La sección de comentarios a los artículos de Disidentia resulta especialmente interesante. En ella los lectores expresan sus opiniones frente a lo vertido en un artículo de opinión. En otras ocasiones se contienen mini ensayos que enriquecen el debate y ofrecen puntos de vista alternativos. Por último, ofrecen un feedback para el propio autor de los artículos. Esta retroalimentación le permite al autor calibrar sus propias opiniones y madurarlas más. En relación con mi anterior artículo sobre la dictadura silenciosa se planteaba la cuestión en los comentarios relativa a que ha llegado el momento de poner fin a los análisis de la situación actual, caracterizada por una creciente pérdida de libertades a nivel mundial, para pasar a una fase propositiva donde se plantean estrategias de lucha contra la dictadura globalista en ciernes.

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En primer lugar, me gustaría hacer constar que siempre es más fácil el diagnóstico que el tratamiento de un mal. Ni el propio Marx, que denunció el gran pecado de la filosofía (conformarse con explicar la realidad sin intentar cambiarla), fue inmune a su propia crítica. El marxismo es un aparato conceptual crítico- descriptivo de los sistemas de producción humana, que se centra fundamentalmente en la crítica del modo de producción capitalista pero no es un planteamiento teórico alternativo al propio capitalismo. El marxismo opta, como teología secularizada que es, por lo que los medievales llamaban la vía negativa del acceso a Dios. Ante la imposibilidad de describir la naturaleza divina, los teológos-filósofos medievales optan por describir aquello que éste no es. Un poco esto es lo que hacen los teóricos del marxismo y sus derivaciones postmarxistas, describir un modelo económico por mera contraposición de lo que es (o mejor dicho interpretan) el sistema de producción capitalista. Si Marx no fue capaz de proponer una salida a la aporía, a la que, según él, conducía el capitalismo a la humanidad, mi humilde persona no creo que sea capaz de proponer alternativas teóricas ni prácticas al escenario de la nueva gobernanza pseudo-dictatorial que se nos viene encima.

Este silencio de los que no hablan, sino que actúan de otro modo es el que puede resultar más estruendoso para los oídos de los custodios del pensamiento woke y de la gobernanza globalista antihumanista

Podría escabullirme fácilmente haciendo uso de la metáfora del boomerang. La mayoría de las herramientas conceptuales de las que se ha valido la izquierda para dominar el mundo de las ideas, están pensadas para funcionar en escenarios contra-hegemónicos, es decir en situaciones donde lo que se defiende en minoritario. Algo parecido ya defendió Carl Schmitt en su famosa teoría del partisano. Lo que quiere traer a colación es la idea de que las mismas herramientas conceptuales que han permitido a la izquierda ser hegemónica hoy en casi el 95 por ciento del globo son las mismas herramientas que se pueden utilizar para arrebatarle dicha hegemonía. Los llamados filósofos del marxismo occidental (Lukacs, Adorno, los frankfurtianos…) se declaraban a si mismos humanistas que perseguían el fin de la dominación del hombre por el hombre, pero en realidad lo que perseguían era instaurar el totalitarismo de la idea (su visión idílica de un comunismo incontaminado por las debilidades humanas). Sin embargo, su planteamiento de fondo sigue siendo utilizable: la idea de que existen ciertas estructuras de dominación, aparentemente amistosas, loables en sus objetivos e incluso aparentemente democráticas, que en realidad ocultan propósitos de dominación claramente antihumanistas.

Sin embargo, no es esta la línea a la que me voy a referir. Creo que se pueden establecer ciertos paralelismos entre el universo del mundo helenístico y el mundo actual. Ambos son mundos en crisis donde los referentes políticos clásicos colapsan. En el caso del helenismo se trataba de la idea imperial de Alejandro Magno, de la vieja idea de la polis como el lugar donde el individuo encontraba su plena realización o el colapso de la idea de la superioridad cultural de lo heleno frente a lo bárbaro. En el caso del mundo actual asistimos al final del imperio americano, a la crisis terminal del estado nación y a una creciente occidentalofobia que busca culpabilizar a nuestras raíces ilustradas y judeo-cristianas de todos los males del mundo. En ese contexto de crisis del mundo helenístico, como muy bien pone de manifiesto un autor como Pierre Hadot, hay un descubrimiento de la idea de que la salvación es algo que depende de un cambio de orientación de nuestras vidas; de un hacer prevalecer una ética vivida sobre unos estériles discursos puramente teóricos. La sociedad postpandémica, la que amenaza con instaurar una distopia orwelliana en la forma de una agenda 2030, es una oportunidad para descubrir el valor de la ética, que no de los discursos moralistas. Es una época en la que se demanda de nosotros un compromiso con la libertad, con la idea de que es posible un modo de vida diferente al que se nos quiere imponer por una suerte de gobernanza global. Frente al paternalismo que persigue imponernos un nuevo modelo de vida “por nuestro bien y el del planeta” es el momento de reivindicar nuestra autonomía moral más que nunca. Resulta paradójico que los neokantianos de hoy o habermasianos que deberían reivindicar al sapere audere kantiano y la autonomía moral del ser humano sean hoy los más firmes defensores de un consenso que ahoga y suprime la individualidad.

Un ejemplo de un vivir auténticamente ético lo encontramos en el caso del sacerdote católico James Altman, uno de los mayores críticos con el globalismo postpandémico en los Estados Unidos, que ha suscitado una enorme controversia por sus denuncias contra el totalitarismo globalista que usa la excusa del COVID para acabar con el modo de vida norteamericano. La iglesia, lejos de apoyarle, se suma cual agente del globalismo woke, a quienes quieren silenciar su voz. Frente a los que le acusan de dividir y confrontar, Altman reivindica que el propio Cristo (como dice el evangelio de San Mateo) no vino al mundo sino a traer la división. Como él mismo denuncia no se puede ser cristiano y buscar la connivencia con la imposición dogmática de unas ideas que van en contra, no sólo del cristianismo, sino de la propia esencia del ser humano como ser libre.

El caso de Altman, más allá de lo que pueda pensarse de algunas de sus ideas sobre las vacunas del Covid, pone de manifiesto el hecho de que oponerse a los dictados de lo políticamente correcto tiene un coste personal: muchas veces enorme. Querer luchar contra esta dictadura en ciernes es incompatible con ciertos logros académicos, profesionales e incluso puede suponer una merma para la salud afectivo-psicológica de quien se atreve a discutir el pensamiento único, como ha puesto de manifiesto el caso de Jordan Peterson. Sin embargo, como ya pusiera de manifiesto Etienne de la Botie las dictaduras se sustentan en último término en la sumisión voluntaria de aquellos destinados a combatirlas. Si en mi anterior artículo hablaba de una dictadura silenciosa en ciernes, es ahora menester proponer una revuelta silenciosa como respuesta adecuada al desafío a la libertad que plantean los defensores del gobalismo antihumanista. Se trata de una revuelta silenciosa porque no se basa en el decir, en el discurso que es lo único que parece existir en el relato posmoderno, sino en el hacer; el vivir de otro modo a como nos dicen que se debe vivir. Este silencio de los que no hablan, sino que actúan de otro modo es el que puede resultar más estruendoso para los oídos de los custodios del pensamiento woke y de la gobernanza globalista antihumanista.

Foto: engin akyurt.


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Carlos Barrio
Estudié derecho y filosofía. Me defino como un heterodoxo convencido y practicante. He intentado hacer de mi vida una lucha infatigable contra el dogmatismo y la corrección política. He ejercido como crítico de cine y articulista para diversos medios como Libertad Digital, Bolsamania o IndieNYC.