En el prefacio de La Transfiguración del lugar común (1981) el filósofo del arte Arthur C. Danto hace referencia a una vivencia personal relativa a la contemplación de una obra paradigmática del llamado arte pop de mediados del siglo XX: la llamada Caja Brillo de Andy Warhol. Esta obra de arte resultaba perceptivamente indistinguible del diseño de una caja de un famoso producto de limpieza que se podía encontrar en los supermercados norteamericanos de la época. Según Danto este encuentro personal con la obra de Warhol le produjo un enorme impacto personal hasta el punto de abandonar el campo de la filosofía que él cultivaba hasta ese momento, la filosofía de la historia, por el campo de la filosofía del arte, ámbito al que dedicaría el resto de su vida y en el que acabaría elaborando una interesante teoría sobre el arte.
Para Danto la Caja Brillo ponía de manifiesto un viejo problema filosófico y teológico: qué propiedad oculta y no manifiesta hace que dos cosas que son aparentemente iguales sean en realidad cosas diferentes. El carácter muchas veces indiscernible del sueño y la vigilia, tal y como lo pone de manifiesto Descartes en su primera meditación metafísico o el fenómeno teológico de la transustanciación por el que el pan y el vino, sin perder sus propiedades accidentales, se convierten en el cuerpo y la sangre de cristo, serían ejemplos de esta paradoja de los indiscernibles.
De estar todavía viva esa nefasta y criminal ideología fascista que asoló la Europa de entreguerras no debería encontrarse en las filas de partidos conservadores, liberales, socialdemócratas clásicos o democristianos, sino en las filas de aquellos que se declaran a sí mismos y de forma pomposa como antifascistas
Propongo ahora a los lectores de éste artículo que imaginen a un sujeto cuya cultura política fuera la del individuo medio del periodo de entreguerras. Dicho individuo aun no conociendo el corpus teórico del fascismo o del nacionalsocialismo sí que sabría identificar una serie de notas o propiedades perceptibles vinculadas al fenómeno fascista. Por ejemplo una retórica verbal de exaltación de la violencia como medio de acción política y un uso de la misma contra los opositores políticos, una organización de partido tremendamente vertical, un culto al líder, una cierta vestimenta de tipo uniforme etc….. Imaginemos también que dicho individuo hubiera podido presenciar, sin sufrir menoscabo físico alguno en su persona, el siguiente hecho histórico.
El día 22 de noviembre de 1930 tuvo lugar un luctuoso hecho. Las camisas pardas de las S.A de Ernst Röhm irrumpían violentamente en el Tanzpalast Eden de Berlin e impedían violentamente la celebración de una reunión sindical de un grupo de trabajadores inmigrantes. El asalto, de una extrema violencia, se saldaba con la cifra de tres muertos y veinte heridos con la pasividad, cuando no cierta connivencia, de la policía berlinesa
Ahora imaginemos que nuestro individuo pudiera también viajar en el tiempo para acudir al mitin de inicio de campaña de VOX en el madrileño barrio de Vallecas, un enclave tradicionalmente vinculado a la clase obrera de Madrid. A diferencia de lo que ocurría en el caso anterior, nuestro individuo en cuestión no sabe nada de la atmósfera política de la España de comienzos de la década de los años 20 del siglo XXI. No sabe que existe un partido de extrema izquierda llamada Podemos, que en España el gobierno lo ostenta una coalición de izquierdas, que VOX es un partido nacional-conservador o que Podemos ha instigado desde las redes sociales para que dicho acto de inicio de campaña no se celebre. Nuestro particular viajero en el tiempo sólo tendría como bagaje para analizar lo que viera dos cosas: los datos de sus propios sentidos y su cultura política media propia de los años 30.
