La llaman perspectiva de género, y bien dicen, pues ha degenerado. Es tan colosal la cantidad de estupideces que escuchamos cada día en nombre de esta doctrina, es tal la perversión de valores y la “condición mental y moral anormal y depravada” (definición de “degenerado” de la RAE) de quienes los predican, que bien pudiera considerarse este juego de palabras como algo más que una coincidencia.

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Igualdad para la vida y para la muerte

Donde mejor se entiende el asunto de que ambos géneros no son iguales en la sociedad ni nunca lo serán es en la cuestiones de riesgos vitales. Ellas, sí, quieren verse a sí mismas como mujeres guerreras en las pantallas del cine, o en el deporte (sucedáneo de la guerra y la caza), o allá donde haya laureles y aplausos, pero ¿y cuándo hay un riesgo real de muerte? Tres apuntes relevantes:

El porcentaje de suicidios en el hombre es unas tres-cuatro veces mayor que en la mujer. No es algo nuevo, se sabe desde que hay estudios sociológicos. Por ejemplo, el trabajo clásico de Émile Durkheim El suicidio (1897) muestra que los suicidios en el s. XIX en Europa eran un 75-80% de hombres y un 20-25% de mujeres, igual que hoy en día, con una frecuencia de un orden de magnitud similar a la actual en España: ~10 suicidios/cien mil habitantes/año, unos 4 mil muertos al año, la mayor causa de muerte no natural. El suicidio, como sabía Durkheim, está conectado con muchas variables sociales: hay causas, presiones que inducen a los individuos a suicidarse, lo que puede darnos una idea de que la vida del hombre no ha sido ni es tan fácil, ni menor en sufrimientos que la de la mujer.

Cuando se trata de hacer el trabajo de burro de carga, mal pagado y con riesgos, eso es cosa de hombres y no hay que presionar a ninguna mujer para hacer el trabajo que no desea

Accidentes laborales: unos 700 muertos al año en España, 94% hombres. La lucha feminista está para conseguir que las mujeres obtengan privilegios y cuotas favorables cuando se trata de trabajo fino, seguro y bien remunerado, y el patriarcado es culpable de que no haya más mujeres que quieran ser ingenieras, pero cuando se trata de hacer el trabajo de burro de carga, mal pagado y con riesgos, eso es cosa de hombres y no hay que presionar a ninguna mujer para hacer el trabajo que no desea.

Asunto de actualidad: El único país del continente europeo en guerra actualmente es Ucrania, y allí los hombres entre 18 y 60 años tienen prohibido salir del país y son llamados a filas cuando hace falta más carne para el matadero. Las mujeres abandonaron el país en tromba con sus hijos. Ucrania no es la Union Europea (UE), pero se supone que comparte algunos valores europeos, por algo está recibiendo apoyo de la UE. No oigo a los feministas o progres europeos proclamar que se deje de dar ayuda a Ucrania hasta que no se la obligue a que el mismo número de mujeres que hombres tenga que coger el fusil e ir al frente (no en cómodos y seguros puestos en oficinas o en enfermería), e igualmente dejar que el mismo número de hombres que mujeres puedan salir del país con sus hijos. ¿Quién se acuerda en Ucrania de proclamar la igualdad en las labores de crianza?

Solo sí es sí

La guerra ha sido necesaria para la supervivencia de una sociedad frente a otras. Igualmente, para preservar y proteger la función reproductora, ha sido esencial para la sociedad promover una moral sexual y el sentimiento ficticio del amor (en palabras de Rousseau) que reprima el viejo desiderátum [masculino] del sexo gratis y sin consecuencia (palabras de Javier Hernández Pacheco, apreciado colega filósofo, fallecido por COVID-19 hace 3 años); en el caso femenino, ya se encargaba la propia biología de acarrear consecuencias. Desde tiempos inmemoriales, las mujeres de cualquier sociedad desarrollada, aun en competencia mutua entre ellas por conseguir los mejores machos, han funcionado frente a los hombres como una cooperativa en pos de los beneficios del gremio, haciendo que los hombres pagasen un precio por sus placeres y hostigando a aquellas mujeres descarriadas que tiraban los precios de mercado y ofrecían sexo fácil a los hombres.

Estos valores tradicionales se han vuelto patas arriba en los últimos tiempos. Los medios anticonceptivos han liberado a hombres y mujeres de consecuencias del acto sexual, el romanticismo en el amor ya no funciona como en los tiempos de nuestras bisabuelas, y la revolución sexual trastocaría los valores morales de antaño para generar un nuevo estado dentro del malestar en la cultura, usando la expresión freudiana. Se sustituyen los medios represivos y emerge una nueva cultura de la mojigatería organizada, esta vez auspiciada por los santos varones y varonas de lo progre en vez de la religión cristiana.

