Como todos ustedes saben, la última ocurrencia del presidente del Gobierno en sus pactos con los independentistas, la figura del relator, ha sido contestada por la oposición organizando una gran concentración en la plaza madrileña de Colón. La (relativa) novedad de la convocatoria consistía en que los partidos, conscientes de su descrédito ante buena parte de la ciudadanía, admitían desempeñar un papel subalterno para dar primacía a la sociedad civil. Era esta, la sociedad civil, la que debía manifestar su hartazgo e indignación por el actual estado de cosas.

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Como yo soy muy mal pensado, formulo lo dicho en el párrafo anterior en unos términos más escuetos y un tanto desvergonzados: los partidos políticos de la oposición invocan a eso que ellos denominan sociedad civil para que se manifieste pidiendo elecciones que previsiblemente lleven a los susodichos partidos al poder. O sea, dicho en plata, si esto no es instrumentalización de la llamada sociedad civil para una causa partidista (sean buenos o malos los objetivos últimos), que venga Dios y lo vea, como se dice vulgarmente.

Evidentemente, las grandes palabras, las frases rimbombantes tratan de recubrir de ropajes vistosos al emperador desnudo. El diario ABC titulaba nada menos que esto: “La sociedad civil clamará hoy por la unidad de España”. ¡Ahí queda eso! El titular de OK diario era casi idéntico: “La sociedad civil se moviliza mañana por España”. Desde la otra acera ideológica se aceptaba sorprendentemente el envite. La Sexta señalaba que “Representantes de la sociedad civil leerán el manifiesto” de la concentración.

Al final resultó que los flamantes representantes de la sociedad civil eran… ¡tres periodistas!, más conocidos por su ubicuidad mediática que por su calado profesional, dicho sea con todos los respetos hacia sus personas. Y la foto representativa del acto, es decir, la foto de la sociedad civil que supuestamente protagonizaba la convocatoria era… la de una docena de dirigentes de PP, Ciudadanos, Vox, UPN, UPyD y Foro Asturias. ¡Vamos, lo que se dice la sociedad civil al completo!

No es mi intención meterme aquí y ahora en disquisiciones teóricas sobre el concepto de sociedad civil. Hay una inmensa literatura al respecto y sería tan presuntuoso como inútil por mi parte adentrarme en ese avispero. Subrayaré tan solo una cosa, en función de mis propósitos presentes: el término sociedad civil suele usarse hoy día, como todo el mundo sabe, en contraposición al poder político y al ámbito de competencias del Estado. Sociedad civil sería, por definición, todo el entramado colectivo y el conjunto de organizaciones que se extienden al margen de la esfera política.

Déjenme que dé un pequeño giro a mi reflexión, sobre la base de que ese concepto de sociedad civil, usual hoy en día, no alcanza por si solo a explicar la situación real de ese tejido comunitario en la España actual. La España que entra en la edad contemporánea lo hace con una tremenda convulsión, lo que nosotros llamamos “guerra de la Independencia” y los ingleses Peninsular War y que, como recuerda Manuel Moreno Alonso en una magna obra recientemente publicada (La guerra del inglés en España, Silex), marcará decisivamente el rumbo del país en los decenios sucesivos.

Por decirlo en pocas palabras, el protagonismo militar -el militarismo- persistirá desde entonces como una de las principales características de la vida política de la España contemporánea. Durante un tiempo, desde la obra canónica de Raymond Carr, los historiadores se enzarzaron en una disputa de si el poder militar era tan fuerte porque el civil era débil o viceversa. El historiador Carlos Seco Serrano reivindicó en su momento el concepto de civilismo, considerando que ese era el gran logro conseguido por la Restauración canovista.

Desde mi punto de vista, erraba en la óptica: lo contrario del militarismo no era el civilismo sino el antimilitarismo o incluso el militarismo de signo contrario, porque durante toda la España contemporánea, tirios y troyanos soñaban con el atajo del pronunciamiento, golpe de Estado o incluso guerra civil para acceder al poder. Se olvida muchas veces que en el 36 también la propia izquierda estaba ansiando la guerra civil para limpiar España de fascistas y caciques. El radicalismo, la intransigencia, el cainismo –por decirlo en términos machadianos- han sido secularmente nuestras señas de identidad.

