Lo de “menos viajar y más leer los periódicos” viene de un viejo chiste contra Franco en el que la policía detenía a un tipo por discrepar del discurso de un jerarca del régimen que iba haciendo relación pormenorizada de los éxitos conseguidos bajo su mandato; al ser interrogado en comisaria por las razones para oponerse, el valiente ciudadano indicó que no era verdad que en Villanueva del Caudillo se hubiesen hecho cien viviendas, porque él acababa de estar allí y no había ni rastro de ese milagro, a lo que la policía le respondió con el título de este post, “menos viajar…
La tendencia política a pintar de color rosa las cosas no es de ahora, como es obvio, pero ahora ha adquirido caracteres alarmantes. Es cierto que no todos los periódicos difunden con idéntico entusiasmo los logros del régimen, como antes se decía, pero la verdad es que la fuerza de los voceros oficiales y la de sus adjuntos es todavía muy grande y no son pocas las veces que consiguen colar como verdad algo que está muy lejos de serlo.
Sánchez nunca tiene la culpa de nada, cualquier error cometido en y por su gobierno tiene un responsable directo sin que él tenga ningún motivo para sentirse aludido
Veamos algunos procedimientos habituales para conseguir estos maravillosos efectos que le llevan a Pedro Sánchez a presumir de que su gobierno es el no va más. El primero de ellos es adelantarse a que los acontecimientos sucedan anunciando a bombo y platillo toda clase de éxitos. Este sistema es el que se empleó con la pandemia “Saldremos más fuertes”, “Que nadie se quede atrás”, “Hemos vencido al virus”, y se ha usado incontables veces para paliar los efectos previsibles si, como suele suceder, las cosas no salen como se espera. Así se ha anunciado que no habría problemas con Argelia por el inaudito volantazo que ha dado Sánchez con el Sahara, o se ha dicho que la luz no subiría en este año más de lo que subió en el pasado, lo que ha producido un pasmo bastante notable. No hay duda de que el equipo de comunicación de la Moncloa domina bien la plantilla de este sistema de propaganda, aunque no está tan claro que sea capaz de ofrecerles los resultados que se supone le atribuyen porque, al fin y al cabo, las cosas acaban sucediendo al margen de los piadosos deseos de los propagandistas del gobierno.
Un segundo procedimiento consiste en dilatar los plazos para anunciar lo que no apetece mucho decir; el tiempo se estira y se estira en manos de Sánchez, pero hay que reconocer que no le va del todo mal en el caso de sus supuestos aliados de gobierno o parlamentarios a los que viene toreando con cierto éxito, bien sea con la mesa de diálogo sobre Cataluña, bien con lo que fuere que convenga. Este método que está siendo empleado con cierta habilidad, es una forma de lo que se conoce como “echar balones fuera” a la hora de asumir los consejos o imposiciones de la UE en temas fiscales, presupuestarios y de gasto. Gracias a esta estratagema, Pedro Sánchez ha cumplido ya cuatro años al timón y consigue parecer casi tan fresco como el primer día.
El tercer sistema es muy común en la política española y es un intermedio entre el “diálogo de besugos” del viejo TBO y la táctica desnuda del “y usted más”. Si se hace caso a Sánchez parece que en lugar de una oposición más o menos belicosa se enfrenta a un grupo de desalmados sin la menor conciencia del bien común ni de nada parecido. Hace unos días que ante una oferta de moderada colaboración que le hizo Feijóo le contestó con aquello de que “ustedes solo saben estorbar”, lo que es mucho decir en el caso de Sánchez, pues es muy evidente que no le gusta hacer sino lo que le dicta su santa gana, sin consultar a nadie, sin escuchar a nadie y sin tener en cuenta nada. No es raro que con procedimientos tan poco razonables no le acaben de funcionar alguna de esas maniobras ejecutadas en la oscuridad, como el giro pro-marroquí del que todavía deben estarse riendo en la monarquía alauita sin que acierten a entender cómo les ha salido tan redonda una jugada: conseguirlo todo a cambio de nada.