Si fuéramos a aceptar un primer “no” como respuesta definitiva en la faena de la conquista amorosa, se extinguiría la humanidad

Entre los mejores chistes de la actualidad está el lema del “solo sí es sí”, suena como una categoría lógico-filosófica de profunda raigambre en el aristotelismo o la tradición kantiana. En verdad, qué poco conocen la naturaleza femenina aquellos que legislan sobre la misma. Si fuéramos a aceptar un primer “no” como respuesta definitiva en la faena de la conquista amorosa, se extinguiría la humanidad.

“Hoy en día se arruinan más matrimonios por el sentido común del marido que por ninguna otra cosa. ¿Cómo se puede esperar que sea feliz una mujer con un hombre que insiste en tratarla como si fuera un ser perfectamente racional?” (Oscar Wilde, Una mujer sin importancia [obra de teatro])

La polémica en torno al beso de Rubiales

El caso “Rubiales” ha estado sobredimensionado en los medios de comunicación: tonterías para entretener al populacho, mientras asuntos más importantes son escondidos debajo de la alfombra. Es ridículo que se monte tal escándalo por un inocente beso de felicitación, o que se considere incluso un posible caso de agresión sexual. ¡Pobre hombre!, y que perdiera su puesto por tal incidente… Tal nivel de puritanismo y mojigatería, tal crueldad punitiva al estilo #MeToo, inmisericorde hacia un hombre por nimiedades, no se daba ni en la época victoriana; a lo sumo se hubiera considerado peccata minuta, o hubiera surgido un tortazo por parte de la disconforme besada. En este caso, como en muchos otros, la respuesta a la travesura de Rubiales ha sido totalmente desproporcionada. Es consecuencia de llevar una ridícula ideología de género a un extremo. No obstante, sí se ve la lógica de esta reacción histérica por el beso de Rubiales. Todo este caso es una demostración de fuerza del poderío feminista, ante un hecho que consideran una humillación de sus principios en su propio terreno.

Los que son verdaderos aficionados al fútbol, disfrutan y se entusiasman cuando los mejores equipos del mundo se enfrentan en un Mundial; y con “mejores” no me refiero aquí a los que juegan lindo en el sentido técnico-artístico, sino a los que son capaces de ganar partidos. Sin embargo, en este sentido, ver jugar a jugadoras en el Mundial femenino, es probablemente equivalente a ver partidos de la liga segunda-B o tercera regional masculinos. Si se celebrasen partidos amistosos entre selecciones masculinas y femeninas de distintos niveles (algo que no se va a hacer, porque se sabe cuál sería el resultado), se vería en qué lugar queda el mejor fútbol femenino en comparación con el masculino. La verdadera justificación y reclamo del fútbol femenino es, una vez más, proclamar y hacer simbología del poderío femenino, y decir que las mujeres pueden hacer lo mismo que los hombres, para que quede claro que ni siquiera el fútbol, algo antaño típicamente masculino, deja fuera a las mujeres por prejuicios machistas.

Si hubiera sido al revés, si una mujer hubiese dado un beso a un jugador-hombre en la celebración de algún triunfo, nada de esto hubiera sucedido

Pero no es un mero prejuicio, estudios antropológicos relacionan deportes como el fútbol con acciones conjuntas del hombre primitivo como la caza mayor o la guerra. ¡A la guerra!, ¡a la guerra!, que se dejen de sucedáneos si quieren demostrar que son iguales que los hombres y que vayan obligadas al frente en Ucrania en la misma proporción que aquellos; el resto son caralladas, que se dice en mi Galicia natal. Cuando vea que las cifras de fallecidos entre los soldados de una guerra o en accidentes laborales es similar en ambos sexos, empezaremos a hablar sobre esa hipótesis de la igualdad de roles.

Dentro de ese show que es el fútbol femenino, el hecho de que se le dé un beso en la boca a una jugadora tras haber ganado el mundial denigra el mensaje feminista; muestra que, por mucho que peguen patadas a la pelota, son mujeres y por tanto objeto de deseo masculino, y esa imagen mostrada en público delante de unas cámaras de TV repatea a las feministas y feministos que quieren hacer alarde de su ideología. Sin embargo, si hubiera sido al revés, si una mujer hubiese dado un beso a un jugador-hombre en la celebración de algún triunfo, nada de esto hubiera sucedido; lo que muestra que, en el fondo, todos estos que predican la “igualdad” no se la creen ni ellos. Obedece a las mismas razones que las de prohibir bellas azafatas femeninas en competiciones deportivas felicitando al campeón, porque, según reza el nuevo catecismo, ello realza la figura de la mujer como “trofeo” y eso choca con la idea de la mujer que se pretende imponer hoy en día.

