El 11 de enero de 2018, el diario francés Le Figaro informaba que el editor Antoine Gallimard (responsable de la célebre empresa homónima) había desistido de publicar los “panfletos antisemitas” (por ejemplo, Bagatelas para una masacre) del poeta Louis-Ferdinand Céline (1894-1961). Con palabras concisas y quirúrgicas, Gallimard afirmó que “las condiciones metodológicas y memoriales no se dan” para contemplar el asunto “de manera serena”. Esta decisión fue tomada luego de una áspera reunión con Frédéric Potier, delegado interministerial para la lucha contra el racismo, el antisemitismo y el odio anti-LGTB.
Potier se excusó rápidamente, con un argumento por lo menos polémico: “Yo no he dicho a Gallimard que no lo hagan, ni háganlo así. Sólo les he dicho: atención. Crearán emociones, suscitarán interrogantes, algunas personas pueden tomarse el documento literalmente si no se explica, y verse ratificadas en sus prejuicios, tópicos, estereotipos. El gobierno no se erige en censor, ni en controlador de las editoriales. No es esto. Simplemente está en su papel de lanzar señales de alerta, indicando que estos textos no son literatura y hay que tomar precauciones”.
Diversas organizaciones no gubernamentales aplaudieron la autocensura de Gallimard: el Consejo Representativo de las Instituciones Judías en Francia (CRIF), la Liga Internacional contra el Racismo y el Antisemitismo (LICRA) e incluso existió una carta personal de la embajadora israelí en Francia, exhortando a la no publicación de las obras de Céline. El legendario cazador de nazis Serge Klarsfeld calificó la posible publicación de los panfletos antisemitas del poeta francés como un “intolerable llamado al odio”.
Sin embargo, Céline no es el único autor cuyas obras reeditadas no verán la luz este año. A sus títulos se suman los del monárquico antisemita Charles Maurras (1868-1952), el nacionalista de derechas Robert Brasillach (1909-1945) o el fascista Lucien Rebatet (1903-1972), este último autor de Los dos estandartes, considerada una de las mejores novelas francesas de posguerra.
Una época de intensa censura de libros
Esta ola de prohibiciones (voluntarias u obligatorias) se suma a la ya clásica censura legal que sufren escritos como Mein Kampf (Mi lucha) de Adolf Hitler o el panfleto fabricado por la Ojrana zarista, Los protocolos de los sabios de Sión, cuya publicación (en países como Rusia u Holanda) está penada con altas multas o, directamente, la prisión.
¿Tiene sentido prohibir obras que exhortan al odio, aún cuando esas obras obras sean un interesante testimonio de época?
Estos hechos abren, de golpe, un debate inquietante: ¿Tiene sentido prohibir las obras de un autor que exhorta al odio racial, la persecución de las minorías y/o el genocidio, aún cuando esas mismas obras sean un interesante testimonio de época? ¿Y qué sucede cuando el autor, simplemente, se aparta de la corriente ideológica imperante? ¿Cuál es el límite de lo publicable? ¿Qué Gran Hermano decide eso?
La tradición editorial española, como no podía ser de otro modo, no escapa a esa tendencia. Como corolario de décadas de silencio y represión, que prohijaron generaciones de españoles aturdidos y embrutecidos, y pese a no existir una prohibición oficial, es muy difícil conseguir obras reeditadas de autores “polémicos” como Marcelino Menéndez Pelayo (1856-1912), sin quien no puede comprenderse el siglo XIX político español; Juan Donoso Cortés (1809-1853) y Jaime Balmes (1810-1848), teóricos de la monarquía, el catolicismo político y la dictadura; Ernesto Giménez Caballero (1899-1988), Onésimo Redondo (1905-1936), introductores del fascismo en su vertiente ibérica; Ramiro de Maeztu (1874-1936) y Agustín de Foxá (1906-1959), cronistas de las tres primeras décadas del siglo XX en nuestro país.
Ni que hablar de las Obras Completas de José Antonio Primo de Rivera (1903-1936), fundador del que fuera “partido único” en España durante el período 1939-1977. En definitiva, hablamos de algunos de los ensayistas cuyas obras son recuperadas por editoriales pequeñas o de culto, con una distribución limitada.
Curiosamente, el problema de la censura no se presenta con las obras de Marx, Lenin, Trotski, Che Guevara o Mao Tse-Tung
Curiosamente, embriagados todos por los miasmas del progresismo decadente, este problema no se presenta con las obras de Karl Marx (1818-1883), Lenin (1870-1924), Trotski (1879-1940), Ernesto Che Guevara (1928-1967) o incluso Mao Tse-Tung (1893-1976), por mencionar solamente a algunos; autores que son frecuentemente citados en los claustros y cuya aparición en los currículos de estudios universitarios se repite periódicamente.
Los libros son fundamentales para entender cada momento histórico
No es casualidad que los autores anteriormente nombrados sean fundamentales para comprender períodos históricos relevantes de la Historia. Urge una reedición crítica y comentada de sus títulos, que los sitúe en tiempo y espacio, porque sus obras son producto de una época y una coyuntura insoslayables. No aparecieron, al decir de Marx, “como un rayo en un día sereno”. Convendría no confundir el postulado de un proyecto político con la apología del exterminio; aún en el segundo caso se impone la publicación de la obra con una consiguiente explicación aclaratoria.
Lo vio claramente el secretario general del Zentralrat der Juden in Deutschland (ZJD, Consejo Central de Judíos de Alemania) Stephan Kramer quien, en el año 2008, postuló que Mein Kampf debía ser publicado en una edición informada y comentada. Incluso llegó a ofrecer la asistencia de su propia organización.
Ante la desaparición de todos los testigos de época, es ineludible contar con fuentes primarias para entender lo que sucedió
A nadie escapa que la edición de estas obras debe ser supervisada por académicos de prestigio; ante la desaparición por motivos biológicos de todos los testigos de época, es ineludible contar con fuentes primarias para entender lo sucedido. En caso contrario, más valdría entonces eliminar doce años de la Historia de Alemania, treinta y nueve años de la Historia de España o un siglo de la Historia Universal.
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