El mundo se enfrenta en 2020 a su primera gran guerra desde 1945. Una guerra muy particular, en la que probablemente todos los Estados acaben actuando unidos contra el enemigo común, un virus microscópico bastante simple.
El enemigo nos ha pillado por sorpresa (aunque era previsible que atacase, si hacemos caso a cientos de documentos científicos que advertían de una pandemia más o menos inminente, debida a un virus probablemente respiratorio). Pasadas las primeras fases del ataque relámpago, que mientras escribo estas líneas ha costado ya la vida a más de 6000 personas en apenas dos meses, y tiene a decenas de miles más hospitalizadas (miles de ellas en estado muy grave), toca recomponer las filas y definir una estrategia ganadora.
El enemigo
Nos enfrentamos al SARS -CoV-2, el virus causante de la enfermedad COVID-19. Relacionado con su pariente SARS, que ya causó daños considerables en 2003, su impacto sanitario, social y económico es ya muy superior al de su “primo”, y su alcance es realmente global (más de 150 países en los cinco continentes han confirmado casos en sus territorios).
Aunque cada día que pasa le conocemos un poquito mejor, sus magnitudes más importantes no están aún definidas con detalle, y van variando en el tiempo y según el país afectado.
Este coronavirus no es “una gripe”, como han estado diciendo de manera irresponsable muchos políticos y personalidades del mundo de la comunicación, contribuyendo con sus chanzas a la efectividad del ataque inicial
Parece ser bastante o muy contagioso, sensiblemente más que la gripe común y la gripe A. Su contagio se produce al llegar a las vías respiratorias de una persona las gotitas emitidas al toser o estornudar otro individuo, y el alcance de dichas gotas en el aire se estima en 1-2 metros. A más distancia, caen al suelo o a las superficies (mesas, muebles, pomos de puerta, etc), donde el virus aparentemente permanece activo varios días, pudiendo adherirse por contacto a un nuevo sujeto al tocarlas, y contagiarle si se lleva las manos a la cara, la boca o la nariz. De ahí los nunca suficientemente machacones mensajes conminándonos a lavarnos las manos con agua y jabón o con geles desinfectantes, y a desinfectar las superficies de contacto que utilizamos habitualmente.
Además, su ataque es bastante más agresivo que el de la gripe. La enfermedad degenera en un porcentaje relativamente alto de pacientes en neumonía, exigiendo hospitalizaciones de varias semanas, e ingreso en la UVI de entre un 15 y un 30% de los pacientes hospitalizados.
La tasa oficial de mortalidad actual, definida como el número de muertes dividido por el número de casos detectados, está en estos momentos cerca del 4%, muy superior a la de la gripe común, que, aunque también difícil de conocer exactamente, suele estimarse en el entorno del 0,1%. Sin embargo, es muy probable que haya centenares de miles de casos de enfermos de COVID-19 no detectados, quizá millones, por lo que esa tasa de mortalidad es, probablemente, bastante menor. Además, la letalidad oscila enormemente entre los diversos países donde ha atacado el coronavirus, dependiendo fundamentalmente del grado de capacidad del sistema sanitario. Así, en sitios como Corea, Singapur, Alemania o China fuera de la provincia de Hubei, al menos de momento, se mantiene bastante por debajo del 1%, porque se ha podido controlar su contagio, y el número de pacientes graves se mantiene por debajo de la capacidad del sistema hospitalario. Por el contrario, en otros lugares como la provincia de Hubei en China (especialmente su ya famosa capital Wuhan), Irán o Italia, la tasa de mortalidad alcanza niveles superiores a veces al 6% sobre los casos oficialmente detectados, al haberse desbordado la máxima capacidad del sistema.
Una cosa sí está clara: el Coronavirus no es “una gripe”, como han estado diciendo de manera irresponsable muchos políticos y personalidades del mundo de la comunicación, contribuyendo con sus chanzas a la efectividad del ataque inicial, pese a las reiteradas advertencias de la OMS. Es un enemigo mucho más peligroso.
Reacción inicial
Ante este brutal ataque, y con mayor o menor grado de rapidez, la mayoría de los países ha reaccionado “poniendo a sus ciudadanos a cubierto”. Es decir, intentando reducir la propagación del virus limitando el contacto social, y por tanto disminuyendo la velocidad de contagio. En China esta estrategia se ha mostrado bastante eficaz, y el número de nuevos casos se ha reducido espectacularmente en las últimas semanas. Sin embargo, en la mayoría del resto del mundo (excepto en aquellos países que, como Singapur o Taiwan, fueron golpeados duramente por el SARS en 2003), desperdiciamos un tiempo precioso para guarecernos, quizá pensando ingenuamente que el enemigo se iba a conformar con un ataque regional. Apenas hace 15 días comenzó Italia a aplicar medidas restrictivas de distanciamiento social, y solo hace una semana el resto del mundo, y particularmente España (donde el ataque está siendo muy agresivo), ha comenzado a retirar a sus ciudadanos a las trincheras, suspendiendo las actividades escolares y universitarias, los acontecimientos deportivos, las reuniones de grupo y múltiples actividades comerciales, e incluso recluyendo a la población en los hogares salvo para aquellas actividades estrictamente necesarias.