Prostitución

Hay casos de esclavitud sexual en el s. XXI en nuestro país, sí, pero la mayoría de las prostitutas no ejercen su oficio obligadas, en contra de su voluntad. Muchas de las que lo hacen no es por gusto ninfómano en tal oficio, el más viejo del mundo, sino por el gusto en ganar mucho dinero que de otro modo no podrían ganar. Muchas, la mayoría, podrían vivir fregando suelos o como reponedores en un supermercado, pero no quieren, prefieren ganar mucho trabajando poco, como muchos españolitos si pudieran.

¿Quién es aquí la víctima?: una mujer que gana unos 100 o 200 euros por una hora de trabajo prestando voluntariamente sus servicios sexuales (o varios cientos o miles de euros si es una prostituta de lujo; aun descontando gastos, impuestos y comisiones a intermediarios, siguen siendo ingresos muy encima de la media), o un hombre que gana menos de diez euros por cada hora de trabajo y que se deja varios cientos de euros al mes en prostitutas. Me parece que la víctima que necesita protección aquí es el segundo, atrapado en su adicción lujuriosa. Sin embargo, como siempre, las cosas dependen del color del cristal con el que se miren, y para el feminismo, haga lo que haga, la mujer es siempre una víctima y el hombre es un abusador.

La mayoría de las feministas que alzan la voz en contra de la prostitución no lo hacen por hacerle a las prostitutas un favor y proteger su dignidad, protección que éstas mayormente rechazan. Más bien, si pudieran, llevarían sus manos al cuello de tales, tal es el odio que les tienen a quienes pueden servir de consuelo a sus maridos o compañeros ofreciéndoles un placer que muchas de ellas son incapaces de dar. La moral feminista no está para proteger a las prostitutas, sino para promover su propio negocio/chiringuito (como dice el viejo refrán: “del cielo para abajo, cada uno vive de su trabajo”): una idea de la mujer como víctima, que es uno de los lemas del feminismo, así como el control de la sexualidad masculina, uno de los pilares de la represión en las civilizaciones.

Lo que aquí sobra es esa moralidad rancia de «vieja del visillo» tan fecunda en nuestras feministas de hoy

En cualquier caso, como es bien sabido, la prostitución, legal o ilegal, siempre ha existido y seguirá existiendo. Es un oficio tan digno como cualquier otro, en el que se ofrece un servicio a los ciudadanos y repercute en el bienestar de una parte (masculina) de la población. Si bien se hace necesario controlar las mafias de explotación, la proliferación de enfermedades, así como que se paguen sus correspondientes impuestos, evitar que fluya el dinero negro, que coticen y adquieran derechos las trabajadoras,… lo que aquí sobra es esa moralidad rancia de vieja del visillo tan fecunda en nuestras feministas de hoy. Y cuanto más se persiga y se haga la vida imposible a las prostitutas para ejercer su oficio, más mafias surgirán para traficar con lo ilegal.

La mató porque era una…

El tema estrella desde hace un par de décadas es un subgrupo de homicidios dentro de la violencia doméstica llamado “violencia de género”. ¿A qué género se refiere? —me podría preguntar un alienígena recién llegado de otro planeta que no sepa de qué va la movida aquí en la Tierra—; pues de las mujeres siendo víctimas de asesinatos o violencia por parte de los hombres, claro está. Lo contrario, aunque existe y sus números no son nada despreciables, no cuenta, es una entelequia intelectual metafísica sobre la que se trata de crear confusión en las cifras, o se esconden bajo la alfombra en los medios oficiales públicos.

¿Y acaso no es discriminatorio y contrario al significado de la palabra igualdad pedir minutos de silencio u organizar la marabunta, manifestaciones y mover tierra y cielo en los medios de comunicación, cada vez que hay un feminicidio, y no hacer lo mismo cada vez que hay un asesinato de un hombre en manos de una mujer que fue su pareja o ex-pareja? No es lo mismo, se nos dice, la española (o la inmigrante afincada en España) cuando besa es que besa de verdad, dice la letra de una antigua canción, y cuando mata es porque, pobrecilla ella, alguna razón tendría para hacerlo, cuánto habrá tenido que sufrir para llegar a hacer lo que hizo… En cambio, el hombre cuando asesina a su pareja o su expareja es porque es un bruto y animal machista sin sentimientos ni emociones ni dolor, y lo hace sin más razón irracional que un “la maté porque era mía” o por ser mujer añadido al prejuicio de considerar al sexo contrario inferior al suyo. Así está el patio, con un nivel intelectual en los razonamientos similar al de los párvulos de preescolar.

