La sociedad española convive con asombrosa naturalidad con el drama del desempleo sin que se alcen voces autorizadas si no es para empeorar más aún las cosas, como revelan -sin excepción– todas y cada una de las declaraciones de la ministra del ramo. Frente a los disparates políticos al uso, todo lo que se escucha desde las organizaciones empresariales y el ministerio de economía es que “ahora no toca” hacer una contrarreforma laboral, es decir, ¿que más adelante sí?

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Una sociedad adulta y responsable no puede seguir participando en una injusta economía excluyente –de empleo– sin exigir responsabilidades ni movilizarse a favor de otro marco laboral inclusivo – de puestos de trabajo– que rescate a nuestro país del vergonzoso lugar que ocupa como sistemático líder mundial -entre países desarrollados- del desempleo.

Siendo la igualdad la sempiterna divisa progresista e incuestionable que el principal y casi exclusivo agente de la desigualdad es el desempleo: ¿cómo se explica que defiendan con tanto ahínco una economía tan excluyente de empleo?

La legislación laboral española originaria de la Italia de Mussolini y adaptada por el paternalismo franquista -protección laboral en ausencia de libertad sindical– fue empeorada por los gobiernos socialistas y mantenida después por los del PP, hasta la última y muy modesta reforma de Rajoy -impuesta, ante nuestra crisis financiera, por la UE- que ahora está en tela de juicio.

Hagamos un análisis histórico:

  • En 1994 –gobernando González- España alcanzó su primer zénit de desempleo al más que duplicar la media europea. Con la entrada en el Euro –gobierno de Aznar– se produjo el milagro de situarnos –solo un año- por primera en la historia por debajo de la media europea. Con Zapatero en el gobierno se llegó a más del 220% de la media de la UE -un hito histórico simpar- y desde entonces nos seguimos manteniendo por encima del 200%.
  • Nuestra tasa de empleo -% trabajadores/ población en edad de trabajar– sólo es mayor que las de Grecia e Italia entre los países desarrollados. Actualmente se sitúa en el 47,44% cuando los demás países de referencia se sitúan por encima del 50%, con los países mas ricos por encima del 60%.
  • La tasa de dependencia – personas dependientes por trabajador– española solo mejora de nuevo a Grecia e Italia con 1,46, frente a la media de la UE de 1,26 y los países mas ricos cerca de 1, con Suiza, Japón, Noruega y Holanda por debajo.
  • El desempleo juvenil también ha seguido la pésima estela relativa del total, más que duplicando la media europea.
  • El empleo a tiempo parcial, para completar el desastre, se sitúa muy por debajo de la media de la UE y muy alejado de países como Alemania que nos duplica y Holanda que nos triplica.

¿Qué circunstancias regulatorias han conllevado a un panorama tan desolador?

  • Con la Transición política, en vez de animar la libre afiliación de los trabajadores para facilitar la existencia de sindicatos representativos, se creó un artificial duopolio sindical generosamente subvencionado y extremadamente politizado. Como consecuencia, nuestros sindicatos son los menos representativos de Occidente y los mas subvencionados. Su escasa representatividad está asentada en la función pública y las grandes empresas, mientras que el resto del mundo laboral -trabajadores de escasa cualificación y jóvenes- no tienen quienes defiendan sus intereses.
  • La defensa sindical de los convenios sectoriales y territoriales, de origen corporativo -con Franco se llamaban ordenanzas laborales-; es decir, de la cartelización de la economía que resulta legalmente perseguida en otros ámbitos económicos, limita severamente la libre entrada y salida de los mercados y en consecuencia, la innovación, la mejora de la productividad y la renovación de los tejidos productivos. Los sectores mas competitivos y exportadores de nuestra economía -automóvil, alimentación, etc- están libres de las citadas ordenanzas laborales, que parcialmente suspendió la reforma de Rajoy y que la ministra de trabajo quiere retrotraer a pesar de sus evidentes buenos resultados.
  • Las últimas subidas del salario mínimo ponen de manifiesto sus evidentes inconsistencias:

Destruye empleo necesariamente en una economía de mercado, porque según todo el mundo sabe y es doctrinalmente incuestionable, toda subida de precios reduce la demanda

–Si fuera tan bueno subirlo ¿porqué no elevarlo mucho más?

–Los trabajadores menos cualificados -empleo doméstico, agricultura, hostelería- pagan las consecuencias: desempleo y economía sumergida.

–Los jóvenes son los más perjudicados por una restricción inexistente en la gran mayoría de países, justamente los que menos desempleo padecen.

  • El coste del despido y la proliferación de contratos laborales están fuera de las prácticas de los países de referencia: los progresistas -de todos los partidos- han conseguido dividir inmoralmente el mercado de trabajo en dos categorías, quienes tienen excesivos derechos y los que apenas tienen.
  • Nuestra protección al desempleo se sitúa entre las más generosas –cuantía y plazo- e incondicionadas. Así, quienes pierden un puesto de trabajo, suelen esperar al final del periodo de cobro de su subvención para buscar otro nuevo. En los países serios la asistencia obligatoria a cursos de formación para empleos con buenas perspectivas de colocación, la búsqueda activa y demostrada de otro trabajo y la aceptación de una oferta de empleo, son obligatorias; aquí ni se plantean.
  • El tristemente conocido pequeño tamaño medio de nuestras empresas, que tanto limita la innovación, la productividad y la exportación –factores vitales para una mayor prosperidad– es debido a la rigidez de nuestro marco laboral; amén de otras regulaciones administrativas.

Siendo la igualdad la sempiterna divisa progresista e incuestionable que el principal y casi exclusivo agente de la desigualdad es el desempleo: ¿cómo se explica que defiendan con tanto ahínco una economía tan excluyente de empleo?, ¿cómo siguen insistiendo en la inclusión social… en el desempleo? La única explicación posible reside en contar con suficientes excluidos del mercado de trabajo, pero incluidos en las subvenciones de un Estado gobernado por ellos, para así poder ganar elecciones. Las evidencias descritas no dejan lugar a dudas: ante ellas, o España cambia sus reglas de juego laborales para regresar a la convergencia europea o acompañados de Grecia e Italia terminaremos siendo los parias europeos.

Foto: Jonathan Rados.


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