Por desgracia, el virus tiene un periodo de incubación importante (aproximadamente dos semanas), por lo que los efectos de estas medidas tardarán aún varias semanas en notarse en forma de disminución de nuevos casos, de nuevos hospitalizados y de nuevas bajas de guerra. En España habrá con toda probabilidad más de mil muertos antes de que estas cifras comiencen a estabilizarse y bajar.
Esta reacción inicial, aunque buena, lógica e inevitable, trae aparejados sin embargo unos daños colaterales muy graves. El parón económico súbito, primero en forma de shock de oferta, y en breve también de demanda, sumirá al mundo muy probablemente en su primer periodo de recesión desde 2009. Si la única forma de derrotar al virus es paralizar la actividad económica durante meses o años, es probable que los daños causados por esta recesión, tanto en términos económicos como de vidas humanas, sean bastante superiores a los que está infligiendo el Coronavirus. Si hay algo que ha demostrado la Historia de la Humanidad es que el desarrollo salva vidas, y que la pobreza mata, y mata mucho. Además, y según parece desprenderse de informaciones de última hora procedentes de China, en cuanto se levantan las restricciones de contacto social y por tanto se intenta reactivar la economía, el enemigo ataca otra vez en forma de nuevos brotes.
La estrategia
Tras esta reacción inicial con el objetivo de reducir bajas, toca diseñar una estrategia para derrotar al enemigo. No podemos conformarnos con que el Coronavirus nos mate lentamente de hambre por asedio económico en vez de rápidamente mediante neumonía. Hay que reaccionar con un plan eficaz, y hay que hacerlo rápidamente. Cada día que la actividad económica se reduce, la liquidez de las empresas desaparece, y las quiebras y el desempleo se disparan, con consecuencias desastrosas para millones de seres humanos. Cada mes, cada semana, cada día que consigamos adelantar la victoria, es vital.
En mi opinión, lo primero que tenemos que asimilar es que estamos asistiendo a la Tercera Guerra Mundial, o algo muy parecido. Seguir pensando que todo volverá a la normalidad en unas semanas o pocos meses es ingenuo y, casi con seguridad y por lo que vamos viendo, muy improbable. Es hora de aceptarlo y de actuar como actúan los estados ganadores: poniendo a la economía y las fábricas en Estado de Guerra, y desarrollando armamentos eficaces con la máxima velocidad posible.
Las fábricas
Señalaba antes que, en aquellos países donde los pacientes graves no superan la capacidad del sistema sanitario, la mortalidad del Coronavirus, sin ser despreciable, no es tan elevada como en aquellos sitios donde el sistema se colapsa, y es, social y económicamente, “aceptable”.
Podemos asimilar el sistema sanitario a una fábrica, donde la materia prima son los enfermos, y el producto final son los pacientes curados. La materia prima es perecedera, y si su fecha de caducidad está cercana (pacientes muy mayores y con enfermedades avanzadas), o hay más materia prima de la que la fábrica puede procesar por unidad de tiempo (más enfermos nuevos de los que puede atender de manera adecuada hasta curarlos), se producen mermas importantes (muere mas gente de la que debería hacerlo en condiciones “normales”).
Aunque el sistema de salud genere más pacientes curados que nuevos enfermos produce el virus, mientras no logremos reactivar la economía, lo estará haciendo a un coste enorme
Desde hace unos días ya estamos intentando actuar sobre la cantidad de materia prima que llega a las fábricas (los hospitales), reduciéndola. Pero aunque lo consigamos, mientras no logremos reactivar la economía, lo estaremos haciendo a un coste enorme. Hay que aumentar pues la capacidad de la fábrica (el sistema hospitalario), hasta que sea capaz de curar al menos tantos pacientes cada día como enfermos nuevos reciba.
¿Cómo aumentar la producción de las fábricas?
Cualquier Ingeniero Industrial sabe que la producción máxima de una fábrica está limitada por su punto de mínima capacidad en la cadena productiva. Y que para producir más es necesario ensanchar la capacidad de ese “cuello de botella”. Una vez ampliado, si queremos seguir aumentando la producción, surgirán otros posibles cuellos de botella que deberemos agrandar.
En el caso que nos ocupa, tenemos al menos 4 potenciales cuellos de botella, que convendría ampliar con rapidez y en paralelo sin reparar demasiado en aspectos económicos, como siempre se ha hecho en tiempos de guerra:
- Ventiladores mecánicos o respiradores. El Coronavirus ataca sobre el sistema respiratorio, causando graves neumonías en los casos que requieren hospitalización. Para tratarlas y evitar la muerte del paciente, es muy a menudo necesario el uso de ventiladores mecánicos o respiradores. Lamentablemente, si el ritmo de contagio se mantiene, no habrá stock suficiente en la mayoría de los países para tratar a los pacientes que, recordemos, pueden pasar varias semanas intubados con ventilación asistida antes de sanar. Es por tanto crítico poner los recursos necesarios para adquirir o incluso fabricar con la máxima urgencia un número suficiente de equipos de ventilación mecánica para tratar a los pacientes.
