Hasta aquí hemos llegado. 30 de noviembre. Es lo que cubre la manta de los ingresos fiscales. A partir de este punto, desde el primero de diciembre, los ingentes gastos de todas las Administraciones públicas se tendrán que cubrir con deuda. Es tentador decir «nos gastamos….». Pero no somos nosotros. Nosotros no nos gastamos un euro. El dinero es nuestro, sí, pero se lo gasta el Estado.

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Ese gasto, si lo convirtiésemos en horas, días y meses que forman un año, tiene que financiarse de algún modo. Normalmente es por medio de impuestos, y la gran mayoría se cubre con lo que extrae el Estado de la renta, la riqueza y el consumo de la sociedad. Pero esos ingresos, que aumentan a una velocidad vertiginosa, no alcanzan la carrera del gasto, que es aún más rápida. De modo que el resto es déficit, que se cubre con emisión de deuda. El Estado está todo un mes a crédito.

Se está produciendo una desvirtuación de la democracia. Votantes y políticos actúan de forma irresponsable, y alimentan una bomba que se paga antes o después (estamos ya en ese después). Y de una u otra forma: con inflación (ya está aquí), menor crecimiento económico (ya está aquí), y por tanto estancamiento y pobreza

Esto lo explica, y lo detalla, el último informe del Instituto Juan de Mariana, que dice así:

«Si comparamos todos los ingresos y gastos previstos por las Administraciones Públicas españolas para 2023, encontramos que el saldo negativo es del 8,6%. En términos de calendario, esto significa que, si tomamos todos los ingresos del Estado y los distribuimos a lo largo del año, dichos recursos solamente cubren once meses de gasto. Por lo tanto, el Día de la Deuda llega el 30 de noviembre y el equivalente a un mes entero de gastos se financia por entero vía déficit y deuda».

Como cada Administración tiene su propio reparto de gastos e ingresos, vemos que el día de la deuda, como lo ha llamado el IJM, llega el 5 de octubre para la Administración Central, el 17 de octubre para las CCAA, y el 19 de diciembre para la Seguridad Social. Las corporaciones tienen un ligero superávit.

Galicia es la región adelantada al resto, ya que financia sus gastos con los ingresos recabados hasta el 28 de diciembre. Madrid está en peor situación: no pasa del 16 de diciembre, mientras que Cataluña se queda en el 12. La Rioja es la peor de todas las regiones, puesto que se queda a mediados de noviembre: el día 17.

¿A qué ritmo nos endeudamos? Dice el informe:

«La deuda pública asciende ya a 29.500 euros por habitante y 74.500 euros por hogar. A lo largo de 2023, los pasivos del Estado habrán aumentado en 60.000 millones de euros. Si expresamos estas cifras con un reloj de deuda, encontramos que la deuda sube 164,8 millones de euros cada día, lo que supone 6,8 millones por hora, 114.155 euros por minuto y 1.903 euros por segundo».

Cuando quien gasta el dinero no es su dueño, tenemos un problema. Uno, o muchos. Entre las cuestiones que pueden surgir está que las prioridades de quienes realizan el gasto no son las de las personas que aportan los fondos. La sociedad tiene unas expectativas sobre qué se debe hacer con el dinero que le quita Hacienda, pero no es la de las distintas administraciones. No sólo eso, sino que es muy fácil poner ese gasto, o una parte de él, al servicio propio. Ya sea directamente, lo que es más o menos complicado, ya de forma indirecta.

Pero otro de los problemas del gasto público es el referido al tiempo. El político quiere beneficiarse hoy de todo el gasto que pueda comprometer. Y retrasa el coste de ese gasto todo lo que puede, pues para cuando llegue el momento de pagar la deuda él o ella no van a estar. Los votantes nos tragamos el caramelo del gasto público, y premiamos a los políticos irresponsables.

El informe lo expresa de esta manera:

«La emisión de deuda pública puede generar la ilusión fiscal de que el coste de soportar los actuales niveles de gasto es más bajo de lo que realmente es. (…) En esencia, cuando el gobierno emite deuda para financiar sus gastos, lo que está haciendo es transferir parte del coste actual de su operativa a años venideros. A menudo se dice que ese pago diferido se carga sobre la espalda de las próximas generaciones, pero conviene recordar que el periodo medio de maduración de la deuda española en circulación es de 7,9 años».

La deuda no es un palo que lanzamos y se pierde en el horizonte. Es un boomerang que vuelve… y nos golpea en la cabeza.

Por eso, el informe se plantea cuánto ascendería la carga tributaria si no se estuviera produciendo esa ilusión fiscal. Parte del supuesto de un empleado que le cuesta a la empresa 35.000 euros.

A esta cifra hay que restarle las cotizaciones sociales que sufraga la empresa (8.157 euros), las que paga el trabajador (1.731 euros), el impacto del IRPF (3.860 euros) y el pago de IVA en las decisiones de consumo que se toman con el salario disponible después de impuestos (1.450 euros). Esto deja un salario disponible neto de cargas e impuestos de 19.792 euros. Dicho de otro modo, el trabajador medio retiene apenas 56,6 euros por cada 100 euros de coste laboral. Hay que recordar que este cálculo ni siquiera recoge el impacto de otros gravámenes, de modo que solamente hablamos de una primera aproximación

Si repartimos la carga de la deuda (178.526 millones de amortización anual) entre los 21,1 millones de ocupados que hay en España, “encontramos que la carga implícita derivada de la deuda asciende a 8.478 euros por trabajador y año”.

El Estado español (aquí sí está bien utilizado el sintagma), está enganchado a la deuda. Desde 2008, año a año, ha gastado más de lo que ha podido ingresar, y ha tenido que cubrir el déficit con la emisión de deuda. Según las previsiones del FMI, continuará por esa senda al menos hasta 2028, por lo que el endeudamiento público no habrá dejado de crecer durante 21 años, como poco.

No es necesario tener todos los años las cuentas cuadradas a cero. El desvío entre ingresos y gastos puede adecuarse al ciclo, de tal modo que año a año haya superávit con la excepción de los años de crisis, en que los gastos correrían, mientras los ingresos se desaceleran.

Otra cosa es permitir que haya déficits crónicos. En ese caso, se está produciendo una desvirtuación de la democracia. Votantes y políticos actúan de forma irresponsable, y alimentan una bomba que se paga antes o después (estamos ya en ese después). Y de una u otra forma: con inflación (ya está aquí), menor crecimiento económico (ya está aquí), y por tanto estancamiento y pobreza. Que también están aquí, claro.

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