Una de las mayores sorpresas de la política española no tiene lugar en nuestro suelo, sino entre las tres sedes del Parlamento Europeo, donde trabaja, con plena libertad, Teresa Giménez Barbat. En el rincón, imprevisible y brillante, del nickjournal, ya mostraba Teresa ese refrescante apego por sacar la ciencia de su castillo al foso de la política, a pesar del riesgo de naufragio. Ahora lo hace en los arrabales de Parlamento Europeo, cancamusa de la política europea. Ahí ha creado Euromind, donde intenta machihembrar ciencia y política.
Lo cierto es que la ciencia está sufriendo un despiadado ataque. Y es lógico. La pretensión de la ciencia es que hay una realidad inteligible, y que es facultad y deber de la razón humana aprehenderla para comprender el mundo en que vivimos, y mejorarlo. ¿Y qué valor puede tener para quienes desprecian la realidad, porque sólo les interesa cambiarla? Más, cuando los pasos de la ciencia muestran caminos distintos de los que marcan las ensoñaciones de los nuevos profetas. Como no se nos exige a los votantes ni a los votados un alegato de adhesión al método científico, pueblan gobiernos y parlamentos sacerdotes de toda creencia. No tendría mayor importancia si no quisieran asir las riendas del poder para decidir sobre nuestras vidas. Por eso es tan necesaria la labor que hace Giménez Barbat.
El último de los Euromind se celebró en Madrid, con Steven Pinker y Luis Garicano, en el Ateneo de Madrid, a las siete de la tarde del viernes, 15. Los dos tenían como misión responder al título del acto, que era “Los dilemas del progreso”.
Para Steven Pinker cumplir con ese cometido resultó muy fácil; sólo tuvo que repasar el esqueleto de su último libro, Enlightenment now (Penguin Random House, 2018). Tiene como subtítulo cuatro palabras, razón, ciencia, humanismo y progreso, que se sucedieron por estricto orden en su exposición. Durante la misma, como en el libro, desgranó ideas interesantes.
La Razón, señala Pinker, no es negociable. Tiene unos dictados que no son arbitrarios, a pesar de que lo que llamamos razón tiene lindes menos precisos de lo que desearíamos. La ciencia aplica esa razón al entendimiento de lo que hay; de lo que acaece. No somos muy dados a buscar la verdad, nuestra mente ha evolucionado con otros objetivos. Pero nos hemos dotado de ciertas reglas que nos ayudan a salvar esa carencia, como la libertad de opinión o el contraste de nuestras afirmaciones con la realidad.
Lo que Pinker llama humanismo lo vincula con el sentimiento de afinidad o pertenencia. Un sentimiento que, ya lo advirtió Adam Smith, alcanza a los círculos más cercanos. Pinker plantea ampliarlo por medio del cosmopolitismo, con las implicaciones que luego veremos.
Y, por último, el progreso. La mayor parte de su exposición lo constituyó un interesantísimo repaso de todos los aspectos en los que hemos progresado en el último siglo y medio. El psicólogo se ha dado cuenta de que “los intelectuales odian el progreso. Sobre todo los intelectuales progresistas”.
No sólo los intelectuales, sino la versión degradada de los mismos que vemos en los medios de comunicación. Los medios mienten de forma sistemática. Pinker expuso las conclusiones de un algoritmo que clasifica las noticias según su tono positivo o negativo. Y mostró que, aplicado a un gran diario estadounidense, ese tono iba cayendo con los años, a medida que la situación en los grandes problemas del hombre iba mejorando. Lo mismo ocurre con las grandes cadenas televisivas. ¿Por qué? Pinker apunta a los mecanicismos de la prensa: sólo cuentan lo extraordinario, no el entramado diario en el que nos esforzamos por mejorar, se fijan en los grandes cambios no en los graduales, y demás. Pero creo que también es que asumen el orgulloso prejuicio de los intelectuales, según el cual no hay progreso si no seguimos el camino trazado por ellos.
Tomó el relevo Luis Garicano. El desafío del progreso que él planteó a los asistentes fue el del populismo. Si el mundo avanza como señala Pinker, si se puede ser optimista racional, como Matt Ridley, ¿por qué se produce esta reacción populista en los Estados Unidos, en Filipinas, en Brasil…? Garicano tiene una respuesta, pero es la del hombre a quien le dan un martillo y empieza a ver clavos allí donde mira. Sólo que, además, su martillo no se lo han regalado en la Universidad Rey Juan Carlos, sino que se lo ha ganado en la Universidad de Valladolid, el Colegio de Europa en Bruselas, en la Universidad de Chicago, donde adquirió y perfeccionó su conocimiento de la economía.
Y así, a la pregunta de qué explica el populismo, la respuesta es la economía. Hay, dice, una demanda de populismo azuzada por el miedo a la tecnología. Son los nuevos apocalípticos, frente a los integrados de hoy. ¿De dónde viene ese miedo? De que vamos a una economía de intangibles que crea nueva riqueza sin el concurso del trabajo manual experto. El cual, además, está siendo substituido por máquinas cada vez más inteligentes. A una parte no desdeñable de la fuerza laboral, este cambio tecnológico le va a llevar a vivir de la beneficencia, porque se encontrará sin nada que aportar. Además, hay una creciente concentración empresarial, de la renta y de la riqueza; más madera para el odio populista.
En realidad, no hay un vínculo lógico entre la formación de Garicano como economista y la emergencia del populismo. Lo cual quiere decir que es posible que Luis Garicano, cabeza de lista de Ciudadanos en las elecciones europeas de mayo, esté equivocado en este punto. Primero porque la desaparición de empleos industriales en los Estados Unidos no explica el populismo en países receptores de inversiones industriales, como Filipinas o Brasil. Segundo, porque la inquietud por el cambio económico no es nueva ni exclusiva del populismo. Es decir, aunque su explicación sea correcta, ni es la única ni es específicamente “populista”. Sí, “allí donde los trabajos no están amenazados porque son, por ejemplo, diseñadores, el voto a Hillary superó al de Trump por 30 puntos”, con un resultado contrario en el voto más industrial, pero así planteado, no es populismo. Éste exige una ideología, y Garicano sólo pudo apuntar a la vuelta a un pasado mejor.
Y tercero, porque hay también otros elementos que acompañan a ese fenómeno, y que no son económicos. El propio Pinker, en el intercambio final entre los dos, se lo señalaba: ¿Por qué acudir al miedo al cambio tecnológico cuando hay mejores predictores del voto en las elecciones de 2016, como las búsquedas en Google realizadas con prejuicios racistas, o el nivel educativo?
En lo que coincidieron es en la necesidad de crear una nueva ciudadanía. Por un lado, está la pretensión de Steven Pinker de extender el círculo de identidad de lo más cercano a lo más lejano por medio del cosmopolitismo. Y, por otro, la propuesta del economista de responder al “tribalismo” populista con una ciudadanía europea, afirmada sobre unos proyectos ilusionantes. Es lo que llama “un patriotismo positivo, que reconozca la diversidad”, y “que mire a futuro, no al pasado”.
Claro, que también podemos plantearnos qué dirá la ciencia sobre la posibilidad de mirar al futuro con los ojos vendados hacia la historia. Quizás sea una pretensión tan esotérica como las que Euromind quiere contribuir a erradicar de la política europea.
Foto: H. Heyerlein