Como homicidios cero nunca se van a conseguir, no importa cuán altas o bajas sean las cifras, seguiremos con esta cantinela del victimismo feminista indefinidamente, hasta que el cuerpo social aguante

Vaya por delante mi repulsa hacia el asesinato y mi respeto a las instituciones de la Justicia que penalizan justamente los delitos de sangre. No hay discusión alguna de que un homicidio debe ser castigado con penas máximas, y que no hay razón que justifique un crimen. Ahora bien, como ya discurriera Dostoyevsky en sus novelas Los hermanos Karamázov o Crimen y Castigo, o más cercana en el tiempo el genial Woody Allen en su película Irrational man, aunque se hace necesario castigar severamente un crimen para mantener el orden social (hay toda una rama de la Filosofía del Derecho dedicada a debatir sobre estas cuestiones), otra cosa es la condena moral, sobre el bien y el mal de los hechos. ¿Está mal matar a un hijo de puta? —he ahí la cuestión.

No me refiero aquí a la pena de muerte instaurada en algunos Estados, o a las acciones de las fuerzas del orden del Estado en la persecución de criminales, ni a las guerras. Me refiero a acciones de individuos hacia otros individuos por motivos particulares ajenos al Estado de Derecho. ¿Está mal matar a un…? El consenso de la sociedad es amplio en condenar moralmente cualquier tipo de asesinato y decir que está mal matar, ya lo dice el quinto mandamiento, pero hay crímenes y crímenes y no todos se ven con los mismos ojos.

Más allá del tema moral nouménico, podemos preguntarnos por las relaciones causa-efecto en el mundo fenoménico, utilizando el lenguaje kantiano. ¿Existen razones para que tenga lugar un crimen? Y claramente existen, tantas como criminales hay en las cárceles, cada uno tiene sus motivos para hacer lo que hizo. Y aquí es donde quiero traer otra vez a colación la retórica sobre la violencia de género o machista. ¿No existen casos de mujeres que han comprado boletos en la rueda de la fortuna para ganarse el premio gordo de que Caronte llamase a su puerta en su hermosa juventud? No digo que sean todas, ni que se lo merezca ninguna de ellas, ni que esté justificado su asesinato, no; un crimen nunca está justificado. Parte de estos crímenes son premeditados, otros son arrebatos violentos, lo que se conocía antiguamente como “crimen pasional”, tan viejo como la humanidad y reflejado en múltiples obras literarias; Rojo y negro de Stendhal es un clásico sobre el tema. Habrá quien mate a su pareja o ex-pareja por cuestiones económicas, por celos, por venganza, por despecho, porque le hizo la vida imposible, porque recibía malos tratos o tortura psicológica, porque amenazaba con quitarle la casa, la hacienda y/o no dejarle ver a los hijos, por demencia o embriaguez, drogas, trastornos mentales, etc.; el crimen es condenable, y a la cárcel deben ir los asesinos, sí señor, pero… meter todo en el mismo saco y ponerle la etiqueta de violencia machista simplemente porque la víctima era una mujer y el asesino un hombre que fue su pareja o expareja, y negar que haya violencia hembrista en caso contrario, no es más que una de las majaderías auspiciadas por los mismos bobalicones que piensan que “solo sí es sí”.

Afortunadamente, Europa es el continente que menor porcentaje de este tipo de homicidios tiene, y España es de los países de Europa con menor porcentaje: ~0,3 feminicidios de género por cada cien mil mujeres adultas al año, la mitad que la media europea y la cuarta parte de la media mundial (menos aun si tenemos en cuanto que no todos los crímenes de este tipo son registrados por el mundo adelante), pero a ruidosos de propaganda con el manido tema no nos gana nadie. Será que ello da votos ante un electorado femenino histérico con el tema y al que toda sobreprotección a la mujer le parece poco.

Como homicidios cero nunca se van a conseguir, no importa cuán altas o bajas sean las cifras, seguiremos con esta cantinela del victimismo feminista indefinidamente, hasta que el cuerpo social aguante, o hasta que vuelva alguno de los cuatro jinetes del Apocalipsis a hacernos una visita, y entonces pondremos el grito en el cielo por algo más importante, y valoraremos las cifras en torno a la muerte en su justa medida. También con la llegada de los tiempos difíciles (que parecen estar a la vuelta de la esquina, está el ambiente geopolítico caliente…) se desvanecerá el feminismo actual, que básicamente proclama sustituir aquel lema conyugal de “para lo bueno y para lo malo” por una redefinición de las relaciones hombre-mujer como un “lo bueno mío es solo mío, lo bueno tuyo y lo malo mío hay que repartirlo, lo malo tuyo quédatelo tú”.

Foto: Kenneth Sørensen.

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