El día 21 de noviembre se celebró la jornada mundial de la filosofía en todo el mundo. Tradicionalmente se suele utilizar la efemérides para reivindicar el papel de la filosofía como garante del pensamiento crítico en nuestras sociedades. Los promotores de esta jornada mundial buscan fundamentalmente con ésta sacar a colación la correlación existente entre muchos de los males de este mundo (crisis ecológica, desigualdad en el mundo, diferencias de género…) y la pérdida de influencia social de la filosofía.

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La filosofía, y en general las humanidades, pierden peso en un mundo académico cada vez más vinculado a las necesidades de una sociedad más economicista y tecnificada que tiende a despreciar aquellos saberes, como la filosofía, que no aportan unos rendimientos económicos fácilmente identificables. El mundo de la política, las finanzas o el de cultura popular parecen vivir cada vez más al margen de lo que se debate en el mundo filosófico. Es como si el final de una edad de oro de la razón crítica viniera de la mano del fin del legado filosófico occidental.

Frente a este diagnóstico de los males del mundo como una consecuencia de la falta de prestigio y de peso de la filosofía, los propios filósofos se plantean diferentes propuestas con las que reclamar un espacio propio para su disciplina que no sólo se traduzca en un mayor peso académico de su disciplina sino, sobre todo, en una búsqueda de una mayor influencia social y política.

Si uno analiza la producción filosófica hoy vigente se topa con la evidencia de que la mayoría de ella se reduce al activismo político más o menos erudito

Por un lado, proponen que la filosofía se convierta en baluarte no sólo de lo que en filosofía se llama razón teórica, es decir, en una especie de metateoría que se ocupe de los fundamentos epistemológicos de las otras disciplinas del saber (lo que a los filósofos les gusta llamar un saber de segundo grado), sino que pretenden que la filosofía se erija en garante último también de lo que ellos llaman la razón práctica. Una razón, en definitiva, que nos indica como conducir nuestra vida individualmente y en sociedad.

Esta separación tajante entre razón teórica y razón práctica es según buena parte del estamento filosófico la responsable del grado de deterioro de la convivencia democrática manifestada en el auge de los populismos (de derechas, pues los de izquierdas son “racionales”). No es la primera vez en la historia en la que la filosofía denuncia que los principales males de la sociedad se derivan de su ausencia en el llamado espacio público. Ya Platón acusaba a los llamados sofistas, maestros del saber aparente y del relativismo, de haber llevado a la ruina política y social a la antigua Atenas por haberse apoderado del debate público. En el siglo XX la llamada Escuela de Frankfurt denunció el desplazamiento de la reflexión filosófica y su sustitución por un saber instrumental de carácter técnico al servicio de los intereses de la sociedad de consumo.

El desprestigio del saber filosófico, con su pérdida de influencia académica y social, presagia, dicen los convocantes de la jornada mundial en favor de la filosofía, el camino de la barbarie.

La cuestión está en determinar sí la filosofía actual realmente desempeña un papel verdaderamente crítico o si más bien se trata de la pataleta de un estamento corporativo, que en una sociedad tan identitaria como en la que vivimos, reclama también para sí un espacio propio de influencia.

En general los que buscan rentabilizar políticamente la idea del ocaso de la filosofía como antesala de la barbarie suelen confundir filosofía, pensamiento crítico, historia del pensamiento y mero activismo político. Si uno analiza la producción filosófica hoy vigente se topa con la evidencia de que la mayoría de ella se reduce al activismo político más o menos erudito, especialmente en la llamada tradición continental de la filosofía heredera de la obra hegeliana, nietzscheana o heideggeriana. Tan sólo la llamada tradición analítica de la filosofía, la vinculada fundamentalmente al ámbito anglosajón, debate sobre cuestiones puramente filosóficas relacionadas con problemas sobre la naturaleza del lenguaje, la mente o cuestiones ontológicas. Muchos de estos debates presentan un grado de sofisticación y artificiosidad que los hacen difícilmente comprensibles para los iniciados en la materia, con lo cual su influencia real en el mundo es realmente escasa. Por otro lado, no debaten sobre cuestiones nuevas, sino que lo hacen desde un enfoque analítico. Su pérdida de influencia en el mundo por lo tanto dista mucho de ser considerada dramática

Por otro lado, se confunde la filosofía como disciplina académica, que generalmente consiste en una glosa más o menos erudita de un listado de pensadores a los que se incluye en una especie de canon sagrado de la materia filosófica, con la filosofía como actividad intelectual que busca una comprensión totalizadora de lo real. La filosofía, en este sentido, tiene una pretensión de lo que podríamos llamar un imperialismo epistémico. Busca acercarse a la comprensión de lo absoluto, de lo incondicionado, del fundamento de todo lo que es. Para ello postula su reducción a un sistema conceptual expresable proposicionalmente (Aristóteles, Gustavo Bueno, Hegel, Spinoza…) o su aprensión a través de procedimientos que superan las insuficiencias de la razón (Zambrano, Kierkegaard, Pascal…).

