La campaña madrileña está siendo un tanto peculiar, porque ha representado una mezcla de mucho consabido con ciertas novedades bastante asombrosas, por mucho que se pueda pensar que los electores nos hayamos acostumbrado a todo. Su desenlace será quien entierre en el olvido alguna de las más sorprendentes, porque al final el que gana piensa haberlo merecido y los que pierden pasan enseguida a otras cosas.
Se puede hablar de la campaña criticando lo consabido, la lejanía de muchos planteamientos que se suponen políticos a la vida real, o el empeño de los candidatos en suponer que ellos son lo sustancial en la contienda, pero eso es vicio viejo y que ya no llama la atención, aunque en algunos aspectos haya alcanzado proporciones grotescas, como por ejemplo, que importen más unas cartas con balas o navajas que el paro juvenil, el desbarajuste jurídico que ha propiciado la pandemia, o la alegre marcha hacia un mayor gasto público y un déficit inconcebible e insoportable. Pero si olvidamos eso, por más que sea lo esencial, no hay otro remedio que fijarse en algunas curiosas novedades que se han instalado en esta campaña.
La tercera pata de la banqueta izquierdista ha sido fortalecida por un auténtico rompimiento de gloria, el descenso desde los cielos de una vicepresidencia primera para fortalecer los ánimos de unos electores presuntamente desanimados pese a las sobredosis de antifascismo que les han llovido como maná inextinguible
La derecha parece haber acertado al tratar de limitarse a no cometer gruesos errores y jugar a que el resultado iba a ser inamovible pasara lo que pasase, pero haber compartido ese presagio es, en el fondo, lo que llama más la atención en las invenciones de las tres ofertas de la izquierda que tan pronto han aparecido estar concertadas como ser desconcertantes.
El PSOE parece haberse dedicado a rebajar sus expectativas con un candidato que ha bordeado la caricatura de sí mismo, lo que le acabará pesando en lo personal, pero también la de sus modelos (“el viejo profesor”). El conjunto de su estrategia ha sido tan incomprensible que solo cabe se pueda atribuir a un genio maligno una metáfora filosófica que le resultará familiar al candidato catedrático. Es como si se hubiesen empeñado en favorecer las posibilidades del nuevo madrileñismo de izquierdas que rebosa de adolescentes, tal vez ya un poco talluditas, protestonas y vehementes. Como ha dicho con brillantez Jorge del Palacio, el martes comprobaremos si Más Madrid significa menos PSOE. Que la candidata más beneficiada del engendro socialista haya fiado su atractivo en proclamarse “mujer, médica y madre” merece comentario singular.
Este nuevo izquierdismo localista, que trata de recoger los restos de la gauche divine y contradistinguirse de Podemos, ha entronizado a una mujer muy singular que parece haber entendido que la izquierda va de identidades, y que nada mejor que una tripleta transversal, mujer que más decir, médica receptora de aplausos y sanadora universal, y madre, un cierto guiño al sentimiento universal bien entendido, un planteamiento inclusivo donde los haya (basta con atesorar una de las tres pautas identitarias) cuya capacidad persuasiva le ha de parecer a nuestra protagonista que la coloca muy allá de cualquier política, esa fea cosa vulgar, egoísta y desprestigiada que supone se ahuyenta hablando no como política sino como mujer, médica y madre.
Blandiendo una identidad tan rica, supondrá nuestra heroína que no hacen falta ni argumentos ni análisis. Basta con mencionar ciertos hechos que todo el mundo, pero en especial madres, mujeres y médicas, comprende, como por ejemplo, que el PP lleva veintiséis años desmontando la sanidad pública en Madrid, aunque todavía no lo haya conseguido, torpes que son, y pese a que todavía haya muchas, y sobre todo muchos, que no se den cuenta del todo, una observación que tomo de Mala fama, la estupenda columna de Alberto Olmos. Se ve que el público no espera gran cosa de los políticos y por eso acoge con sorpresa benevolente la irrupción de esta especie de outsider, se me olvida decir que es buena atleta, que parece crecer en voto gracias a las dádivas del cacareado genio monclovita que mueve los hilos pero que parece haber apartado a su señorito con urgencia del chaparrón que se adivina.
La tercera pata de la banqueta izquierdista ha sido fortalecida por un auténtico rompimiento de gloria, el descenso desde los cielos de una vicepresidencia primera para fortalecer los ánimos de unos electores presuntamente desanimados pese a las sobredosis de antifascismo que les han llovido como maná inextinguible. Es pronto todavía para medir los efectos de este factor providencial, de este arrebato del líder dispuesto a emular al emperador Cómodo derrotando a los gladiadores a sueldo. Cabe pensar que este refuerzo haya sido en vano, pero no es discutible que ha planteado la alternativa en términos de gran crudeza, con el dramatismo de quien sabe que se puede perder la vida, pero nunca la honra.
Bueno, pues pese a tanto disparate, la derecha mayoritaria no debiera pensar que lo que le queda por padecer sea pan comido. Madrid is not Spain, podría decir una izquierda desairada, y tendría toda la razón. Además, hasta los genios aprenden de sus errores, y toda esta presumible debacle bien pudiera servir para preparar mejores festines, incluso aunque el desenlace no se pareciese en nada a lo que ahora mismo se estima que va a acabar pasando. Lo de Madrid puede ser un nuevo ejercicio de supervivencia, y ya se pensará cómo se aprovechan los optimismos que se adivinan en el horizonte inmediato, con el público vacunado y sin mayores miedos y con la morterada de pasta que va a llegar del norte y que se añadirá al afán desorejado de gasto de los que todavía puedan permitirse alguna alegría. En fin, que los geniecillos escarmentados encontrarán la manera de lograr consuelo si lo de Madrid se parece un poco a una tragedia, y en caso contrario ya ni te cuento.
Foto: La Moncloa – Gobierno de España.