Imaginemos también que después de presenciar esa lluvia de ladrillos, esa timorata actuación policial y ese grupo de violentos activistas uniformados con ropajes para él sin duda extraños y tal vez extravagantes, se le preguntara lo siguiente, ¿Que ha presenciado usted? Probablemente nos diría que a un grupo de fascistas atacando a un grupo de trabajadores que celebraban un acto político de izquierdas, donde se defendían los derechos de una clase trabajadora víctima de una situación económica complicada y a la que un gobierno conservador y elitista ignora sistemáticamente. También nos diría que un grupo de fascista ha hecho uso de aquello que más y mejor le caracteriza: la violencia contra sus adversarios políticos. Probablemente si a dicho individuo se le explicara que el grupo atacado era conservador y el atacante un grupo representativo de una ideología comunista y de izquierdas no habría salido de su asombro. Dicho sujeto habría experimentado una perplejidad similar a la experimentada en el caso de los llamados indiscernibles perceptivos a los que nos referíamos antes. Lo que hace el que primer caso sea una manifestación de un ataque fascista a un grupo obrero de izquierdas y lo segundo, pese a ser perceptivamente indiscernible de lo primero, la manifestación de un “valeroso” grupo antifascista es un cuestión vinculada a un diferente contexto interpretativo. Una noción similar a la que el propio Danto acuña para elaborar su teoría acerca del arte.
La atmósfera política del siglo XXI es una atmósfera política posmoderna en la que se ha producido algo similar a lo que teorizara el propio Danto para referirse al fin del arte. Es una época caracterizada por el final de una manera de entender la política. Tradicionalmente, desde los griegos, la política ha estado anclada en una ontología, es decir una forma de ver como es el mundo. La política estaba al servicio de una visión del mundo, bien fuera para conservarlo o para transformarlo. Este ya no es el caso cuando hablamos de la política posmoderna. Ahora lo que existe es una desvinculación de la política de cualquier ontología, la política ha devenido pura retórica, desvinculada de cómo es el mundo en realidad. La izquierda puede hacer y deshacer a su antojo porque domina el discurso, y al dominar el discurso crea la “realidad” que resulta más ventajosa para sus intereses estratégicos.
La izquierda clásica para elaborar sus discursos políticos tenía al menos que acudir a una cierta interpretación con la que buscaba, de forma más o menos forzada, que su discurso se acomodara a un cierto estado de cosas. La nueva izquierda post-marxista inventa la realidad en sus propios discursos. La eliminación de todo elemento referencialista en la política es un fenómeno muy vinculado al auge del llamado posmodernismo filosófico, al post-estructuralismo francés o al llamado giro pragmático acaecido en la filosofía del lenguaje analítica en la segunda mitad del siglo XX. Ernesot Laclau, padre intelectual del populismo errejoniano, que inspiró los inicios de Podemos, hace un interesante repaso a este respecto en la primera parte de su obra Crítica de la razón populista. El principal error a mi juicio de este tipo de análisis es que incurren en una cierta petición de principio, ya que intenta demostrar algo, una concepción no referencialista de la política, a partir de un marco filosófico que ya presupone aquello que pretende demostrar. Es por ello que me parece más adecuada desde el punto de vista explicativo esa analogía presentada anteriormente con la visión historicista del filósofo del arte Arthur C. Danto.
Lo que quiero trasmitir en cualquier caso, y espero que se haya entendido, es que si se prescinde de ese “atmósfera posmoderna” a la que me refería antes y se fija en los hechos desnudos, no puedes más que llamar a las cosas por su nombre. Los pretendidos antifascistas del siglo XXI, cuyo representante patrio más conspicuo es Podemos, son en realidad fascistas camuflados de una interpretación política que encubre la mayoría de las notas asociadas tradicionalmente al fascismo como son el culto al líder, la exaltación de la violencia o el deseo de buscar la aniquilación del oponente político. De estar todavía viva esa nefasta y criminal ideología fascista que asoló la Europa de entreguerras no debería encontrarse en las filas de partidos conservadores, liberales, socialdemócratas clásicos o democristianos, sino en las filas de aquellos que se declaran a sí mismos y de forma pomposa como antifascistas. Todos aquellos periodistas, comunicadores y políticos enemigos de VOX y que tan alarmados están ante el auge del fascismo en España deberían dedicar, si fueran consecuentes con sus proclamas, todos sus esfuerzos a buscar la erradicación del último reducto del fascismo en España: Podemos. El 4 de Mayo se presenta una ocasión muy propicia para ello.
Foto: Robert Anasch.