El 14 de noviembre de 1792 en la Asamblea Nacional francesa que deliberaba sobre la legitimidad o no de procesar al rey Luis XVI por sus supuestos actos contra-revolucionarios y actos contrarios a la constitución de 1791, el exaltado jacobino Louis de Saint-Just afirmaba lo siguiente “La realeza es un crimen eterno contra el que todo hombre tiene el derecho de alzarse y armarse. Todo rey es un rebelde y un usurpador. Hay que vengar el asesinato del pueblo con la muerte del rey. Nadie puede reinar inocentemente”.
Con esta lapidaria frase Saint-Just, el llamado arcángel del terror revolucionario por la virulencia de los métodos que defendía para defender a la revolución de sus enemigos, se alineaba con las tesis de aquellos, como Robespierre, que defendían la ejecución del rey Luis XVI sin que mediara juicio penal alguno. Los jacobinos más exaltados, como Saint-Just, siempre ávidos de encontrar modelos de virtud política en la antigüedad buscaban la analogía con el asesinato del tirano Julio César a manos del partidario de la república Bruto.
Esta frase de Saint-Just sintetiza el parecer de aquellos para los cuales la democracia es una forma de gobierno absolutamente incompatible con la monarquía, pues ésta se fundamenta en último término en la idea del privilegio de un cierto linaje que por derecho de nacimiento ostenta la más alta magistratura del estado. Esta misma línea de pensamiento es la que se observa en la crítica que hace el propio Marx a la monarquía en su Crítica a la filosofía del derecho de Hegel. En ella el pensador germano dice lo siguiente “Hegel trata de representar al monarca como un hombre-dios, como la real encarnación de la idea…El nacimiento es un título despreciable que pertenece al orden zoológico., en esto coincide el rey con el caballo; ambos son lo que son por su nacimiento y sangre”. Marx señala en su crítica la Monarquía, que esta es una forma de dominación política que obtiene su legitimidad de algo totalmente irracional como es el mero hecho biológico de la descendencia.
en una sociedad obsesionada con el paradigma igualitarista como en la que vivimos y en la que el llamado fundamentalismo democrático se ha convertido en una suerte de dogma político, la institución monárquica va a verse necesariamente fuertemente contestada
Durante la revolución francesa se produce una suerte de choque de legitimidades, la histórica de la monarquía y la nueva legitimidad popular revolucionaria. Todo el siglo XIX es un intento de conciliar ambas formas de legitimación política que culmina en la denominada Monarquía parlamentaria, actualmente en vigor en la mayoría de los países del mundo donde todavía subiste la figura regia. En estos la monarquía deja de ser una forma de estado que refleja una atribución de soberanía en favor del monarca para pasar a convertirse en un mero órgano constitucional al que se le encomiendan puras funciones simbólicas e institucionales vinculadas a la jefatura del estado.
En la mayoría de los estados del mundo que todavía conservan formas políticas monárquicas ela cuestión acerca de la legitimidad de la monarquía apenas ostenta relevancia en el debate político. En todos ellos se admite y acepta como un vestigio de la continuidad histórica del país, sin constituir un factor de desestabilización política alguna. De ahí que en la teoría política contemporánea la mayoría de las justificaciones doctrinales en favor de un régimen monárquico se consideren una cuestión del pasado. La monarquía es por lo tanto en ellos una cuestión de hecho no de derecho
El caso español, en el que la propia institución monárquica es cuestionada históricamente por una buena parte de la izquierda, es por lo tanto una anomalía desde el punto de vista de la política comparada, que sólo se explica en virtud de la propia deriva histórica de la propia institución monárquica cuya legitimidad es cuestionada por buena parte de la tradición progresista ya desde el propio siglo XIX. La querencia por el absolutismo del llamado rey Felón Fernando VII, el rechazo histórico de la dinastía borbónica del modelo polisinodial y políticamente descentralizado de la monarquía hispánica de los Austrias o el quiebre de la continuidad dinástica borbónica derivada de la abdicación del rey Alfonso XIII en 1931 son algunos de los factores históricos que explican ese rechazo frontal a la institución monárquica por parte de buena parte de la izquierda española.