No cabe negar la habilidad de Sánchez para salir solo medio mal parado de muchas de estas trapisondas, algo que consigue, por ejemplo, cuando acusa a un atónito PP de que no se renueve el Consejo general del poder judicial, un asunto en el que la norma establecida pide un acuerdo, pero en el que Sánchez da por sentado que le harán caso si acusa a Génova de no acordar lo que él quiere. En un país que ha admitido como algo de uso común la absurda expresión de “acuerdo mutuo” (como si fuera posible que existiese un acuerdo que no lo sea) Sánchez acaba de lograr que se culpe de no haber acuerdo a una de las partes, que, por descontado, no es la suya. Tiene su mérito, el caso.
En otras ocasiones me he referido a un magnífico personaje de Galdós, Juan Santiuste, al que su protector, el Marqués de Beramendi, envía a una misión secreta y le adjudica Confusio como nom de guerre. Confusio es hombre al que el apodo le cuadra muy bien, por su tendencia al desacierto y a confundir la realidad con el deseo y Beramendi le encomienda escribir una Historia de España que Confusio compone a base de narrar no lo que en verdad ocurrió sino lo que él piensa que debiera haber pasado. Confusio olvida así las guerras carlistas haciendo que las Cortes condenen a muerte al rey felón nada más asomar sus pretensiones absolutistas. Sánchez tiene algo de ese Confusio, y en eso se parece a su predecesor socialista el insigne Rodríguez Zapatero, porque ambos han actuado con nuestro pasado como lo hizo Confusio, inventando lo que sea necesario para que su gloria resplandezca y si hay que dejar de hablar de los Reyes Católicos o de Cervantes para dedicar tiempo suficiente al día del orgullo gay, o a la derrota definitiva del patriarcado, de derechas de toda la vida, pues adelante con los faroles. Son gobiernos de este tipo los que hacían decir a los rusos que en su amada patria lo impredecible no era el futuro sino el pasado.
Para Sánchez, como antes para Zapatero, la lógica y la economía pueden ser tan flexibles como se necesite y no hay inconveniente en convertir en columnas del porvenir a los acérrimos enemigos de que España pueda ser un lugar admirable. Hay, sin embargo, una diferencia notable entre ambas versiones del personaje galdosiano. Zapatero da cierta sensación de creer en lo que dice y abandonó, en la práctica, el poder cuando cayó en la cuenta de que en el mismo día le habían llamado desde Bonn, desde Washington y desde Pekín para decirle que no siguiera haciendo el indio, reparando, por fin, que Moncloa no era para él y que debía dedicarse a contar nubes y a ayudar a los dictadores de izquierda en América, que seguro que sabían apreciar bien sus consejos, pero tuvo, al menos, la sensatez de saber que estaba fuera de lugar.
Muy al contrario, no parece que Sánchez crea demasiado en lo que dice y más bien se le considera capaz de decir cualquier cosa. Como acabamos de comprobar, Sánchez nunca tiene la culpa de nada, cualquier error cometido en y por su gobierno tiene un responsable directo sin que él tenga ningún motivo para sentirse aludido. Apostaría algo a que cuando suceda alguna llamada al orden similar desde Washington, Bruselas o Pekín, Sánchez responderá como lo hacía Franco cuando el papa publicaba una encíclica que podía resultarle molesta: “que más podía esperar yo que ver tan altamente confirmadas las ideas de nuestro régimen”. Sánchez les dirá algo así, “me alegro de que me confirmes en lo que me proponía hacer de inmediato” y es posible que comuniqué a todo el mundo que ha recibido los más altos y generosos apoyos que quepa imaginar. No lo duden, para empezar, ya ha dejado claro que va a presentarse a las próximas elecciones, por supuesto para ganarlas, o sea que este Confusio no acaba de sentir que nada le esté saliendo contra lo que él quería.