Según nos dice Ignacio Varela, que es capaz de desentrañar como pocos los datos reales que se ocultan tras las informaciones que el CIS de Sánchez y Redondo nos quiere vender, los políticos se han vuelto a colocar a la cabeza de las preocupaciones de los españoles. La cosa tiene mérito especial porque es difícil superar la preocupación que supone la pandemia COVID-19 o la angustia de tantos frente a la brutal crisis económica en la que nos estamos metiendo. Pues bien, nuestros políticos parecen haberlo conseguido.

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¿Cómo es posible lograr una descalificación tan rotunda? En política suele resultar difícil distinguir lo verdadero de lo falso, pues la veracidad, como recuerda Arendt, nunca ha sido considerada una gran virtud política, y eso hace que muchas personas tarden en reconocer al que miente por sistema o al que simula intereses que, en realidad, no tiene, como preocuparse de los problemas reales de los ciudadanos, mientras disimula lo que de verdad le interesa, ganar, mantenerse en el poder y disfrutar de sus prebendas.

La política que existe para resolver los problemas comunes se ha convertido, por desgracia, en un problema, en el problema más importante a juicio de los ciudadanos ¡y con la que está cayendo!

Las democracias fomentan las ganas de creer en los políticos porque, al fin y al cabo, nos representan, de forma que a muchos ciudadanos les cuesta tiempo y esfuerzo reconocer que pueden estar siendo burlados en su buena fe por personajes bastante mendaces. Si el que tiene el voto mayoritario es un mentiroso despreciable, ¿cómo se deberían sentir los que han confiado en él y le han dado su voto? De la misma forma que nos cuesta trabajo reconocer que nuestro equipo deportivo favorito ha merecido la derrota, nos resistimos a reconocer que nos han robado el voto como si fuéramos unos bobos.

Pues bien, a pesar de todo, una mayoría muy amplia de españoles ha empezado a darse cuenta de que los políticos que hemos elegido no son lo que parecían cuando les votamos. Esto puede que tenga consecuencias electorales importantes, pero habrá que verlo porque no afecta solo a unos, y no a los otros, aunque es probable que el descontento y el desencanto no sea homogéneo.

Los políticos engañan porque pueden hacerlo, pero no tendrían que hacerlo, no está en la esencia de su trabajo. Sí está en la esencia de su oficio el ganar nuestra adhesión, pero los apoyamos porque creemos que existen argumentos de peso para hacerlo. ¿Cuáles son las razones para que se olviden de servir a esos propósitos y se dediquen a mentir? Es un asunto complejo y depende mucho de los casos, pero me atrevo a decir que hay un asunto decisivo que inclina la balanza hacia la decencia o hacia la sinvergonzonería. Y es un asunto en el que merece la pena fijarse.

Para exponerlo con claridad me fijaré en un caso similar en el mundo de las empresas. Simplificando un poco, toda empresa surge porque existe la posibilidad de prestar un servicio a la sociedad y alguien decide que tiene una idea brillante para hacerlo y, además, podrá ganar dinero con ello. Mientras las empresas ganan dinero porque prestan un servicio efectivo y el cliente las retribuye comprando sus productos, todo va a la perfección, pero cuando los responsables de la empresa creen que pueden enriquecerse mucho más deprisa por procedimientos distintos al inicial, puede que lo consigan, pero de forma inevitable descuidarán el servicio al público, lo sustituirán por buenos campañas de publicidad y recursos similares, y mientras el asunto funcione no tendrán problemas. Esta clase de procesos se atenúan mucho en el mundo económico porque existe una amplia competencia y el público puede escoger entre muchas propuestas distintas, pero en la política las opciones se reducen de manera radical, básicamente a dos y, como mucho a cuatro o cinco.

¿Qué pasa con la política? Pues que un político, o un grupo de ellos que es lo que es un partido, tienen dos tipos de motivaciones para actuar, y han de elegir entre ellas, pues apenas pueden solaparse porque, en el fondo, son muy contradictorias. Uno puede dedicarse a la política por dos razones, una muy noble, otra inconfesable. Al político le puede mover la piedad que sienta por las personas que sufren, la rabia por los problemas que afectan a su país, el deseo de hacer que sea mejor, etc. etc. A esto se le puede llamar de muchas maneras, pero la más simple es la que emplea una vieja virtud que ya admiraron los clásicos, el patriotismo, el deseo de contribuir a que todos los ciudadanos con los que convive puedan conseguir una vida mejor, puedan hacer una patria grande y admirable en la que reine la paz, la libertad y la prosperidad. ¿A que suena bien? Tanto que es claro que cualquier político declarará que esa es su única preocupación.