Junto a este rechazo, derivado de factores históricos, se une un rechazo filosófico-político que encuentra su explicación en la vinculación que la izquierda hace de la monarquía con el autoritarismo, el atraso y el conservadurismo del país. El rechazo de la izquierda del régimen del 78, estrechamente vinculado a la institución monárquica, nace de la consideración de éste como un vestigio del franquismo. Para la buena parte de la izquierda el régimen del 78 siempre será una suerte de continuación del franquismo por otros medios. Jamás acabarán por reconocerle legitimidad democrática alguna. Todos y cada uno de los defectos de origen del proceso constituyente de 1977-78 son sistemáticamente acentuados por parte de una izquierda, que no aplica el mismo purismo constituyente al surgimiento de la II república. Un régimen político cuya legalidad es mucho más cuestionable que el de la propio régimen del 78. Éste nació de una reforma originada en un régimen autoritario pero no es menos cierto que la II república nació de una abdicación y de unas elecciones municipales, no de un referendo propiamente constituyente
Esta oposición frontal a la monarquía ha estado siempre presente en buena parte de los discursos de la izquierda española. Los escándalos económicos vinculados a la figura del hoy rey emérito Juan Carlos I y parte de la familia real sólo han servido para amplificar una crítica hacia la institución que se encontraba ya en los propios orígenes de la misma, en la aprobación del texto constitucional de 1978, cuyo distanciamiento de la legitimidad política de la II República es lo suficientemente grande como para que la izquierda española jamás haya podido aceptar plenamente como propio dicho texto constitucional.
La propia institución es en buena medida responsable de esta desafección pues la llamada casa real siempre estuvo más interesada en buscar más la afección de la izquierda moderada, representada por el PSOE de Felipe González, a la persona del rey Juan Carlos I que en defender la fortaleza y legitimidad autónoma de la institución. Esto ha trasmitido a la sociedad la idea de que la monarquía española estaría legitimada en la medida en que ésta habría cumplido un papel capital en la democratización y desarrollo económico del país. De ahí la proliferación por doquier de juancarlistas más que de verdaderos monárquicos en España. Ernst Kantorowicz es autor de una célebre monografía sobre la teología política medieval llamada Los dos cuerpos del rey donde destaca precisamente que la fortaleza y la perdurabilidad de la institución radica en su aspecto institucional, en el hecho de que ésta se desvincula de los aciertos y defectos de los reyes de carne y hueso. Kantorowicz destaca como el pensamiento político medieval encontró el momento institucional de la monarquía en la noción eclesiológica del cuerpo místico de cristo representado en su iglesia.
Si la monarquía española no ha logrado fortalecer su aspecto histórico-institucional, al haberse vinculado a una suerte de legitimidad carismática del propio Juan Carlos I en términos weberianos, no debe sorprender por lo tanto que ante la pérdida de credibilidad del personaje, la propia institución se encuentre amenazada como consecuencia de la proliferación de escándalos y la presunta comisión de delitos por parte del anterior monarca. Si Juan Carlos traiciona el relato mítico construido entorno a su persona con su comportamiento poco ejemplar, no es de extrañar por lo tanto que el juancarlismo se encuentre amenazado.
Desde mi punto de vista en una sociedad obsesionada con el paradigma igualitarista como en la que vivimos y en la que el llamado fundamentalismo democrático se ha convertido en una suerte de dogma político, la institución monárquica va a verse necesariamente fuertemente contestada. Sólo aquellas monarquías en las que el elemento institucional esté fuertemente arraigado y que representen claramente la continuidad histórica del estado tienen posibilidades de pervivir. En un país como España cuya existencia como nación histórica es cuestionada por buena parte de su clase política y donde la monarquía no ha logrado arraigar su dimensión puramente institucional están abocadas a ver desaparecer, más pronto que tarde, dicha institución cuya realidad dista mucho de parecerse a esa caricatura que de ella hacen algunos de sus críticos.
Foto: Olaf Kosinsky