hovland) y subjetivismo (Lazarsfeld), polémica no resuelta aún en nuestros días, ofrece fórmulas contrapuestas a la hora de comprender el fenómeno comunicativo. En Hovland prevalece la manipulación y el control de la mente; en Lazarsfeld los individuos escogen los mensajes que refuerzan sus ideas. Hovland plantea que el receptor se convierte en víctima clonada del emisor si este se alza con credibilidad frente al receptor y maneja argumentos convincentes. Lazarsfeld insistió, al contrario, en que las personas, movidas por gustos y preferencias, buscan y consienten determinadas fuentes de información. Sobre todo aquellas que se adecuan a la entraña identitaria de su personalidad.

En cualquier caso, y ahí está lo grave, o no llegamos a captar la realidad porque se han encargado de podarla torticeramente los mass media o no llegamos a ver la realidad que sí comunican pero que hemos excluido por rechazar contenidos no conocidos, tampoco queridos. Estamos, en definitiva, ante la paradoja de ser “marionetas con hilos” o “títeres de nosotros mismos”.

Vendas para los ojos

De las creencias y actitudes dependen nuestros comportamientos, en gran medida. Es más, observo que variar los esquemas mentales resulta algo costoso, ya que implica un esfuerzo extra, además de un continuo (auto) análisis, a lo que muchas veces no estamos dispuestos. Y ahí, en la pereza, radica el problema, ya que presuponer al 100 por 100 tanto la objetividad de los medios de comunicación como la objetividad de los propios receptores a lo que nos conduce es al firmamento de la estulticia, y más cuando en estos momentos la credibilidad, la reputación, el buen oficio no son ya un modelo de información y, con toda probabilidad, un buen artículo tendrá menos lecturas –no hablo de seguidores- que un artículo (tóxico, sensacionalista o mal) construido al margen de la verificación de datos.

No es que la realidad sea complicada o no. Es que de antemano no queremos atisbar la verdad

Entonces, ¿sostenemos de forma activa a líderes de opinión y medios de comunicación al buscar en sus mensajes el refrendo de nuestra personalidad?, ¿quizá orillamos aquellas crónicas que no son identitariamente las nuestras hasta emplear, y no es metáfora, tijeras que invisibilicen lo que va más allá de nuestros intereses?

No es que la realidad sea complicada o no. Es que de antemano no queremos atisbar la verdad. Con lo cual, quemamos las ventajas que entraña el uso de la libertad y dejamos que arraiguen esas reticencias a no (re) conocer lo que escapa a nuestros juicios. Con lo cual, y amparándonos en estas argucias, la inactividad mental destruye no solo los terrenos en los que florece la libertad, sino las posibilidades que hacen factible aprender y cambiar, pues lo que siempre nos da la razón no enriquece. Tan solo inmoviliza el intelecto en los eriales del dogmatismo.

“Solo deseo una venda para los ojos y algodón para los oídos”, decía con vehemencia uno de los personajes de Robert Louis Stevenson en El club del suicidio. Ahora bien, con vendas y algodones el ser humano que no se esfuerza por saber acaba prisionero de sí mismo, “cautivo”, decía Platón, en la caverna de sus creencias e ideologías. Y, a la larga, “incapacitado” para encontrar otros espacios en donde respirar. Y madurar.


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María Teresa González Cortés
Vivo de una cátedra de instituto y, gracias a eso, a la hora escribir puedo huir de propagandas e ideologías de un lado y de otro. Y contar lo que quiero. He tenido la suerte de publicar 16 libros. Y cerca de 200 artículos. Mis primeros pasos surgen en la revista Arbor del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, luego en El Catoblepas, publicación digital que dirigía el filósofo español Gustavo Bueno, sin olvidar los escritos en la revista Mujeres, entre otras, hasta llegar a tener blog y voz durante no pocos años en el periódico digital Vozpópuli que, por ese entonces, gestionaba Jesús Cacho. Necesito a menudo aclarar ideas. De ahí que suela pensar para mí, aunque algunas veces me decido a romper silencios y hablo en voz alta. Como hice en dos obras muy queridas por mí, Los Monstruos políticos de la Modernidad, o la más reciente, El Espejismo de Rousseau. Y acabo ya. En su momento me atrajeron por igual la filosofía de la ciencia y los estudios de historia. Sin embargo, cambié diametralmente de rumbo al ver el curso ascendente de los populismos y otros imaginarios colectivos. Por eso, me concentré en la defensa de los valores del individuo dentro de los sistemas democráticos. No voy a negarlo: aquellos estudios de filosofía, ahora lejanos, me ayudaron a entender, y cuánto, algunos de los problemas que nos rodean y me enseñaron a mostrar siempre las fuentes sobre las que apoyo mis afirmaciones.