La segunda razón para meterse en la política es muchísimo menos noble: llegar a mandar, a tener poder e influencia, disfrutar de todos sus honores y ventajas y, si se tercia, arreglárselas para hacerse con una fortuna más que mediana, lo que se logra mediante la corrupción, que, por supuesto, siempre se niega con vehemencia.

Puede parecer muy simple, pero no hay una tercera vía, o se trabaja con honestidad para procurar el bien común y resolver de la mejor manera los conflictos que son inevitables, o se está a otra cosa, a acumular poder, a tratar de ser intocable, a favorecer a los amigos y correligionarios, mientas se esquilma a los incautos con promesas imposibles de cumplir.

¿Cómo es que pueden hacer esto último con tanta facilidad? Pues muy simple, porque se ocultan tras promesas ampulosas, programas que ilusionan a casi todo el mundo, y proclaman la defensa de ideales que cualquiera pueda compartir. Los políticos saben que tienen un público, hacen promesas que encandilan a sus seguidores, se comprometen con demandas sociales auténticas y se convierten en campeones de las causas más atractivas. Cultivan el halago, los deseos, la envidia, la esperanza en un maná inagotable y, mientras tanto, cuando la gente no mira, se dedican a lo que de verdad les interesa: colocan a los amigos, se hacen con el control de instituciones y empresas, reducen su partido a una claque de empleados que dependen de su voluntad, etc. etc.

Parece que los españoles empiezan a darse cuenta de que sus políticos no siempre son lo que quieren aparentar, y están preocupados. La política que existe para resolver los problemas comunes se ha convertido, por desgracia, en un problema, en el problema más importante a su juicio ¡y con la que está cayendo!

¿Tiene solución este problema? Diré cómo, en mi opinión, no la tiene, Si los electores siguen sin reconocer que detrás de grandes promesas se pueden ocultar personajes indignos e indecentes, que no merecerían su apoyo, y se empeñan en seguir dándoles el voto, no dando importancia a que sean mentirosos, arbitrarios y demagogos, la verdad es que hay poco que hacer. Es un problema de cultura política, de deseos de no dejarse engañar.

Siempre he creído que el patriotismo es una de las mejores virtudes cívicas, pero nunca he dejado de tener presente lo que dijo Samuel Johnson, que suele ser el último refugio de los canallas, y, aunque me he equivocado alguna vez, siempre he procurado no votar a ningún canalla.

Foto: La Moncloa – Gobierno de España


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J.L. González Quirós
A lo largo de mi vida he hecho cosas bastante distintas, pero nunca he dejado de sentirme, con toda la modestia de que he sido capaz, un filósofo, un actividad que no ha dejado de asombrarme y un oficio que siempre me ha parecido inverosímil. Para darle un aire de normalidad, he sido profesor de la UCM, catedrático de Instituto, investigador del Instituto de Filosofía del CSIC, y acabo de jubilarme en la URJC. He publicado unos cuantos libros y centenares de artículos sobre cuestiones que me resultaban intrigantes y en las que pensaba que podría aportar algo a mis selectos lectores, es decir que siempre he sido una especie de híbrido entre optimista e iluso. Creo que he emborronado más páginas de lo debido, entre otras cosas porque jamás me he negado a escribir un texto que se me solicitase. Fui finalista del Premio Nacional de ensayo en 2003, y obtuve en 2007 el Premio de ensayo de la Fundación Everis junto con mi discípulo Karim Gherab Martín por nuestro libro sobre el porvenir y la organización de la ciencia en el mundo digital, que fue traducido al inglés. He sido el primer director de la revista Cuadernos de pensamiento político, y he mantenido una presencia habitual en algunos medios de comunicación y en el entorno digital sobre cuestiones de actualidad en el ámbito de la cultura, la tecnología y la política. Esta es mi página web