Más allá de los alivios y las decepciones, repartidos por barrios ideológicos, la economía española respira aliviada el fracaso de Pedro Sánchez de formar gobierno. No se trata sólo de las medidas con las que socialistas y podemiers amenazaron con aplicar en comandita; no es una cuestión ideológica. La política está constreñida por unos automatismos que le conducen a conspirar contra la prosperidad. El año de la plena recuperación económica de España fue el mismo en el que no tuvimos gobierno.
De modo que podemos esperar sin prisa la disyuntiva entre el acuerdo para un gobierno y la convocatoria para nuevas elecciones. Los españoles, trabajadores y empresarios, consumidores y ahorradores, seguimos a lo nuestro, creando riqueza aún con todas las dificultades que nos imponen Hacienda, las leyes y las regulaciones.
Nos atenaza, es verdad, una gran amenaza. Una guadaña cuyo filo está en nuestra habitación. Un acuerdo entre PSOE y Unidas Podemos podría suponer un cambio fundamental en la gestión económica, en las libertades, en el papel de la ley y los jueces, y en el mismo ser de España como nación, aunque esto último es más difícil de horadar.
No ha habido acuerdo y, contra la común opinión, eso era lo previsible. Podemos ha tenido el gran éxito de obligar al PSOE a acercarse a su discurso. Esto ha sido posible porque para la izquierda española el ideal siempre estaba en el extremo. Las traiciones al ideal, que van desde la desindustrialización a los contratos temporales o a la reforma del artículo 135 de la Constitución Española, forman parte de las transacciones con la realidad. El PSOE histórico siempre tuvo un programa máximo, para ilusionar a las masas, y otro mínimo para bregar en el mundo de la política, que es el del compromiso.
La gran diferencia entre Unidas POdemos y el PSOE es que este último no se ha decidido todavía entre ser un pilar del régimen actual o sumarse a la revolución en marcha ya desde Cataluña
Desde que el PSOE abandonó el marxismo, ¡como si el marxismo no le hubiera abandonado a él!, el principal partido de la izquierda española jugó siempre con esa melancolía. En casa, cabe a la biblioteca de los libros de la juventud, se encienden los ojos recobrando el discurso más puro. Fuera de ella, se acepta el pequeño desencanto que acarrea la responsabilidad de ejercer el poder. Entendieron que sus ideas no encajaban con la realidad, un reconocimiento tácito, por vergonzante. A su lado estaban los puros de corazón, que poco a poco se han ido yendo por el desagüe de la historia, hasta a acabar en el bochorno de estar liderados por Alberto Garzón.
La crisis económica, devenida en crisis institucional, mostró que la promesa socialdemócrata de que podemos vivir con el dinero de los demás, es falsa. Pero una parte de la sociedad se aferra a la pastilla azul, y es en ese contexto donde entra Podemos. Pablo Iglesias et al recuperan el programa máximo del PSOE, y el mito de los puros frente a las ataduras de los intereses especiales. Una España joven e ignorante, más ignorante cuanto más años ha pasado por la Universidad, se lo ha tragado.
Hoy, PSOE y Podemos luchan por el mismo electorado, y con un discurso esencialmente igual en algunos puntos importantes. La gran diferencia entre los dos es que el PSOE no se ha decidido todavía entre ser un pilar del régimen actual o sumarse a la revolución en marcha ya desde Cataluña.
Esto es lo que explica el fracaso de la negociación. UP tiene que ocupar posiciones de poder en el gobierno, para adoptar esas medidas que un PSOE jamás se atrevería a adoptar, (salario mínimo de 1.200 euros, contrarreforma laboral, etc), para poder plantarse ante su grey como los puros capaces de defenderles ante ese PSOE capaz de llevar al máximo exponente del “OTAN de entrada no” como secretario general de la OTAN. Y eso, exactamente eso, es lo que el PSOE tiene que evitar a toda costa.
Pablo Iglesias lo ha hecho muy bien. Ha aceptado todas las condiciones que le iba poniendo Pedro Sánchez, una por una. Ha aceptado no mirarle a la cara en los Consejos de Ministros. Ha desmontado las excusas del presidente para no cederle puestos importantes en el Gobierno. Pero no ha accedido a prestarle su apoyo sin tocar poder real. Le va su partido, y su hipoteca, en ello.
Todos miran a las próximas elecciones, con la única duda de si serán este año o el siguiente, tras el más que previsible fracaso en la aprobación de unos nuevos presupuestos.
Y en los próximos comicios hay un nuevo elemento, que no podemos obviar: El partido de Íñigo Errejón. Lo ha llamado Más País por no llamarle Más España. Por fin el fascismo español tiene un líder de calado al frente, y con posibilidad de condicionar la política española. A mí me aterra, pero le reconozco su talento político.
No sabemos la capacidad que tendrá de acaparar votos a izquierda y derecha, pero su presencia obliga a muchos a reposicionarse. No a Vox, desde luego, ni al Partido Popular. Pero quizás sí a Ciudadanos. Y, desde luego, a PSOE y Podemos. Iglesias tiene que mantener el discurso de la pureza frente al posicionamiento de Errejón, encaminado a hacer concesiones para formar mayorías alternativas al centro derecha. En definitiva, Pablo Iglesias no puede ceder. Sánchez sólo puede hacerlo si cree que su imagen de fracaso resulta demasiado perjudicial.
Foto: PODEMOS