Es verdad que el consenso de la transición rompe con esa dinámica guerracivilista. La Constitución del 78 es la primera de nuestra historia que no se hace contra otros, sino intentando integrar a todos. Hubo elecciones libres y alternancia en el poder. Pero… ¿dónde estaba la sociedad civil? Tras casi cuatro décadas de franquismo, la sociedad española se desperezaba pero difícilmente podía gestar asociaciones y organismos que en otros países occidentales, con mucha mayor tradición democrática, se habían desarrollado durante décadas.

Podíamos, eso sí, improvisar. Y se improvisó. Podíamos copiar lo que se hacía en otras partes, adoptar las envolturas externas, dar apariencia de organización civil a lo que eran simplemente improvisaciones y chapuzas, siempre con un ojo puesto en los intereses particulares. El amiguismo, el compadreo y el enchufe constituían desde tiempo atrás nuestro modus operandi y así continuó siendo. No me voy a poner exquisito, puedo incluso reconocer que probablemente no había otra opción, dadas las circunstancias. De acuerdo, pero entonces, al menos, no nos engañemos.

El otro día escuchaba a un alto gestor económico diciendo “Nosotros, la sociedad civil, no intervenimos en política…”  No se pueden decir más falsedades en menos palabras. Cualquiera que conozca mínimamente el funcionamiento de nuestras empresas y finanzas –el llamado “capitalismo de amiguetes”- sabe el obsceno grado de dependencia del sector con el poder a todos los niveles, desde las más altas instancias de la nación al concejal de urbanismo del último pueblo. Y no hablo necesariamente de corrupción sino de las prácticas habituales: do ut des, hoy por ti y mañana por mí.

Pero algo no muy distinto podría decirse de los abogados, médicos, catedráticos y profesionales en general. La endogamia es la norma de conducta habitual vayas donde vayas. Raro es el lugar de nuestra piel de toro donde rige la meritocracia, el acceso de los mejores a puestos de responsabilidad. Como antes decía en las relaciones entre el poder civil y militar (¿qué fue primero, el huevo o la gallina?), en ese escenario han irrumpido los partidos políticos como elefante en cacharrería: ¿extienden sus tentáculos los partidos sobre la sociedad civil porque esta es débil o, al contrario, esta es inane por el intrusismo partitocrático?

Sea como fuere, la conclusión es la misma. La sociedad civil en España hoy por hoy se presenta frágil y carente de articulación, es casi una entelequia. Se la saca a colación cuando interesa, con marcado oportunismo, siempre con propósitos espurios. No es una anomalía española, sino todo lo contrario. Una sociedad civil vigorosa y bien constituida solo existe en un puñado reducidísimo de países, como resultado de un pleno desarrollo democrático, una profundización de las libertades y una buena praxis de promoción de los más capacitados. No nos engañemos, no es nuestro caso.

Imagen: portada del diario ABC


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Rafael Núñez Florencio
Soy Doctor en Filosofía y Letras (especialidad de Historia Contemporánea) y Profesor de Filosofía. Como editor he puesto en marcha diversos proyectos, en el campo de la Filosofía, la Historia y los materiales didácticos. Como crítico colaboro habitualmente en "El Cultural" de "El Mundo" y en "Revista de Libros", revista de la que soy también coordinador. Soy autor de numerosos artículos de divulgación en revistas y publicaciones periódicas de ámbito nacional. Como investigador, he ido derivando desde el análisis de movimientos sociales y políticos (terrorismo anarquista, militarismo y antimilitarismo, crisis del 98) hasta el examen global de ideologías y mentalidades, prioritariamente en el marco español, pero también en el ámbito europeo y universal. Fruto de ellos son decenas de trabajos publicados en revistas especializadas, la intervención en distintos congresos nacionales e internacionales, la colaboración en varios volúmenes colectivos y la publicación de una veintena de libros. Entre los últimos destacan Hollada piel de toro. Del sentimiento de la naturaleza a la construcción nacional del paisaje (Primer Premio de Parques Nacionales, 2004), El peso del pesimismo. Del 98 al desencanto (Marcial Pons, 2010) y, en colaboración con Elena Núñez, ¡Viva la muerte! Política y cultura de lo macabro (Marcial Pons, 2014).