Tampoco es tan claro que hoy en día la filosofía, con notables excepciones como la llamada Escuela de Oviedo, tenga unos planteamientos verdaderamente críticos. En primer lugar, porque buena parte de la academia filosófica vive al margen de la realidad en una suerte de solipsismo universitario, donde las cuestiones ajenas a su labor docente o investigadora no son tomadas con seriedad. Se considera que el debate político, económico o social es falaz y escasamente riguroso, por lo que no merece atención alguna. Tan sólo cuando algún político se atreve a amenazar con pinchar la burbuja opaca en la que se ha convertido la institución universitaria con su endogamia, escasa calidad y despilfarro de recursos públicos, ese estamento académico-filosófico abandona sus eruditas glosas de Platón, Wittgenstein o Frege para clamar contra la llegada de la “barbarie” a las aulas de las que ellos se consideran los únicos custodios. Su defensa de la filosofía no es desinteresada sino puramente gremial.

Cuando los custodios del pensamiento crítico universitario saltan a la esfera de la opinión pública lo hacen desde la arrogancia y la prepotencia de quienes se creen muy superiores intelectualmente al vulgo dominado por sus bajas pasiones

Cuando los custodios del pensamiento crítico universitario saltan a la esfera de la opinión pública lo hacen desde la arrogancia y la prepotencia de quienes se creen muy superiores intelectualmente al vulgo dominado por sus bajas pasiones. Generalmente se erigen en defensores de los puntos de vista defendidos por los partidos instalados en el consenso socialdemócrata. No es de extrañar, pues de ellos depende fundamentalmente la financiación que les permite vivir en esa opaca burbuja que mencionábamos antes. En general intervienen en el debate para defender las posiciones más condescendientes con el alarmismo climático, el feminismo radical o la lucha contra el auge de la llamada extrema derecha con argumentos escasamente brillantes u originales. Un ejemplo de esto lo encontramos en la propuesta de filosofía pirata defendida por el bloguero y filósofo Amador Savater. Para él la verdadera actitud filosófica no surge cuando uno se enfrenta a un problema nuevo, a un texto filosófico desde las coordenadas de lo que ya se ha escrito o dicho del tema, sino cuando se atreve a cuestionar las soluciones ya dadas. Lo que él llama una rebelión contra la saturación del problema.

Deleuze considera la filosofía en los mismos términos como una posibilidad de plantear continuamente nuevos conceptos o categorías cada vez que frente a un problema dado creemos tener una respuesta. Sócrates, que con su método mayéutico hace entrar en aporía a sus interlocutores, también es otro ejemplo de esto que Amador llama filosofía pirata. El problema de la filosofía pirata es que no dirige adecuadamente sus dardos dialécticos hacia el verdadero enemigo del saber y del pensamiento crítico hoy en día, que no es tanto la ultraderecha, el conservadurismo o el capitalismo. Estos no dejan de ser meros fantasmas, puras creaciones discursivas del pensamiento dominante hegemónico de izquierdas que presenta como las enemigas de la civilización para así poderse presentar como verdadero pensamiento crítico. Por otro lado, si hay algo que se presenta hoy en día como un saber saturado y pleno, nada crítico, ese es precisamente el feminismo, el alarmismo climático, etc.

Respecto de toda la problemática asociada a los roles de género, el deterioro ambiental y demás cuestiones que preocupan tanto a ciertos estamentos dirigentes de la sociedad, dichas formas de pensamiento se erigen en saberes saturados que nos dicen una y otra vez que sobre esos problemas ya está todo dicho y que cualquier respuesta crítica es barbarie y fascismo. El conservadurismo se problematiza a sí mismo, al igual que el propio capitalismo, en la medida en que en su seno conviven posiciones críticas que lo entiende de distinta manera. Los debates dentro del feminismo o el ecologismo son más aparentes que reales y no discuten tanto la sustancia del asunto como los mecanismos para lograr mayor preponderancia social o la forma de ahogar la disidencia en su seno.

Foto: Giammarco Boscaro


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