- Camas hospitalarias y Unidades de Cuidado Intensivo. Las fábricas (en este caso el sistema hospitalario) están dimensionadas, como es lógico, para atender la demanda esperable en los momentos punta. En cualquier momento están “fabricando pacientes curados” al menos al 70-80% de su capacidad. O sea, sus camas y UCI´s están ya ocupadas por los enfermos habituales (además del Coronavirus sigue habiendo cáncer, infartos, ictus, accidentes de coche u operaciones menos graves programadas). Cuando llega una punta de demanda tan extraordinaria como la actual, supera la capacidad del sistema, tanto en cuanto a camas como, especialmente, a UCI´s, y es cuando, al no poder tratarse adecuadamente a pacientes graves, la mortalidad se dispara. Es por tanto fundamental aumentar su número, utilizando y adaptando recintos existentes dedicados a otras actividades como ya se está haciendo en la Comunidad de Madrid, o directamente construyendo nuevos hospitales temporales, como hizo China.
- Personal sanitario. Este es un punto crítico, y poco elástico. Es difícil formar médicos especializados en neumología y enfermeros en tiempo récord. Pero quizá sí sea posible reclutar temporalmente personal jubilado, desplazar efectivos desde otros frentes menos atacados (desde unas CCAA a otras), o contratar médicos o enfermeros de otras zonas del mundo menos afectadas (Latam en el caso de España, por ejemplo). Y, lo que sin duda debe hacerse a toda costa, es evitar bajas en el personal sanitario. Lo que nos lleva al cuarto cuello de botella, y uno de los que más quebraderos de cabeza está produciendo actualmente en nuestro país: los Equipos de Protección Individual
- Equipos de Protección Individual. Este es un virus que se propaga con mucha facilidad. Ya hemos asistido al contagio de docenas de sanitarios en determinados hospitales durante los primeros días, antes de saber a qué enemigo nos enfrentábamos realmente. Ahora que lo sabemos, es realmente descorazonador conocer que las mascarillas, guantes o trajes protectores escasean mucho, y que los sanitarios pueden estar corriendo riesgos inaceptables por su falta en su titánico esfuerzo por salvar vidas. No podemos permitirnos más bajas entre nuestros “soldados”. Es la primera prioridad. Hay que adquirir o fabricar esos EPI´s con la máxima urgencia, implicando si es necesario a la empresa privada en la producción y gestión logística de este material.
En resumen, nos hallamos ante un reto productivo y logístico nacional y mundial de primera magnitud, que es el que realmente está provocando el problema sanitario. Si lo resolviéramos, aumentando lo suficiente la capacidad del sistema para atender a los nuevos enfermos en condiciones sociales “normales”, podríamos retomar la actividad económica, manteniendo las bajas en valores aceptables, que es de lo que se trata en primera instancia.
El armamento
En paralelo a dotarnos de medios para disminuir las bajas causadas por el enemigo, tanto las directas por infección como las indirectas por devastación económica, debemos crear las armas para derrotarlo. En este sentido, debemos actuar rápidamente en dos frentes:
- Armas especializadas en aniquilar al enemigo: medicinas. Los investigadores de universidades y laboratorios farmacéuticos trabajan contrarreloj en el diseño de fármacos antivirales que impidan el desarrollo del virus en los enfermos. Ya hay algunos resultados prometedores, pero estamos probablemente a meses vista de tener algo razonablemente eficaz.
- “Chalecos antibalas”: vacunas. De nuevo, la Humanidad avanza hacia el desarrollo más rápido nunca visto de una o varias vacunas contra este Coronavirus. Tanto en EEUU como en Israel están a pocos días de empezar las pruebas en seres humanos. Sin embargo, siendo realistas, no es verosímil que se produzcan y distribuyan de manera masiva antes de 18-24 meses. Y está por ver en qué porcentaje serán eficaces
Conclusión
Esta Guerra debe y puede ganarse. Va a ganarse. Pero no se ganará con palabras huecas, paralizando la economía y esperando que “los Estados” alimenten a los miles de millones de personas afectadas por esa crisis, porque si la parálisis continúa no habrá con qué alimentarlos. No se ganará esta guerra mediante ayudas financieras, mecanismos crediticios o inyecciones de liquidez (aunque puedan ser elementos válidos o necesarios en ciertos momentos o países), sino cuando seamos capaces de reactivar la economía sin temor a que el virus colapse nuestros sistemas sanitarios y mate a millones de personas que no deberían morir aún. Se ganará cuando los poderes públicos entiendan que la recesión que viene no es una recesión cíclica normal. Se ganará cuando los Estados entiendan que la Tercera Guerra Mundial está en marcha, y que cada día que se retrase la Victoria se traducirá en muchas muertes evitables. Cuando coordinen y financien adecuadamente entidades públicas y privadas para ampliar con urgencia la capacidad del sistema sanitario como primera prioridad, e inviertan en el desarrollo de medicamentos antivirales y vacunas que nos permitan transformar al enemigo, esta vez sí, en “una gripe normal”.